19 jun 2016

SAMEBITO


DE HOMBRES, PECES Y OTRAS COSAS RARAS


                            Érase una vez, no, así no. Esto es uno que va así tampoco, Vamos a ver como empiezo, Hace mucho tiempo ¡diantres, tampoco así! En el capítulo anterior que desastre, válgame Dios. No hace mucho que vivíasi, eso me gusta más.

            No hace mucho que vivía un acaudalado joven llamado Tawaraya Totaro, un diletante soñador que a sus 29 años aún seguía soltero y no porque le faltasen candidatas ni fuera feo, simplemente nuestro protagonista era muy exigente y no había encontrado a la mujer que habría de ser su esposa. Pasaba los días paseando por la orilla del lago Biwa, cuyas vistas se le antojaban a Totaro como una suerte de pintura en movimiento, y es que para él no había lugar en el mundo más hermoso que la provincia de Omi y el gran lago que la bañaba.



            Y fue una mañana de verano cuando Totaro se encontró con lo imposible al cruzar el puente de Seta. Ante él se hallaba una extraña criatura. Parecía un hombre, con la piel muy negra y brillante, los ojos de un verde profundo y una barba roja como las que había visto en los dibujos de dragones cuando iba a rezar al templo.

            El ser permanecía agachado y con ambas manos se sujetaba la cabeza y en su rostro se adivinaba un gesto de gran preocupación. Totaro, lejos de asustarse se acercó a la criatura y le dio los buenos días. Ésta le miró unos instantes y volvió a hundirse en un profundo ensimismamiento.

            -“Perdone señor, o lo que quiera que sea usted”- dijo Totaro- “parece preocupado, ¿Se encuentra bien? ¿Tiene algún problema?”

            -“Samebito”- Respondió de súbito la criatura.

            -¿Cómo dice?- preguntó sorprendido Totaro.

            -“Soy un samebito, o al menos es así como ustedes me llaman, un hombre-tiburón y le agradezco su interés pues si que tengo un problema, uno muy grave”

            Totaro se sentó a su lado mirándolo con renovado interés.

            -“Soy un servidor de rango medio en la corte de los Ocho Grandes Reyes Dragón”- inclinó la cabeza a modo de respeto mientras miraba hacia el agua- “pero cometí un error imperdonable del que no deseo hablar, he sido expulsado y no se me permite volver, soy muy desgraciado, me he quedado sin trabajo, sin casa, tengo hambre y echo de menos a mis amigos”

            Totaro se sintió conmovido por lo que acababa de oír y de inmediato se dispuso a consolar a aquel ser.

            -“Oh señor Samebito permítame echarle una mano, vivo cerca y en el jardín de mi casa tengo un hermoso estanque de koi, si usted quisiera aceptar mi hospitalidad podría quedarse allí el tiempo que fuese necesario, además podemos comer pescado, aunque ahora que lo pienso, siendo usted, ya sabe, ¿¿le gusta a usted el pescado??”

            El samebito le miró con expresión seria, y tras un extraño gorgoteo dijo: “Me encanta el pescado


……


            Y así transcurrió medio año, el joven y la criatura pasaban las tardes enfrascados en las más pintorescas discusiones, el samebito chapoteaba feliz en el estanque mientras Totaro le obsequiaba con los más suculentos manjares marinos.



           Acudió a la vecina ciudad de Otsu un nutrido grupo de mujeres en peregrinación al templo y Totaro no dudó en vestir sus mejores galas y acudir a tal evento, en el fondo seguía siendo un sentimental, si rezaba con devoción y se lo proponía de veras es posible que la diosa Benten le bendijera con la mujer de sus sueños.

            Y así fue que de entre todas las muchachas se fijó en una de ellas, con la piel blanca como la nieve, con los labios del rojo de las hojas en otoño y con una gracia y hermosura propias de un cerezo cuando libera sus pétalos al viento.

            Se llamaba Tamana, era hija única de un señor muy importante, le pareció un ángel. Tuvo que recurrir al maquillaje para disimular sus ojeras, pues no pudo conciliar el sueño esa noche ni tampoco la siguiente. Creyéndose un samurai de leyenda acudió con todo el valor que pudo reunir a la casa donde se hospedaban los padres de la muchacha. Delante de ellos declaró su amor por Tamana y aseguró estar dispuesto a otorgarle una vida de dicha y felicidad si accedían a que su hija se casara con él.

            Diez mil gemas.

            Totaro volvió a casa desconsolado, los padres de la joven eran nobles y aunque él mismo era muy apuesto y vivía con cierta holgura no estaba a la altura de Tamana. Le exigieron una suma desorbitada por la mano de la muchacha, diez mil piedras preciosas, una cantidad imposible de reunir, una excusa descarada para deshacerse de invitados indeseables. Por primera vez en su vida había sido rechazado.

            El samebito celebró el regreso de su amigo pero este apenas le hizo caso, se volvió más huraño, apenas comía y no tardó mucho en caer enfermo.

            Ningún médico u hombre santo encontraba explicación ni cura para su mal, Totaro no deseaba vivir, la enfermedad del corazón roto que implacablemente acaba con la vida de quien la sufre.

            Un débil Totaro llamó al samebito, el cual no acostumbraba a entrar en la casa. Esos días estuvo cuidándole y preparando sopas y cataplasmas aunque parecían no hacerle ningún efecto.

            -“Amigo mío, mi vida se apaga”- susurró Totaro- “Y sin embargo mi principal preocupación eres tú, desde el principio te he cuidado, alimentado y acogido, temo que tras mi muerte no quede nadie que se encargue de ti, lo siento tanto

            El samebito apenas pudo contener su pena y lloró desconsoladamente. Lo que parecían gotas de sangre comenzaron a deslizarse por sus oscuras mejillas, pero en cuanto dejaban de tocar su piel sus lágrimas se tornaban duras y golpeaban ruidosamente el suelo, eran rubíes perfectos.

            Totaro abrió de par en par sus ojos, estaba atónito y preguntó qué clase de milagro era ese.

            -“¿Milagro? No es ningún milagro, vosotros los humanos también lloráis piedras, pero más pequeñas, vuestras lágrimas son sal. Milagro es el color rosado que acaba de adoptar vuestra cara.

            Totaro se incorporó de un salto y volvió con un cuenco vacío, lo llenó de los rubíes que rodaban por el suelo y luego acercó el recipiente al samebito.

            -“Llorad amigo mío, vamos, llorad más”

            -“! Pero bueno!, ¿no estabais enfermo? Apartad eso de mi cara ahora mismo por favor”- replicó molesto el samebito.

            Totaro comenzó a bailar por la habitación, sabía que tenía una mina en su casa, pronto sería inmensamente rico y podría casarse con Tamana. Con gran júbilo animaba a su amigo a que llorase. La criatura, indignada apartaba el cuenco cada vez que el joven trataba de acercárselo a la cara.

            -“Señor, celebro vuestra súbita recuperación física pero os ruego que dejéis de bailar por toda la casa, empezáis a preocuparme, tomad estas ropas, no sé os habéis dado cuenta pero estáis completamente desnudo
                                   

……


            Sentados en el borde del estanque prosiguieron con su ahora redundante discusión.

            -“Venga, llorad un poquito”

            -“¿Pero vos creéis que yo puedo llorar cuando a mi me apetezca? ”

            -“Vamos, pensad en algo triste, ¡vuestra casa!”

            -“Me gusta esta”

            -“! Vuestra familia!”

            -“Tengo ciento cincuenta hermanos, no recuerdo los nombres de la mitad”

            -“Perdona, repite eso de los ciento cincuenta hermanos”

            -“Soy una criatura marina, nacemos de huevos, miles de ellos”

            -“Pues algo habrá que hacer”

            Totaro no paraba de rascarse la cabeza mientras el samebito maltrataba a un koi

            -“! Ya lo tengo!”- exclamó Totaro- “Mañana iremos al lago, beberemos sake, mucho, compraré el mejor, allí hablaremos de cosas tristes, te aseguro que te haré llorar”

            El samebito hizo una mueca rara y no le contestó

            -“Se que es indignante, y créeme que lo entiendo, sácalo todo de dentro, desahógate si quieres”- le dijo mientras le acercaba el cuenco.

            La criatura se sumergió en el estanque y Totaro se dio por vencido ese día, mientras regresaba le gritó:

            -“¿Ciento cincuenta? ¿En serio? ¿Alguna hermana guapa?”

            -“Idiota”- pensó el samebito.


……


            -“Esta situación es de lo más rocambolesca”- Se quejó la criatura, mientras apuraba otra escudilla de sake.

            -“Me encanta la manera que tenéis los hombres-tiburón de expresaros, ¿Qué significa rocambolesca?”

            -“La verdad es que no lo sé, yo solo digo lo que el escritor de este artículo  quiere”- Reflexionó mientras giraba su cabeza hacia la pantalla.

            -“¿Qué estás mirando?- dijo Totaro.

            -“Oh, nada no te preocupes, vosotros los humanos no entenderías ciertas cosas”.

            -“Nunca me quisiste contar lo que te pasó allí abajo, he respetado tu intimidad en todo momento, pero confieso que siempre me lo he preguntado, es posible que como tú dices no entienda ciertas cosas pero créeme,sea lo que sea te comprenderé y aceptaré, no importa lo que hayas hecho o quien fueras, no importa el color que tenga tu piel o si tus ojos son verdes, rojos o amarillos, ni siquiera que llores diamantes, zafiros o rubíes, en ti he encontrado un amigo de verdad y eso no lo cambiaría por nada del mundo.”

            El samebito miró sonriendo a Totaro, sus ojos volvían a estar húmedos, una catarata de gemas llenaba la orilla.

            -“Te contaré mi historia



            Al terminar se oyó un estruendo en el agua, una columna de espuma se elevó ante ellos y sobre su cresta voló un impresionante dragón y aunque ni de lejos era el más grande no dejaba de ser impresionante a la vista de los mortales.

            Una voz atronadora, más mental que física retumbó en sus cabezas:

            -“Soy un enviado del Reino de los Ocho Dragones, mi señor ha escuchado tu historia y ha decidido perdonarte, sujétate a mi lomo y te llevaré de vuelta a casa, tus faltas han sido perdonadas”.

            El samebito miró emocionado a su amigo, éste sonrió y asintió con la cabeza.

            -“Gracias por todo lo que has hecho por mí, espero que tu vida sea larga y feliz”-  Dijo a modo de despedida, luego el hombre tiburón se sumergió en el lago para siempre.

            Totaro se quedó solo, aún asombrado por lo que había sucedido, a sus pies la columna de espuma del Dragón se había transformado en una montaña de diamantes, el joven unió sus lágrimas al conjunto, tan solo era sal, eso fue lo que su amigo le dijo, solo sal.

            Un mes más tarde el joven Totaro contraía matrimonio con la bella Tamana,  sus padres, entre el asombro y la felicidad recibieron las diez mil gemas, y aún sobraron muchas más. El joven, ya a solas y de camino a casa sujetó a su amada por la cintura y le susurró al oído:


            -“¿Oye guapísima, te gusta el pescado?     

          

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