23 dic 2016

ESPÍRITUS HAMBRIENTOS (1ª PARTE): GAKI

HAMBRE


            Quizá fue el resplandor de la llama que ilumina la habitación la que me atrajo hasta tu ventana. Esos tonos amarillentos y a veces rojizos que dan calor a tu carne y a tus huesos. Afuera hace frío. Lo sé porque nieva, aunque yo siempre tengo frío. Si pudieras tocarme notarías una sensación gélida, por suerte para ti no puedes porque yo, aunque estoy aquí no existo, no soy de este mundo y son muy pocos los que llegan a verme.

            Yo una vez fui como tú, tuve una vida, una familia, una casa como la tuya y hacía las cosas que tú haces cantaba, bailaba, reía y comía...oh si...comía. La llama, si, estás cocinando algo, un buen montón de arroz blanco humeante, con verduras tal vez, unas coles, un poco de rábano y un... ah... un poco de venado. Cuan dichoso eres mortal que puedes deleitarte con tan suculentos manjares  estallando en tu boca, sabores que apenas ya recuerdo, notar la comida recorrer poco a poco tu garganta, sentirla en tus entrañas, la comida... oh la comida...

            Daría cualquier cosa por poder entrar, agarrar con mis manos lo que sea que atesores en esa olla, apretarlas hasta que me quemen, embriagarme con su olor. Un buen puñado, y luego otro y otro y otro hasta que no quedara más, luego gritaría, desaparecería el hambre y yo bailaría, daría vueltas y más vueltas siiii!!!!.

            Pero no puedo, aunque dejases la puerta abierta de par en par y descuidases tu valioso tesoro. Aún estando servida en un cuenco abandonado por alguna urgencia que hubieras de atender, aún estando al alcance de mi mano no podría.

            Porque yo, mortal no puedo comer. Mi cuello es demasiado delgado, mi boca es una leve ranura por la que apenas cabe nada. Pero siempre tengo hambre mortal. Mi estómago está hinchado y me siendo débil. Casi no me sostengo y algunas veces debo arrastrarme. Le ruego a todo el que pasa que me dé algo de comer pero nadie me escucha, no me oyen. Les veo pasar con sus bocas llenas y sus barrigas gordas mientras la mía ruge como una fiera, y con la misma fuerza siento sus mordiscos en mis tripas huecas, aspiro con fuerza y la garganta se me cierra, ya ni de aire puedo llenarlas.



            Que afortunados son los mendigos, pues a veces sus ruegos son atendidos y alguien les arroja algún resto que pueden mordisquear, envidio sus manos, sus fuertes cuellos, sus robustos brazos, de tenerlos agarraría a cualquiera con quien me cruzase. Le apretaría la garganta, le mordería con fuerza la cara, devoraría toda su carne, le roería los huesos y luego los hendiría y le chuparía el tuétano. Qué suerte la de los pobres pues tienen boca para comer.

            Pero un momento, yo te conozco. si, ahora me acuerdo. Fue hace mucho tiempo, cuando yo aún respiraba. Eras solo una niña de unos cuatro o cinco años, tus ropas estaban sucias y olías fatal. Tus padres habían muerto. Ese año la peste se había llevado la vida de cientos de desdichados, lo cual bien mirado no está mal, siempre es bueno que los dioses quiten de en medio a unos cuantos indeseables, es limpio y después siempre queda más espacio y hay más para todos. Me agarraste de una manga con tus sucias manos, un traje nuevo de lino a estrenar  ahora echado a perder.  Fui indulgente contigo, te golpeé un poco  nada más. No avisé a las autoridades. ellos hubieran sido mucho más duros, ya sabes cómo se las gasta la nueva policía con los pordioseros. Decías que tenías hambre y sed, que te morías de frío. ¿Puedes imaginar tamaña desfachatez? ¿Es que ya no se podía pasear tranquilo por la calle disfrutando de un maravilloso día sin que un desgraciado te lo arruinara diciendo que tiene hambre?  !Compréndeme! !Los pájaros también tienen hambre, y los conejos, y las serpientes, y no van rogando por ahí! !Ellos se buscan la vida como lo hacemos todos! Además mírate ahora, te casaste, tuviste hijos, ahora ya no tienes frío. No te fue tan mal al fin y al cabo.



            Quise darte una buena lección, te agarré por uno de tus enjutos brazos y te arrastré hasta la letrina más cercana, allí te hundí la cabeza en el fétido agujero, ¿No querías comer?, pues adelante ¿No tenías frío?,  allí dentro no lo tendrías.

            Al año siguiente la peste me llevó a mí. La mayor de las injusticias. Toda una vida de duro trabajo, de esfuerzo y sacrificios para nada. Una existencia de penurias auto impuestas en vano. ¿Cuántos placeres habré dejado de disfrutar para amasar la pequeña fortuna que logré reunir? ¿Dónde quedaron las disputas, los regateos, los engaños y desengaños, todo para que un día no tuviera yo que agradecerle nada a nadie? Para poder envejecer tranquilo sin depender de otros, alejado de todos esos lisonjeros que solo deseaban quitarme lo que tenía.

            Y al final lo consiguieron, si, entraron en mis propiedades, se llevaron mis ropas, los tejidos importados, los muebles lacados, hasta los rollos pintados con tinta china de la pared. Se lo llevaron todo.

            No se molestaron en usar una parte para oficiar un funeral digno. Decían que había sido un avaro, cruel y desalmado pero ellos no eran mejores. Eso  no se le hace a un muerto, y menos si se trata de mi.

            No elaboraron tablillas en mi honor, nadie dejó ofrendas ni un grano de arroz ni una gota de sake (Según la tradición budista, el alma tarda cuarenta y nueve días en abandonar este mundo, durante este periodo de tiempo se ofrecen dádivas al difunto consistentes en algo de comida y bebida, la ceremonia se repetirá anualmente  los siguientes siete años y luego una vez cada siete años, todo ello en el periodo de cuarenta y nueve años). Por cincuenta días agonicé, pasé hambre y sed pero lo soporté, la ingratitud de los hombres es pasajera, la misericordia de los dioses es eterna.

            Se me prohibió contar lo que vi pues no es de la incumbencia de los mortales. Me vetaron todas las puertas, acabé vagando por una planicie yerma infestada de criaturas deformes que reptaban y suplicaban patéticamente por algo que llevarse a sus desdentadas bocas. Patéticos remedos de personas de cabezas peladas y ojos saltones provistas de cualquier atisbo de gracia o dignidad. No me miraban, no querían nada de mí. No me rechazaron, tampoco me aceptaron, simplemente estaban allí y mi presencia no supuso para ellos ninguna diferencia. Fue entonces cuando me di cuenta. Les resultaba familiar y eso sólo podía significar una cosa: ahora yo era como ellos.

            Desde entonces deambulo entre dos mundos, esa llanura estéril que no es cielo ni infierno y la tierra de los mortales. Busco algo que poder comer y de vez en cuando lo encuentro en los santuarios, un poco de arroz o alguna fruta donada por los devotos. Hoy me dirigía a Teramachi cuando te vi cocinar. Me has hecho recordar muchas cosas, el hambre obnubila mi mente, mortifica mi vientre lo mismo que tu imagen tortura ahora mi mente. Esta noche me quedaré contigo, esperaré pacientemente a que tu estómago haga su trabajo. En algún momento saldrás a desechar lo que cuerpo ya no necesite. No estarás sola cuando entres en la letrina y aunque notes mi presencia no podrás verme pero no te preocupes pequeña, tu no me importas. Aguardaré a que termines y entonces sumergiré mi cabeza en el agujero y me daré un buen festín. Me acurrucaré entre tus desechos, sé que allí no hace frío.



            Por un momento me ha asaltado la duda. ¿Qué hubiera ocurrido si no hubiera sido tan cruel con aquella niña? Menuda tontería, eres tú quien provoca en mí ese sentimiento, eres tú la que está siendo cruel conmigo. Te pavoneas con tu sonrisa, tu bonito traje, en realidad es horrible, y tu humeante olla. Te odio, te odio, TE ODIO!!!


GAKI


            Los gaki son, según la tradición budista, espíritus atormentados por un hambre y sed insaciables provocados por sus pecados, generalmente codicia, gula o lujuria. Su aspecto es el de una criatura humanoide con extremidades cortas y delgadas, abdomen abultado y cuello estrecho y largo con el que difícilmente pueden tragar. Sus bocas son pequeñas y sus ojos hinchados y fuera de sus órbitas, carecen de labios y párpados lo que les otorga un aspecto aterrador. Sin embargo la mayoría de ellos son inofensivos, son seres trágicos que están sufriendo y raras veces se inmiscuyen en los asuntos de los mortales.

            Viven en un plano de existencia llamado Gakido  o mundo de los espíritus hambrientos situado solo un grado por encima del Jigokudo o infierno y dos niveles por debajo del Ningendo, donde habitan los seres humanos, estando entre ellos el Chikushodo  o mundo de los animales y el Shurado , un lugar donde se libra una batalla donde los caídos se alzan una y otra vez en una guerra eterna. Así pues un alma que haya padecido los tormentos del infierno y pagado parte de su karma puede ser liberada en el gakido y seguir penando allí. Del mismo modo y como castigo por sus malas acciones en vida puede una persona reencarnarse en un gaki.  



            Estos seres están divididos en dos grupos: los gaki-sekai-fu que permanecen en el gakido  y los nin-chu-fu que deambulan entre nosotros y pueden, a veces, ser vistos.

            Con respecto a su nivel de padecimiento existen tres grados: los Muzai-gaki que sufren hambre y sed constantemente, nada de lo que coman podrá saciarlos nunca. Gran parte de los que se quedan en el gakido pertenecen a esta clase. Los Shozai-gaki  pueden calmar su apetito devorando sustancias impuras (sangre, agua estancada, carne en descomposición, excrementos...). Los más afortunados son los Usai-gaki, pues se les permite alimentarse de restos de las sobras de comida dejadas por humanos o animales así como las ofrendas a los dioses o ante las tablillas funerarias de los antepasados.



            Se conocen hasta treinta y seis tipos de gaki dependiendo de su dieta, causa de la transformación e incluso aspecto así por ejemplo aquellos que robaban objetos de valor de los templos acabarían transformados en Jiki-man-gaki  que se alimentan exclusivamente de las pelucas con las que se decoran algunas estatuas de los santuarios budistas.  Los que donaban comida podrida a monjes o peregrinos regresarían como Fujo-ko-hyaku-gaki  que solo comen carroña  o aquellos que osaban apropiarse del sake o el arroz sagrados lo harían como Cho-ken-ju-jiki-netsu-gaki  que rondan por los cementerios tragando ceniza y restos de huesos de las piras funerarias. Está claro que si alguna vez visitáis un templo budista procurad no tocar nada sin permiso o acabaréis con un nombre muy largo y unos hábitos alimenticios nada saludables.

            La mayoría de los gaki están relacionados directamente con  la putrefacción y la muerte. Muchas de las enfermedades desconocidas en la antigüedad eran atribuidas a estas criaturas. Se cree que los Shikko-gaki  devoraban cadáveres y propagaban la peste y que los Jikki-kwa-gaki  o devoradores de fuego podían introducirse en el cuerpo de la gente para robarles su calor. No obstante debido a su particular régimen los gaki suelen rondar por lugares insalubres donde las epidemias ya están presentes y por lo tanto no son responsables de su contagio.

            Si el pecado cometido fue leve el gaki podrá adoptar la forma de un insecto, y aunque no se especifique cual es de suponer que se trate de moscas, gusanos o cualquier otro que se alimente de inmundicias y despojos.


             Es famoso un suceso acaecido en Kioto hace trescientos años. Un comerciante llamado Kazariya Kyubei  regentaba un próspero negocio en la popular Teramachi  (lugar de visita obligada situada en el centro de la ciudad, famosa por sus tiendas, templos y animada vida nocturna). A su servicio estaba una joven llamada Tama. Era muy trabajadora y servicial pero descuidaba su aspecto. No parecían interesarle los vestidos, los festivales o los apuestos muchachos que solían pasear por las calles de la capital. Llevaba pelo sucio y sus ropas estaban desgastadas y remendadas.

            Un día Kyubei le reprochó su actitud, avergonzada le explicó que tras morir sus padres y al ser hija única sobre ella recayó la responsabilidad de oficiar un funeral digno. Siendo de origen humilde no pudo costear el rito, en lugar de eso guardó las tablillas mortuorias y juró ahorrar hasta reunir las cien monedas de plata que necesitaba. Impresionado por la sinceridad de la chica Kyubei prometió no hablar más de ese asunto y permitió que vistiese como ella quisiera, a la vez que incrementó un poco sus emolumentos.

            No mucho tiempo después vio cumplido su deseo y pudo al fin depositar las tablillas de sus padres en el cercano templo de Jorakuji. El monje, sabedor de la historia de la chica solo le cobró setenta monedas así que ella le pidió a la esposa de Kyubei que le guardase las treinta restantes. Poco pudo disfrutar de su obra, el undécimo día del primer mes del decimoquinto año de Genroku Tama abandonó este mundo aquejada de unas repentinas fiebres.

            Diez días después del fallecimiento una mosca de gran tamaño entró en la tienda y no paró de incordiar al comerciante. Éste se extrañó de que hubiera moscas durante los meses de invierno. Como Kyubei era un hombre piadoso y devoto budista no le hizo ningún daño, la atrapó y con suma delicadeza la echó fuera pero su esfuerzo resultaron inútiles, el insecto volvía a entrar una y otra vez.



            La esposa sugirió que tal vez se tratase de Tama que había regresado.

            ´Solo hay una manera de averiguarlo´- dijo Kyubei.

 Tras cazarla una vez más la marcó con carmín utilizando un finísimo pincel, después la liberó a una distancia considerable de la casa.

            Al día siguiente una mosca con un característico color rojo volaba alrededor de la atribulada pareja.

            ´No hay duda, es ella´- reconoció él.

            ´Aún conservo sus treinta monedas´- recordó la mujer- ´Quizá haya vuelto para reclamarlas, llevémoslas al templo y pidamos a los monjes que recen por su alma´.

            Una vez dicho esto la mosca se dirigió hacia la ventana y justo antes de salir cayó muerta. Kyubei la recogió y la depositó en una cajita y fueron hasta Jorakuji  . Allí el monje les dijo que habían obrado bien. Aceptó el dinero y se ofreció a realizar el ritual del segaki  para aplacar al espíritu de la difunta chica.

            Tras las exequias colocaron la tablilla mortuoria de Tama junto a la de sus padres y enterraron la cajita con la mosca y así pudo al fin reencarnarse de nuevo.


SEGAKI


            Es un ritual budista que busca mitigar el sufrimiento de los espíritus hambrientos, es eficaz tanto para los gaki como para los muenbotoke  (fallecidos sin familia). Suele realizarse durante los meses de verano, coincidiendo con los festivales O-bon. La ceremonia consiste en colocar ofrendas de arroz y agua en un pequeño altar llamado gaki-dana y rezar unas plegarias. Todos los espíritus serán capaces de ver la comida y podrán paliar su hambre, a cambio deberán regresar al gakido . Estos obedecerán aunque nada les impide que vuelvan a escaparse.



            Por toda Asia se celebra en verano el mes de los fantasmas hambrientos y es costumbre quemar billetes falsos, comida o ropa para satisfacer las necesidades de los muertos en el otro mundo.





CASOS PECULIARES


            Algunos tipos de gaki merecen una mención aparte. Aunque siguen teniendo el mismo origen su aspecto o comportamiento les diferencia claramente del resto.

            Los Jiki-ketsu-gaki  o bebedores de sangre son muy agresivos, buscarán víctimas indefensas a los que extraerle el fluido vital sintiendo predilección por los niños y ancianos. Este gaki no acabará inmediatamente con su víctima sino que la irá debilitando lentamente hasta matarla, tras lo cual buscará a otra. No se sabe exactamente cómo se alimenta aunque es posible que adopten la forma de un mosquito. Llamados erróneamente ´vampiros japoneses´ a veces se les confunde  con los Shinko-gaki, que se caracterizan por tener la boca repleta de dientes muy afilados, una mala pasada sin duda de la imagen preconcebida que tenemos de su análogo occidental. Se le asocia a la enfermedad de la anemia.

            El Yoku-shiki-gaki  es el único que presenta un aspecto hermoso y saludable, se alimenta de sexo. Es capaz de cambiar de género a voluntad así como su tamaño o peso y puede colarse por cualquier abertura por pequeña que esta sea para llegar a sus víctimas y yacer con ellas. Una vez satisfecho se transformará en insecto y tratará de pasar desapercibido. Al igual que los bebedores de sangre el objeto de sus visitas se enfrentará a una muerte lenta. En este caso las similitudes con el incubo y el súcubo occidental son evidentes.

            Aquellos que en vida utilizaron o comerciaron con venenos acabarán convertidos en Jiki-doku-gaki y buscarán sorber cualquier tipo de sustancia tóxica. Es el único gaki que puede llegar a resultar beneficioso pues es capaz de extraer la ponzoña del interior de los cuerpos y evitar así sus efectos nocivos.

            Por último destacar a los Jiki-fu-gaki, comedores de viento y a los Jiki-ke-gaki, comedores de olores. Os dejo a vosotros dilucidar de qué se alimentan exactamente.



            En el siguiente artículo os hablaré de otros tipos de espíritus hambrientos, de sus hábitos e idiosincrasia, de sus orígenes y leyendas. Me dejo a muchos tipos de gaki en el tintero pero al ir a mojar la pluma me lo he encontrado vacío, seguro que uno de esos desvergonzados ha estado rondando por aquí. ¿Sabíais una cosa? En Japón la expresión ´Kono gaki da!´  significa ´Malditos niñatos!´ pero hay que decirlo con cara de enfado y voz grave, venga, repetid conmigo ´KONO GAKI DA!´ Así es, muy bien. Y ahora con vuestro permiso voy a descansar un poco, creo que me está entrando hambre.
           


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