23 abr 2016

KAGOME KAGOME


JUSTO DETRÁS DE TI


            Imagina que estás totalmente a oscuras, un coro infantil da vueltas a tu alrededor, puedes oír sus voces por todas partes, están cantando una canción. Al principio no entiendes bien lo que quieren decirte, las tinieblas empiezan a dar sentido a las palabras, ahora la entiendes, habla de algo que sólo tú sabes, la comprensión llega con un escalofrío en la nuca. Las vocecitas recitan al unísono, un sonido sobrenatural parece brotar de sus pequeñas gargantas te están enviando un mensaje y al final te hacen una pregunta:

            ¿Quién está detrás de ti?



LA CANCIÓN


            “Kagome kagome”  es un juego tradicional en el que un grupo de niños forman un corro mientras uno de ellos permanece en el centro con los ojos vendados o tapados, todos comienzan a dar vueltas y a cantar una canción, al final de la misma el chico cegado deberá adivinar quién se encuentra justo a sus espaldas, no podrá salir del círculo hasta que acierte. La persona a sus espaldas ocupará su lugar y el juego volverá a comenzar. Hasta ahí parece un inofensivo entretenimiento para tiernos infantes en edad escolar pero la letra de la canción alberga un inquietante misterio: nadie sabe lo que dice exactamente.

            Su origen se remonta a la era Heian en la que los hijos de los nobles más relevantes eran enviados como rehenes a la corte imperial, allí separados de sus familias congeniaban entre ellos y se imaginaban volviendo a sus hogares, así el juego simbolizaría su encierro y el premio la posibilidad de poder escapar de él. Al provenir de una época antigua donde la lengua japonesa era más rica en ideogramas y estar próxima al chino, lengua culta en aquél entonces, y ser elaborado por chiquillos hace que su forma escrita original no esté del todo clara. La canción se ha transmitido casi siempre de forma oral de modo que los kanji  (ideogramas japoneses) que se usan en la actualidad para escribir la letra se han adaptado al sonido de la misma por lo que una traducción exacta es imposible.

            Los niños que entonan  “kagome kagome”  lo hacen de forma continua, sin respetar signos de puntuación ni formar frases concretas, en la lengua japonesa el orden de los kanji y cómo vayan estos agrupados pueden hacer variar el sentido de una oración y esto sucede claramente con esta canción.

            Aquellos que experimentan el juego creen encontrar sentidos ocultos dentro de la letra, mensajes casi siempre descorazonadores. Sumidos en la oscuridad e imbuidos por el hipnotizador sonido de jóvenes voces danzarinas pueden provocar en el participante un estado de trance en el que se verá asaltado por toda clase de pensamientos oscuros y funestos.

            La pregunta final siempre es la misma: ¿Quién está detrás de ti? En el momento adecuado lo sabrás, hay algo que hasta los niños saben: Pronuncia el nombre de quien creas que es la persona que está tras de ti, pero no abras los ojos antes de hacerlo y sobre todo no te gires, no te vuelvas, no intentes mirarle nunca...


Monumento y letra de la canción, salida oeste de la estación Koen-Shimizu, prefectura de Chiba Noda

                                                                                          LA LETRA

            El gran misterio, ¿Qué significa? ¿Esperáis que yo os lo diga? No tengo respuesta solo unas palabras enigmáticas. El sentido de las mismas habréis de buscarlo cada uno de vosotros.

            La traducción “canónica” viene a ser algo así:

Te rodeo, te rodeo
El pájaro dentro de la jaula
¿Cuándo saldrá?         
Por la mañana o por la tarde
La grulla y la tortuga resbalaron
Dime ¿Quién está detrás?


            Hay quien quiere ver un sentido algo más oscuro, habla de una mujer embarazada que pierde a su hijo y es repudiada.

La preñada, la preñada
Tiene un pajarito dentro
¿Cuándo lo soltará?
De día o de noche
La grulla (la mujer) se resbaló y la tortuga (el dinero, la riqueza) cayó
¿Ahora quién la apoyará? (quién está detrás suya)


            El lamento de un condenado a muerte.

Estoy rodeado
Dentro de un templo (torii, templo shintoista, igual que tori, pájaro)
¿Cuándo volveremos a vernos? o ¿Podré escapar de aquí?
La mañana es mi noche   o   Estoy cegado   o   No puedo ver la luz
La grulla y la tortuga ya no están (presagio de muerte)
Ahora tengo a alguien detrás (su ejecutor)


            Al preguntar a un familiar japonés me dio su versión: Una suegra celosa empuja a su nuera embarazada por las escaleras para matarla.

Gracias a los dioses (kagome es una forma de bendición)
 Lleva un pajarillo dentro (estaba embarazada)
¿Cuándo lo tendrá? (cuando saldrá)
A las cuatro de la mañana (entre la noche y la mañana, yoru ban)
La dama se ha resbalado
¿Quién estaba detrás?


            Hay una cosa que me ha quedado meridianamente clara, ninguna interpretación que he encontrado u oído es positiva y al hablar del tema el ambiente suele enrrarecerse (llegando a la discusión por tal o cual término).

            Esta canción hace aflorar tus miedos más profundos, saca lo peor de ti.

            Si tenéis la ocasión probadlo, dejaos rodear por un grupo de voces infantiles (o en su defecto femeninas), tapaos los ojos y escuchad, escuchad atentamente a ver que pasa.



EL PROYECTO KAGOME


            Aunque el nombre de esta entrada es imaginario  quizá no lo sea tanto la historia que a continuación os narraré.

            Por todos es conocido que durante la segunda guerra mundial todas las potencias involucradas (si, he dicho todas) experimentaron de algún modo con humanos aunque especialmente infames fueron las realizadas por los científicos nacionalsocialistas. Uno de los menos conocidos teorizaba con la existencia de un “interruptor universal” sito en alguna región cerebral encargado de “ordenar” la muerte del cuerpo. Si se lograba localizar y aislar para su estudio sería posible evitar el cese de las funciones vitales indefinidamente o lo que es lo mismo alcanzar la inmortalidad clínica.

            Los encargados del proyecto tardaron dos años en recibir una respuesta del gobierno y no fue hasta 1942 cuando se les permitió iniciar los experimentos con las condiciones de que no se practicaran sobre ciudadanos alemanes ni se realizaran en territorio del reich además los resultados de los mismos no deberían ser compartidos con nadie que no perteneciera al alto mando militar.

            Se formó una expedición científica a Japón, aliado por entonces de Alemania y se llevaría a cabo en un orfanato de la provincia de Shimane, el lugar ideal puesto que los “candidatos” debían ser “personas que no tuvieran nada que perder ni tuvieran quien se interesaran por su destino”.

            Las primeras intervenciones consistieron en meras lobotomías y vivisecciones con el fin de comparar el cerebro de personas de distintas edades y así localizar las variaciones derivadas del paso del tiempo y con ello detectar la ubicación del “interruptor”. A pesar de los fracasos iniciales los científicos llegaron a dos conclusiones, la primera era que el interruptor se activaba durante la pubertad  y que a partir de entonces el proceso era irreversible, la segunda, el interruptor no se encontraba en el cerebro, sino en el cerebelo.

            Los brutales experimentos tuvieron por fin sus primeros frutos y a pesar de las horribles mutilaciones sufridas por muchos de los niños parece que lograron aislar la hormona responsable del proceso de “interrupción de la vida”.

            Los niños se comportaban con normalidad, jugaban y reían y parecían ignorar sus cicatrices y heridas. Les gustaba especialmente un juego llamado “kagome kagome” al que dedicaban gran parte de su tiempo de ocio.

            La situación cambiaba radicalmente cuando alguno de los niños era separado del resto. Éste perdía toda iniciativa y no mostraba ningún tipo de emociones, seguía compulsivamente a un adulto cualquiera y se limitaba a observar sin tratar de entablar ningún tipo de comunicación, era un comportamiento que causaba gran inquietud entre los cuidadores y equipo científico.

            El juego se acentuaba mientras los niños parecían más ausentes, ignoraban casi todos los estímulos exteriores mientras entonaban compulsivamente la misma canción. En una ocasión uno de los doctores trató de romper el círculo cuando uno de los niños le realizó una pregunta: “¿Es verdad que tu abuela te regaló un reloj de oro antes de morirse?”. No hubo respuesta a excepción del tic-tac que emitían los engranajes de un precioso reloj dorado mientras el médico lo agarraba con fuerza. Los niños, desinteresadamente, reanudaron el juego.

            La guerra terminó, un mensaje de muerte llegó desde los cielos en forma de bomba, la vecina Hiroshima quedó reducida a cenizas. El de Shimane fue uno de los pocos “laboratorios de experimentación alemanes” capturados intactos tras la guerra, los descubrimientos realizados por los estadounidenses crearon tal estupor que decidieron mantenerlos en secreto.

            Del equipo científico original solo quedaban cuatro integrantes, la mayoría había regresado a su patria antes del fin del conflicto debido a “diversos problemas mentales”. Antes de partir hacia su cautiverio los niños preguntaron en un perfecto alemán si querían jugar con ellos una última vez. En un primer momento accedieron a participar pero los niños añadieron “en esta ocasión si os resistís perderéis”. Los ojos de los pequeños rezumaban absoluta maldad. Los científicos rogaron a sus captores que les sacaran de allí lo antes posible.

            Hiroshima renació, y a pesar de las cicatrices es hoy una próspera población que perdona pero no olvida. Hay sin embargo un bosque de retorcidos árboles no muy lejos, en una colina poco transitada aún se levanta un viejo edificio abandonado. Dicen que dentro hay muchas puertas pero una de ellas es de color rojo, si la cruzas es posible que te encuentres con un grupo de chiquillos, tal vez te inviten a jugar con ellos, quizá ganes, si lo haces es probable que sobrevivas El silencio ha sustituido a las risas y grititos infantiles. Ya nadie pasa por allí, los que lo hacen no quieren volver y algunos nunca regresan. Puede que se extraviaran o que perdieran el juego...

El orfanato abandonado

CONCLUSIONES


            Durante la elaboración de este artículo me encontré de bruces con esta historia y lo cierto es que me sorprendió por lo que no pude refrenar mi deseo de compartirla con todos vosotros. Inicié una pequeña investigación y la verdad es que me encontré con un hueso duro de roer y cada vez que parecía encontrar el hilito que me permitiría desentrañar la madeja acababa en un callejón sin salida. Daba vueltas y vueltas sin llegar a ninguna parte, como los niños de esta historia.

            Es cierto que la colaboración científica entre Alemania y Japón se remonta a 1934 y que existe en Shimane un antiguo orfanato al que nadie se atreve a ir. Allí hubo personal alemán sin determinar. Aparte de eso no puedo ofrecer nada más, ningún nombre, ninguna referencia, nada.

            Por tanto creo en mi humilde opinión que nos encontramos ante una leyenda urbana de manual, personalmente me cuesta creer algo que no esté mínimamente documentado o al menos que sea de conocimiento público, mis fuentes japonesas no saben nada sobre el asunto pero admito que sería un gran argumento para una película de serie B.

            ¿Que por qué lo escribo entonces? Pues porque me ha gustado la historia y además se que mientras estabas leyendo has mirado al menos una vez por encima de tu hombro ya sabes, por si había alguien detrás. Si, tú, no me engañes, se que has mirado.


             Te he visto mientras lo hacías.



            

16 abr 2016

BANCHO SARAYASHIKI


LA CUENTA INTERMINABLE O LA HISTORIA DE UNA VIDA ROTA



            No todos los fantasmas son horrendos, ni las venganzas productos del odio. Algunos son hermosos y su alma, lejos de haber sido lastradas por el rencor, han sucumbido víctimas de una profunda tristeza. Esta es la historia de Okiku, espíritu con el que todos los que vagamos penando en vida podremos sentirnos identificados.

            El castillo de Himeji es uno de los edificios más bonitos de todo Japón y seguro que todos vosotros habéis visto alguna vez sus blancas paredes elevándose majestuosas entre mares de cerezos en flor.


Castillo de Himeji

            En tan idílico lugar vivía la joven Okiku, una sirvienta proveniente de una familia pobre que como muchos en el siglo XVII se esforzaban por complacer a sus dueños a cambio de un poco de comida y un trato amable. Aún con todo, era feliz, pues tenía la inmensa fortuna de poder residir en un lugar sin duda bendecido por los kami , donde los pájaros cantaban con fuerza y la brisa se deslizaba jugando entre las hojas de los sauces, tan abundantes en la zona.

            Okiku era alegre, algo delgada pero alta para su edad y guapa, muy guapa. De la misma manera que las malas personas se sienten atraídas por las de buen corazón y el ambicioso siempre encuentra al crédulo y al honrado así un samurái llamado Aoyama Tessan, de tan elevado rango como baja era su moral no tardó en poner sus ojos en ella.

            Tessan era cruel, sanguinario y temperamental, atributos que en un guerrero curtido como él eran considerados con indulgencia por la gente, además su posición social hacía que sus deseos fueran por regla general rápidamente complacidos.

            Muchas veces abordó a Okiku con propuestas amorosas y otras tantas fue rechazado, Tomando el samurái estos desplantes primero como un desafío y luego como la testarudez típica de las mujeres que se saben hermosas.

            Un día le fue encomendada a Okiku una sencilla pero a la vez delicada tarea, siendo como era una sierva de confianza le encargaron transportar una vajilla compuesta por diez platos de porcelana regalo del mismo shogun al señor del castillo y que iban a presidir la cena a la que un importantísimo daimio estaba invitado.

            Los utensilios fueron cuidadosamente embalados y guardados en cajas lacadas y así entregados a Okiku quien se apresuró a dirigirse al lugar donde le habían indicado protegiendo con gran celo su valiosa carga.

            Mas la perversa mente de Tessan quiso idear un plan que haría que la joven Okiku se entregara por fin a él. Distrayéndola con una orden banal decorada con una voz enérgica la alejó de su obligación y abandonó las cajas durante un momento, justo lo que el malvado samurái necesitaba. Con cuidado extrajo uno de los platos y lo ocultó entre sus ropas, luego trató de disimular su acción de modo que nadie se diera cuenta.

            La inocente Okiku nada sospechó y se dispuso a despachar los platos en su destino. Quiso asegurarse de que todos los platos habían llegado intactos y de ser así adecentarlos de modo que quedaran agradables a la vista de sus severos superiores.

            La cara de Okiku palideció cuando al contar la vajilla echó en falta uno de los platos, los contó una y otra vez mientras la desesperación iba recorriendo sus venas como el frío torrente de un río en invierno, uno, dosasí hasta nueve, siempre nueve. ¡Y a ella le entregaron diez! Estaba segura que había tenido cuidado y no le estaba permitido ni siquiera pensar en que tal vez le hubieran entregado la cantidad equivocada, ¡Eso sería una gran ofensa!

              La joven lloraba desconsolada cuando el astuto Tessan se acercó a ella. Preguntó si todo estaba yendo bien e intencionadamente hizo incapié en la importancia de la visita y que al tratarse de familiares del shogun era vital cuidar hasta el más mínimo detalle y ello pasaba por los blasones grabados en los platos donde se iba a servir la cena
.
            Okiku cayó de rodillas ante el samurái y confesó que faltaba una de las piezas que se le encomendaron, las lágrimas recorrieron sus mejillas a la vez que Tessan sintió un escalofrío de satisfacción, había caído en la trampa como un pajarillo y ahora la tenía a sus pies.

            -“¿Cómo te atreves a ser tan descuidada con asuntos tan delicados?”- Gritó Tessan.

            Okiku apenas lograba balbucear algo parecido a una débil disculpa.

            -“! Sabes muy bien cuál es el castigo por semejante afrenta, y yo mismo lo llevaré a cabo si no haces algo por remediar esta situación!”- Aullaba mientras echaba mano a su espada de manera amenazante.



            “Pero soy una persona indulgente”-dijo mientras se aproximaba lentamente- “la quinta virtud del bushido es la compasión y no me es ajena niña, se que los de tu clase no reúnen las dotes necesarias para seguir la vía pero hasta un perro sabe mostrarse agradecido”- Siguió acercándose hasta poder tocarla con su aliento- “¿Qué me dices pequeña, podrías mostrarme un poco de tu agradecimiento a cambio de mi digamos comprensión?”.

            Tessan extendió su mano y rozó la cara de Okiku quien la apartó bruscamente.

            “!Zorra!”- escupió.

            El samurái la abofeteó con tal fuerza que Okiku casi perdió el conocimiento.

            “!!Desearás que tu muerte sea rápida pero juro por mis antepasados que yo haré que no sea así!!”.

            Bramó y su cuello se tornó hinchado y rojo como el de un toro, antes de abandonar la estancia dio un puntapié a Okiku que la hizo doblarse por el  dolor y la dejó allí tumbada.


            Lamentablemente el tormento de Okiku no hizo más que empezar, sirvientes y vasallos de menor rango se apartaban ante un Tessan enloquecido, recorrió los pasillos de un lado a otro y más de una doncella afirmó más tarde que no era una persona si no un oni  rabioso que había invadido el castillo.

            Regresó a la estancia donde Okiku aún permanecía sollozando y le exigió a gritos que confesara, sólo obtuvo un leve gemido como respuesta y con los ojos inyectados en sangre la agarró de la cabellera y así, a rastras la sacó al patio trasero de la fortaleza.

            -“!!Dime donde está el plato que falta sucia perra!!”.

            Tessan entró en un trance asesino. Con una gruesa cuerda ató a Okiku, los nudos le causaban gran dolor y con un profundo lamento rogó por su vida. Un fuerte golpe de puño en el estómago. No hubo más quejas.

            El samurái la izó sobre el pozo que proveía de agua al castillo, observó su obra, un hilillo de sangre recorría la comisura de los labios de la mujer, con una gran agonía alzó la vista, sus miradas se cruzaron, los ojos de Okiku suplicaban un porqué, Tessán soltó la cuerda.

            Todo acabó, el samurái se arrodilló como si hubiese librado una larga y cruenta batalla, resoplaba como un caballo tras una jornada de marcha.

            “Okiku”- susurro- “Maldita seas Okiku”.


           
            Transcurrió todo un año y el turbio asunto de los platos fue olvidándose hasta que una noche algo interrumpió el plácido sueño de cierto samurái de infausto nombre. La suave voz de una dama parecía contar, Tessan abrió su shoji (puerta corredera), a pesar de ostentar un cargo importante su habitación seguía dando al patio trasero, reservándose las estancias delanteras a las visitas y vasallos directos del clan Tokugawa.

            La voz siguió contando, Tessan contempló con espanto cómo una figura resplandeciente surgía de dentro del pozo, la cuenta seguía y mientras atenuaba su brillo la silueta de Okiku  seguía contando y con mirada acusadora se encaminó hacia el castillo, hacia su asesino, hacia Tessan. “.sieteocho”. El samurái se arrastró y retrocedió como un cangrejo atrapado en la arena. Nuevela figura comenzó a abrir los ojos…”NUEVEEE” La cara de Okiku, blanca como la nieve, el rostro de los muertos mostraba ahora una desesperación supina. “N..NUE..VEEE”. El espíritu abrió lentamente su boca hasta desencajar su mandíbula en un gesto antinatural. Los labios de Tessan comenzaron a temblar descontroladamente. Okiku voló hacia él y dos escalofriantes gritos se fundieron en la noche.

EL FANTASMA DEL CASTILLO


                ¿Qué sería de un viejo castillo occidental sin su correspondiente fantasma recorriendo eternamente sus estancias, ajeno  al mundo en el que una vez vivió?

            Oriente también los tiene y el de Okiku en Himeji es un buen ejemplo. Se la suele ver emergiendo del mismo pozo donde fue asesinada, comienza a contar unos platos (que aparecen como círculos luminosos que la rodean) y al llegar al número nueve busca frenéticamente la pieza que le falta y al no encontrarla llora y profiere una serie de alaridos que hielan la sangre de aquellos que contemplan la escena.

            Okiku no es un yurei al uso, esto es, no estamos ante un espíritu vengativo, solo pretende encontrar el plato que le falta y como lamentablemente éste se perdió hace tiempo está condenada a buscarlo eternamente. Una forma bastante conocida y sencilla de calmarla es terminar la cuenta por ella, si alguien grita en su presencia ¡diez! se tranquilizará y se desvanecerá no volviendo a molestar a los testigos.

Sepultura de Okiku, nótense los platos en sus manos y en la base de la tumba.

            Algunos os preguntaréis porqué Okiku no busca venganza. La respuesta es simple: Según las creencias japonesas un yurei es producto de su último pensamiento en vida, así si alguien es víctima de una gran injusticia y muere con un profundo deseo de revancha probablemente volverá para atormentar a los culpables. Okiku sin embargo murió convencida de que había recibido sus diez platos y únicamente quería encontrar el que faltaba. Quizá fue debido a su inocencia o a la idealización por parte de los diversos narradores de esta historia pero Okiku no albergaba ningún odio hacia Aoyama Tessan y se atribuye a sus remordimientos el que enloqueciera al ver al espíritu de la joven emergiendo del pozo.

Pozo de Okiku y castillo de Himeji

DIPLOMACIA


            Otro ejemplo es el vivido por un kaishakunin que se vio obligado a acabar con un samurái acusado injustamente de un crimen mayor. Antes de la ejecución y en presencia de los testigos el condenado amenazó a su verdugo con volver de entre los muertos y vengarse por matar a alguien aún a sabiendas de su inocencia. Todos palidecieron, pues para un samurái no hay diferencia entre palabras y hechos.

            El astuto kaishakunin hizo una curiosa propuesta al condenado: Si de verdad era inocente era en ese momento y delante de todos los testigos que podía demostrarlo y de esa manera le retó a morder la piedra sagrada que presidía el patio después de ser decapitado.

            El samurái perdió su cabeza pero antes de que el kaishakunin se la llevara comenzó a rodar hasta llegar a la piedra y para asombro de la audiencia abrió su boca y la mordió. Algunos nobles manifestaron su preocupación por las amenazas del muerto, a lo que el ejecutor explicó que no era la primera vez que se topaba con casos similares, el samurái murió tratando de demostrar su inocencia y con una sola idea en mente: morder la piedra, para corroborarlo recogió la cabeza del suelo y se la mostró a todos, en su rostro se evidenciaba una expresión de paz. “Ha muerto bien”, dijo, se excusó y abandonó el lugar sin ningún temor.

                       

PUES YO HE OÍDO QUE...


            La historia de Okiku ha sido reinterpretada en infinidad de ocasiones llevándose incluso al teatro donde el argumento fue cambiado convirtiéndose en una trágica historia de amor que transcurría en la casa señorial de los Aoyama en Tokio.

            En algunas versiones Tessan rompe el plato, en otras ni siquiera se llama así, también se habla de una valiosa vajilla holandesa y no un regalo del shogun.

Parte de la vajilla de Okiku

            El destino de Tessan también es incierto aunque se le quiso dar un final poético y como añadido a la leyenda se cuenta que enloqueció y se le expulsó del castillo abortando de paso un intento de asesinato contra el daimio de Himeji planeado previamente por el malvado samurai.

            Por último se sabe que una plaga de gusanos de seda de origen extranjero azotó la provincia de Himeji, solían abundar en lugares húmedos como antiguos pozos, los habitantes del lugar comenzaron a llamarlos Okiku-mushi ya que les recordaba a la doncella atada.

DIEZ


            Quisiera dedicar este artículo a todos aquellos que al igual que la protagonista de la historia se encuentran en un profundo agujero y tratan desesperadamente que alguien les brinde un poco de ayuda y por fin les salgan las cuentas.


            A veces solo es necesaria una palabra.

8 abr 2016

MIMINASHI HOICHI

EL LLANTO DE LOS MUERTOS


-“!Eh, tú!, ¿Eres Hoichi?”- inquirió una dura voz

            El escuálido monje se sobresaltó pues no solía recibir visitas a tan altas horas de la noche. Giró la cabeza a uno y otro lado, a pesar de estar ciego había adquirido la habilidad de localizar a sus interlocutores por el sonido de sus voces pero en esta ocasión parecía proceder de todas partes a la vez.

-“¿Eres Hoichi el músico?”- repitió el misterioso visitante.

            El monje tanteó con la mano derecha hasta alcanzar su biwa (instrumento de cuatro cuerdas similar a un laúd) y lo abrazó como una madre a su hijo recién nacido.

-“Si señor, así me llamo. ¿Qué desea de mí a estas horas?”

-“! Silencio!, tienes que acompañarme inmediatamente, llévate tu instrumento, yo te guiaré.

La voz sonaba autoritaria, fría y dura como un bloque de acero, contenida pero imperativa. El extraño le asió del brazo y  fue abriendo camino. Su tacto era como el de un halcón cuando abate a su presa, podría partirle el brazo con un solo movimiento si quisiera. El entrechocar de diversos abalorios y el crujir de algún tipo de cuero, junto con todos los detalles anteriores indicó a Hoichi que debía de ser un guerrero con toda su panoplia quien le conducía a su desconocido destino.




Un escalofrío le recorrió la espalda, quizá alguien importante habría podido sentirse ofendido por alguna de sus canciones y mandaba a uno de sus servidores para ejecutarlo ante él.

-“Tranquilo Hoichi, mi señor no te desea ningún mal”- dijo el guerrero, como si de alguna manera hubiese podido escuchar sus pensamientos.

Al poco llegaron a algún lugar cerca de la costa, la brisa marina y el romper de las olas hacían las noches veraniegas de Akamagaseki muy agradables y llevaderas, muy distintas de la infatigable humedad que sufrían media jornada de camino más hacia el interior.

El guerrero pidió permiso y unas enormes y pesadas puertas se abrieron ante ellos, el chirriar de los goznes indicaron a Hoichi que se trataba de una edificación imponente, un palacio o tal vez un castillo, pero no sabía de ninguno por esa zona.

-“!OOOii... Acudid todos, he traído a Hoichi, daos prisa, haced los preparativos!”- exclamó el guerrero.

Un sonido de frotar de seda contrastaba con el tosco rechinar de su escolta, leves risas de mujer le rodearon y el monje no pudo evitar sentir una profunda vergüenza. No hace mucho que llegó a esa zona, era un simple peregrino mendicante al que se le dio asilo en el templo de Amida-ji  y ahora se encontraba ante nobles del más alto rango, cubierto de harapos y con la cabeza sin afeitar.

Una mano de porcelana asió su muñeca, suave, fría, delicada, como si fuera a quebrarse en cualquier momento, su tacto se diferenciaba tanto de la zarpa de hierro que hasta hace poco le atrapaba como el invierno es al verano y el mar es a la tierra.

-“Querido Hoichi, hemos estado esperándote.”- Dijo una melodiosa voz.

-“¿Quién mi señora?”- contestó Hoichi.

-“Nosotros, simplemente nosotros, no hagas muchas preguntas buen monje, solo has de saber que mi señor es una persona muy importante y que estamos de paso. La fama de tus habilidades con el biwa ha llegado hasta sus oídos y es su deseo que nos deleites con tu música. ¿Querrías hacer eso por nosotros Hoichi-san?”- dijo la voz

Sabedor que desobedecer la petición de un samurái no era una buena idea no tenía otra opción que acceder, aunque la dulzura en la voz de su interlocutora unida a la extrema cortesía mostrada para con él hicieron que Hoichi realmente quisiera compartir su arte ante tan ilustre audiencia.

-“¿Tiene su señor algún tema predilecto?”- preguntó.

-“Las crónicas de Heike”.- dijo ella.

-“Mi señora, es una saga muy extensa, podría llevar días, ¿Qué pasaje debo interpretar?”

-“Dan-no-ura”- contestó lacónicamente.




Hoichi hizo una profunda reverencia y preparó el biwa. La voz del monje comenzó a relatar los hechos, tañía su laúd y de él brotaron solemnes notas,  decidió llevar el relato un poco más atrás y así relató a todos la gloriosa carga en Ichi-no-Tani, la heróica muerte del joven Atsumori  y así hasta llegar hasta el fatídico día en el que la poderosa flota Minamoto  acorraló a los restos del clan Taira, que a pesar de escasos eran la flor y nata de su tiempo. Los guerreros más cultos y valientes, las damas más corteses y bellas.

El canto se hizo más frenético a la vez el oleaje se dejaba sentir por toda la estancia, los dedos de Hoichi pellizcaban las cuerdas imitando el disparo de los arcos. Habló de bravos sirvientes que se hundían en las oscuras aguas de Dan-no-ura para no emerger jamás. De temibles guerreros que aún estando sus petos cargados de sangrantes saetas se negaban a caer y de nobles doncellas que se resistían a ser capturadas y apuñalaban sus largos cuellos.

Y habló de la muerte del emperador niño Antoku, de cómo su abuela lo preparó con su vestidito de guerrero y su pequeña espada ceremonial. Los cuerpos de las damas de más alta alcurnia le sirvieron de escudo final. El barco comenzó a arder y poco a poco, junto con todos sus ocupantes se sumergieron para siempre.

La estancia se llenó de lamentos y llantos, hombres y mujeres por igual se golpeaban el pecho y maldecían aquel fatídico día. Las mujeres invocaban entre lágrimas el nombre de Antoku. La pena inundaba el lugar.





Hoichi se sorprendió del impacto que provocó su actuación y guardó un respetuoso silencio. Al poco la dama que habló por primera vez dijo:

-“Hoichi-san, agradecemos profundamente que hayas cantado para nosotros esta noche, mas nuestro señor se sentiría muy agradecido si accedieras a volver a actuar para nosotros mañana, solo permaneceremos aquí seis días y luego nos marcharemos, vuestra música haría nuestra estancia mucho más agradable”.

-“Lo haré sin dudarlo mi señora, ¿Pero a quien debo el honor?” –replicó

-“Viajamos de incógnito Hoichi-san, no necesitas saber más”

Y así terminó la primera noche, Hoichi volvió al alba y nadie en el templo pareció darse cuenta de su ausencia.

El guerrero volvió la noche siguiente a buscarle, encontró al monje preparado, esperándole, cosa que pareció satisfacer al guía quien profirió un gruñido a modo de risa.

Alguien en el monasterio se percató de la ausencia de Hoichi y no tardó en comunicárselo al abad, quien con un gesto de preocupación aguardó su regreso.

Un poco antes del amanecer y como ya hiciera el día anterior Hoichi volvió al monasterio. Allí le esperaba el abad:

-“Querido Hoichi ¿Puedo preguntar dónde has estado toda la noche?”

-“Señor abad, alguien reclamó mis servicios y tuve que antenderles”- respondió un sorprendido Hoichi.

-“¿Podría saber qué servicios eran esos que te mantuvieron dos noches fuera de este lugar?”- insistió el abad.

-“Lo siento, no puedo hablar de ello, ruego me perdonéis”.- sentenció Hoichi.

Dando por terminada la conversación el abad dio media vuelta sin mostrar ninguna emoción pero resuelto a averiguar qué ocultaba el monje. Ordeno a uno de sus subordinados que se mantuviese alerta y vigilara a Hoichi y en caso de abandonar el monasterio le siguiera.

Siguiendo el acordado ritual el monje y el guerrero se alejaron hacia la costa. Un sacerdote siguió a Hoichi aunque no tardó mucho en perderle de vista, una inoportuna lluvia y una noche sin luna impidieron seguirle el rastro.

No dándose por vencido y dejándose llevar por su oído el sacerdote prosiguió su búsqueda. Su perseverancia se vio recompensada al distinguir entre el repiqueteo de la lluvia el melancólico sonido de un biwa.

Encontró a Hoichi en un viejo cementerio cerca de un acantilado que daba al mar, estaba arrodillado entonando una antigua canción, La batalla de Dan-no-ura. Parecía ajeno a la lluvia que poco a poco se había vuelto torrencial. El sacerdote volvió lentamente su cuello y con horror comprobó que se encontraba frente a las tumbas del clan Taira.

Tumbas de guerreros Heike en el santuario de Akama

“!Hoichi, Hoichi, despierta por favor!”- le gritó el sacerdote mientras con una mano agitaba el hombro del músico.

Hoichi, lejos de parar, redobló sus notas y prosiguió con su cantar acentuando cada una de las notas. El sacerdote intentó arrebatarle el laúd pero al hacerlo Hoichi abrió sus ojos de par en par dejando ver dos marmoleas esferas blancas. Cuan demoníaco látigo un trueno iluminó el cielo y durante una fracción de segundo el sacerdote creyó ver cómo las gotas de lluvia, recortaban siluetas de soldados invisibles que le rodeaban, y su mente quiso hacerle creer que las figuras formaban un silencioso ejército cuyas filas llegaban hasta la orilla del indómito mar.



. . .

El sol estaba ya bastante alto  cuando Hoichi recuperó el conocimiento, El abad le observaba con severidad, y no dejó de hacerlo mientras con un leve movimiento de su mano pidió que les dejaran solos.

“Hoichi, mírame, estás en Amida-ji. Te encuentras a salvo, de momento al menos”- le dijo lentamente.

Hoichi no contestó, abrió la boca como si quisiera decir algo, pero no pudo articular palabra alguna.

“Hoichi, estás embrujado , has cruzado el umbral y ahora los muertos te reclaman para que formes parte de su séquito por toda la eternidad”.

El monje abría y cerraba la boca sin cesar, como un pez fuera del agua, abriendo sus inertes ojos y dibujando con sus cejas una mueca de absoluto temor.

“Pero aún hay esperanza para ti, debemos apresurarnos, la noche se acerca”.

Un acólito reavivó el fuego y el olor a incienso llenó la estancia, empequeñecida por una gran estatua dorada de buda. Una fila de disciplinados monjes entonaban sutras en continua sucesión. Hoichi se encontraba desnudo en el centro de la habitación, el abad estaba detrás, mojaba con cuidado un pincel en tinta china y trazaba gruesos  caracteres en su espalda.



“Este es el sagrado Sutra Hannya Shin Kyo.  La forma es el vacío y el vacío es la forma. El vacío no difiere de la forma; la forma no difiere del vacío. Aquello que es forma es vacío. Aquello que es vacío es forma. Percepción, nombre, concepto y conocimiento son vacío. No hay ojo, ni nariz, lengua, ni cuerpo ni mente

El abad siguió dibujando por todo el cuerpo de Hoichi mientras recitaba la oración.

“Ahora los muertos no podrán verte, permanece inmóvil, concéntrate y repite mentalmente el sutra, no hagas ruido, no te muevas, no tengas miedo. “- dijo el abad tras acabar.

Poco a poco los monjes fueron abandonando el lugar y al caer el sol Hoichi se quedó solo.





Al igual que las pasadas noches el guerrero entró en sus aposentos, le estaba llamando, al no contestar examinó el resto del edificio. Un pesado caminar le hizo saber que no andaba cerca.

“!Hoichi, no te escondas, Hoichi, tienes que venir conmigo no me hagas enfadar, Hoichi maldita sea, presentate ante mí, ahora!”- gritaba el guerrero.


Los pasos se aproximaron directos hacia él. Hoichi contuvo el aliento.

-“Vaya, ¿Pero qué clase de portento es este? Dos orejas flotando en el aire. Está bien Hoichi, me las llevaré y así podré demostrar a mi señor que estuve aquí”.

Las metálicas zarpas agarraron las orejas de Hoichi y de un violento tirón se las arrancó. El monje aguantó estoicamente el dolor hasta que creyó que el guerrero había abandonado el lugar, luego perdió el conocimiento.

Una vez repuesto de sus heridas el abad pidió perdón a Hoichi por olvidar dibujar los sagrados ideogramas en las orejas.

Desde entonces fue famoso en toda la región cierto monje ciego cuya música hacía llorar hasta a los muertos. Fue apodado “Hoichi miminashi” –(sin orejas).

Santuario dedicado a Hoichi en Akama, donde hizo llorar a los muertos.


SANGRE Y SAL


                El veinticinco de abril de 1185 el sur de Japón se vio sacudido por una de las más violentas batallas de su historia. En el estrecho de Kannon  una gran flota de casi mil barcos pertenecientes al clan Minamoto  (o Genji)  derrotó a lo que quedaba del clan Taira(o Heike) que apenas sumaban quinientas naves y que transportaban no solo a guerreros si no también a las familias de éstos así como el emperador Antoku de seis años de edad.




            La ferocidad de los atacantes junto con la voluntad de proteger a su emperador convirtió el enfrentamiento en una matanza. Ni uno solo de los Taira sobrevivió a la batalla. Incluso aquellos en tierra con vínculos familiares fueron ejecutados.

            Según cuenta la leyenda los espíritus de los guerreros Taira se reencarnaron en cangrejos en cuyos caparazones puede distinguirse el fiero rostro de un guerrero samurái. Son los conocidos como Heikegani . Si los pescadores se topan con alguno de estos ejemplares en sus redes se apresuran a pedir disculpas y devolverlo al mar.

Uno de los heikegani

            
Uno de los tres tesoros imperiales, la espada kusanagi, se perdió para siempre.

            El pueblo japonés siente un profundo respeto hacia el clan Taira, y a diferencia de otros países no se ceban en el enemigo caído y reverencian el valor mostrado en combate.

            La obra Heike monotagari narra la guerra que sostuvieron ambos clanes y es el relato épico japonés por excelencia.


            En cuanto a Hoichi perdió lo que simbólicamente resultaba más valioso para un músico pero según dicen las malas lenguas no fueron sus orejas lo que se llevó el bravo guerrero Heike sino otro apéndice que al viejo abad se le olvidó pintar, ¿Qué fue entonces? No me pregunten, solo les digo una cosa y quien quiera que lo entienda:


Señores va por ustedes.