22 may 2016

INUNAKI


EL VERTEDERO DEL MAL


                Existe un lugar en el mundo donde la anarquía impera, como decía la canción “haz lo que quieras” será toda la ley, un sitio donde aparentemente no has de rendir cuentas con nadie, la policía no te va a ir a buscar, tampoco el recaudador de impuestos, todo es verde, demasiado diría yo, podrías alimentarte de plantas toda tu vida y así satisfacer tu desviación alimentaria, puedes realizar todo el vandalismo que quieras, hasta hartarte, incluso seguir con tu peculiar modo de entender la higiene. Puedes dar una patada a la primera casa que encuentres y hacerla tuya si te apetece. Ese sitio existe querido anarquista, es un lugar donde la tierra, que es sabia, acumula su basura y se deshace de ella, y todos estamos deseando que lo visites.




NINGUNA LEY


Nos encontramos en Kyushuu, una de las cuatro islas principales de Japón, Hace tiempo que hemos salido de Fukuoka y tomado la autopista IC en dirección a Miyawaka, al llegar al cruce Okuma-Puente de Magamichi giramos a la izquierda y luego nos desviamos a la derecha en cuanto veamos la antigua carretera 21. A partir de aquí es mejor dejar los coches y continuar andando, el camino no es nada seguro, bueno, el lugar no es nada seguro pero no queremos que nos pase nada tan pronto.

Lo primero que nos llama la atención es la suciedad, el lugar está ciertamente descuidado, el camino aunque con señales de haber sido transitado está invadido tanto por la vegetación que parece crecer a sus anchas como por restos de vehículos y despojos varios. Parece el escenario perfecto para cualquier película post-apocalíptica y eso que nos encontramos en uno de los países más pulcros de la tierra.

Proseguimos la marcha, nos adentramos en un bosque, atrás hemos dejado otro coche abandonado, es difícil orientarse y aunque hay carteles viejos, muchos de ellos ilegibles por grafitis, es fácil confundirse en las muchas bifurcaciones que nos vamos encontrando. Ah, se me olvidó comentároslo, guardad vuestros móviles, aquí no tienen cobertura. ¿Creéis que bromeo? Estamos en un valle rodeado de montañas y no han instalado repetidores, además el lugar es rico en minerales, hierro y carbón principalmente que interfieren en la señal. ¿Seguimos? Muy bien, adelante entonces.

Mirad a vuestra derecha, hay unas tumbas al lado del camino, esto no parece un cementerio pero ahí están. Algunas son muy antiguas, apenas se pueden leer, otras son novísimas, la piedra aún resplandece. Hay un cartel que dice “tumba del viajero”. Os aconsejo que presentéis vuestros respetos.

Tumbas de viajeros

Ya casi hemos llegado. El camino se interrumpe bruscamente por una valla plagada de carteles de advertencias, una de ellas destaca sobre las demás y dice así:

ATENCIÓN LAS LEYES DE JAPÓN NO SE APLICAN AQUÍ.

El famoso cartel de advertencia

Bienvenidos al paso de Inunaki, cruzad esa valla si os atrevéis, a partir de este punto solo los más valientes, insensatos y locos prosiguen, los cobardes y sensatos vuelven. Los estúpidos esperan a que caiga la noche, despedíos de ellos, es posible que la próxima vez que los veáis sea en las páginas de un periódico.


ORÍGENES


            Podemos traducir Inunaki  como “el llanto o el ladrido del perro”. La leyenda cuenta que un cazador volvía cansado a su casa cuando su perro empezó a ladrar frenéticamente, enfadado el dueño recriminó y golpeó al animal que no paraba de aullar. Al caer la noche un dragón negro atacó y devoró al cazador. Es una lección muy buena: atiende siempre a las señales de peligro, pueden salvarte la vida, sobre todo en este lugar.



            Las primeras menciones del pueblo se remontan a 1691, en el que el señor del clan Chikuzen  encarga la defensa del paso de Inunaki a miembros del misterioso clan Shinozaki, a los que muchos han relacionado con las prácticas de shugendo. El traslado de los mismos es forzoso y se les prohíbe abandonar el territorio. Los habitantes no tardan en adaptarse a su nuevo entorno, el terreno es muy accidentado y boscoso, lo que lo hace perfecto para la práctica de sus habilidades, la caza es abundante y cuentan con recursos naturales suficientes.

            El clan cumple a la perfección su cometido, ningún ejército cruzó el paso durante el tiempo en que duró su mandato. No hubo recompensa alguna y al desprecio que ya sufrían se le unió un oscuro temor, ya nadie quería cruzar por sus tierras y los que se atrevían a hacerlo eran advertidos para que no se detuviesen en la aldea y nunca abandonasen el camino principal.

            Años de aislamiento y consanguinidad confirió a los habitantes del valle un aspecto extraño, se decía que vestían con las pieles de los animales que ellos mismos cazaban, llenaban el bosque de trampas y por las noches se abandonaban a sus ancestrales rituales que sin la guía de los sacerdotes itinerantes habían degenerado en una suerte de ritos pre-budistas, mezcla del shintoismo más ancestral y ceremonias transmitidas oralmente desde tiempos inmemoriales, pues la familia era ya antigua cuando el emperador Jinroku les dio su nombre y los elevó a la categoría de clan.

            Debido a la escasez de registros no se tiene constancia de cuantas personas desaparecieron durante aquella época pero la sola mención del paso de inunaki ya inspiraba pavor entre la población. Nada se hizo para aliviar la situación, los habitantes del valle jamás abandonaban su territorio y los consejeros del señor de la vecina Fukuoka le recomendaban dejarlo estar, el miedo era un poderoso aliado y de esa manera podrían estar seguros de que nunca recibirían un ataque desde el norte.

            La restauración Meiji  trajo consigo el fin de los señoríos y la reestructuración del territorio. El clan fue abolido en 1867 y sus integrantes parecieron desvanecerse. Actualmente sólo se conocen cinco descendientes de los cuales solo uno porta el apellido.

            La aldea de Inunaki desapareció como tal en el año 1889.




LA MIGRACIÓN COREANA


                 Con la apertura de las fronteras del país y la “occidentalización” de la sociedad llegaron los primeros inmigrantes. Un gran número de coreanos arribaron a las costas japonesas de Kyushuu y Shikoku instalándose muchos de ellos en Fukuoka. Debido a la tradicional rivalidad entre japoneses y coreanos los nuevos vecinos fueron marginados y tratados como ciudadanos de segunda, algunos se mudaron a las afueras, un lugar tranquilo y prácticamente deshabitado donde apenas llamaban la atención, al estar situado entre dos importantes núcleos urbanos les era relativamente sencillo y rápido moverse entre ellos. No hace falta que os diga el nombre del lugar, supongo que ya lo habréis deducido.

Imagen real de la aldea a mediados del siglo XX

            Durante la segunda guerra mundial se obligó a estas gentes, muchos de los cuales habían nacido en Japón y eran ciudadanos de pleno derecho, a trabajar en la construcción de un túnel que atravesara las montañas y a pesar de que no eran considerados como prisioneros de guerra las condiciones de trabajo fueron muy duras y no fueron pocos los que fallecieron durante las obras.

            Tras la guerra el bautizado como “túnel de Inunaki” fue abierto al público. Numerosos vehículos, en especial camiones recorrían diariamente la nueva ruta.


LA ALDEA OLVIDADA


                 El túnel se convirtió en un punto negro, los accidentes se sucedían casi semanalmente, la iluminación del túnel era saboteada constantemente, los choques frontales entre turismos y camiones se contaban por decenas, de entre los más espectaculares se cuenta uno en el que un coche embistió a una camioneta y el copiloto fue decapitado.

            Los rumores regresaron y el gobierno se vio obligado a cegar el túnel, vallar toda la zona e iniciar la construcción de un nuevo paso. Como no podía ser de otro modo las obras no se libraron de la “maldición” de Inunaki. Una noche un grupo de cinco individuos intentaron robar el coche del jefe de obra y fueron descubiertos, se internaron en el bosque y no se les persiguió, días más tarde regresaron y raptaron a un trabajador, su cuerpo fue hallado calcinado poco tiempo después.



            Haciendo gala de su estupidez una miríada de adolescentes comenzó a visitar la zona indiscriminadamente fijándose como meta llegar hasta el túnel cruzando el bosque llegando los más “valientes” a atravesarlo en su totalidad y cruzar el paso.




            Las desapariciones se dispararon, la zona está llena de caminos viejos y el bosque es muy frondoso, es muy fácil perderse. La policía no daba abasto, llenaron la zona con carteles de advertencia y procuraron señalizar lo mejor posible las antiguas sendas.

            Hasta que un día apareció un cadáver o lo que quedaba de él. Era un chico joven, había ido acompañado de su amigo por la noche cuando en un momento dado se perdieron de vista. Cuando encontraron el cuerpo éste se encontraba horriblemente mutilado, le faltaban la cabeza y el brazo y la pierna izquierdas, los miembros fueron localizados no muy lejos a excepción del brazo.

            Otra desaparición sonada fue la de tres estudiantes y la de una niña pequeña que fue vista por última vez comprando en una tienda situada en las lindes del bosque. La más reciente es la de un matrimonio de Shimane que se internó en el bosque dentro de un coche blanco, jamás se supo de ellos aunque todo el que se acerque a la verja principal podrá ver a un lado del camino un vehículo con el interior quemado, es de color blanco y la matrícula es de Shimane.

Los propietarios desaparecieron sin dejar rastro

            La policía ya no puede hacer más y el gobierno parece haberse cansado de aventureros temerarios en busca de emociones fuertes. Se colocó un último cartel, ya os lo escribí antes pero lo repito a modo de advertencia final.

“Atención, las leyes de Japón no se aplican aquí”.

Si te internas en el bosque de Inunaki será bajo tu propia responsabilidad pero recuerda, no hay cobertura, no hay internet y si te pierdes nadie irá a buscarte, todo lo más son unas tumbas mudas que alguna familia quiso poner para que las almas de sus parientes descansaran en paz.


            Las autoridades han aprendido la lección, hay algo ahí dentro y no desea que lo molesten. 







Localización del paso de Inunaki, alejar el zoom para verlo bien.

16 may 2016

TSURU NO ONGAESHI


AGRADECIMIENTO


                 Cuentan a los niños que hace mucho tiempo vivía en Japón una pareja de ancianos muy pobres (os suena ¿verdad?). Un día el viejo marido salió a pescar cuando muy cerca del río encontró a una grulla herida que no podía volar de la cual se apiadó, la llevó consigo a casa y entre los dos la cuidaron hasta que el animal pudo valerse por sí mismo y entonces la liberaron.



            No pasó mucho tiempo cuando una noche en pleno invierno alguien llamó a su puerta. Se trataba de una joven  que parecía aterida de frío que decía encontrarse de viaje y que al perderse no sabía dónde dirigirse, rogaba entrar en la casa para evitar pasar la noche al raso. Los amables ancianos la invitaron a pasar y a pesar de que la chica no pidió nada compartieron con ella la poca comida que tenían preparada, una sopa caliente de miso que apenas sí podría llenar el estómago de una sola persona.

            Al día siguiente la joven, mostrando un sincero arrepentimiento les confesó que en realidad no se dirigía a ninguna parte y no tenía donde vivir. La pareja, que eran gentes de buen corazón lejos de enfadarse quisieron acogerla y tratarla como a una hija. Ella rebosante de felicidad prometió trabajar para ellos y cuidarlos.



            Pidió permiso para utilizar una vieja rueca con la que la anciana mujer solía tejer cuando sus dedos eran más ágiles y la joven comenzó a utilizarla. A la mañana siguiente los ancianos quedaron maravillados cuando ella les entregó una tela bordada de exquisita manufactura. “Vended esto y comprad lo que necesitéis”- les dijo.

            La pareja compró algo de comida, más tela y un hermoso peine como regalo para la abnegada jovencita. En esta ocasión les pidió que la dejaran trabajar durante la noche y que por favor no la molestaran. Los viejos sorprendidos no entendieron tan insólita petición pero la respetaron de todos modos. El resultado fue un hermoso vestido hecho con las telas que compraron el día anterior.

            La fortuna (y la felicidad que esta trae) comenzó a inundar la casa, pero la anciana no paraba de insistir a su marido que la chica quizá se esforzase demasiado, pues a pesar de trabajar toda la noche tampoco la veían descansar mucho durante el día.

            Debido a la insistencia de su mujer y viendo que su intención era buena decidieron pedir a la joven que dejara sus tareas esa noche y durmiera un poco. Se aproximaron a su habitación y al abrir la puerta quedaron paralizados al observar que no era como ellos esperaban una muchacha la que hilaba en el telar sino una grulla. El animal con mirada contrariada comenzó a hablar igual que lo haría una persona.



            -“Os advertí que no me molestarais mientras trabajaba, yo soy la grulla que salvasteis hace tiempo, desgraciadamente ahora habéis contemplado mi verdadera forma así que me veo en la obligación de marcharme, espero que las prendas que os he confeccionado os reporten el dinero suficiente para que seáis un poco más felices”- Acto seguido emprendió el vuelo.

            La anciana, con lágrimas en los ojos le gritó

            -“No nos olvides nunca hija mía”- mientras le arrojaba el peine que compró para ella. La grulla lo recogió con su pico y desapareció en el horizonte.



RETRIBUCIÓN


¿Se han ido a la cama ya los niños? Bueno, entonces podré contaros la verdadera historia, no la bonita fábula para libros de colorear o para “semanas culturales”. Permitidme que me quite éste traje de colores y a ver, tú, la chica que siempre me lee, acércame un vaso de sake y deja que bride por ti. En cuanto a los demás escuchad, escuchad.

Hace no mucho que un amigo me contó una asombrosa historia que un conocido suyo oyó en uno de sus viajes, y ese amigo es totalmente de fiar así que puedo afirmar que lo que me dijo pasó realmente (por cierto, que rico está este sake).

Pues como os iba diciendo vivía en una montaña, como era, si, esa con tanta nieve, no me acuerdo pero aquel con cara de haber leído mucho sabe cuál es. En esa montaña vivía un joven cazador, todas las mañanas cruzaba un bosque en dirección al río, donde sabía que los animales iban a saciar su sed y revisaba las trampas dejadas en el agua. Siempre era bueno asegurarse la cena con algún que otro pez en caso de que la jornada no le fuera bien.

Ese día encontró atrapada en una de las trampas a una grulla. Una de sus patas se había quedado enganchada entre el bambú y parecía que había pasado una noche un tanto atribulada. El cazador se relamió y dio gracias a los kami del bosque pues parecía que hoy iba a poder volver pronto a casa.

Al aproximarse, el animal le miró directamente a los ojos y bajó la cabeza como si de alguna manera estuviera pidiendo clemencia. El cazador se quedó impactado ante la expresión y la emotividad mostrada por el ave. Caminó muy despacio hacia ella y con manos temblorosas tomó una decisión.

La grulla se agitó nerviosa, pero el cazador alzó las manos y se agachó.

“Tranquila pequeña, tranquila, no te haré ningún daño”
Con mucho cuidado sacó un pequeño cuchillo y cortó el bambú que envolvía la pata del animal.

“Adiós cena y adiós peces, de acuerdo bonita, vuela a tu casa y la próxima vez ten más cuidado” La grulla volvió a mirarle fijamente y salió volando.

El joven cazador prosiguió con su vida hasta que un día, bien entrada la tarde alguien llamó a la puerta de su destartalada choza. Al preguntar quién es y abrir la puerta con cara de pocos amigos y pinta de haber bebido algo de mas sake (por cierto guapísima, ¿no te importaría servirme un poco más).



-“Buenas noches”- dijo una hermosa joven mientras entraba a la casa apartándolo con un suave empujón. “soy tu nueva esposa”.

El joven dijo algo parecido a “Ppeeeyomireesque.. no

La joven sonrió “No te preocupes, no me he confundido, no tienes vecinos, por cierto ¿Cómo te llamas?”

El cazador se excusó diciendo que no tenía nada que ofrecerle, ni tan siquiera algo que comer.

“No te preocupes”-contestó ella- “traigo la cena, arroz hervido, también pescado y he visto esas trampas para peces rotas, no te preocupes, se tejer”- las señaló mientras le guiñaba un ojo.

La sonrisa del joven bien le recorría la cara de parte a parte, el estómago ciertamente le gruñía pero no era la comida lo que tan ansiosamente observaba



A partir de entonces la vida del cazador cambió drásticamente, ahora su casa parecía un hogar, su esposa le preparaba sabrosas comidas con las piezas él le traía, incluso un día ella le propuso trabajar en casa y así ganar un poco más de dinero, si reunían lo suficiente tal mudarse a un lugar más grande, a la ciudad incluso, donde ya no tendría que cazar y encontrar otro trabajo. El muchacho, en parte por satisfacer a su maravillosa esposa y en parte soñando en probar los licores de la capital servidos en cuencos de porcelana china acepto.

“Fantástico”-dijo ella “Permíteme entonces comprar algunas telas y yo confeccionaré hermosos vestidos que luego venderé en el mercado local, aunque debo pedirte otra cosa, debido a que las tareas del hogar son numerosas tendré que trabajar por las noches, así sacaré tiempo suficiente”

“¿Por las noches?”- replicó el joven mientras arqueaba una ceja.

“Si, y mientras lo hago no podrás molestarme”

“¿Todas las noches?”- insistió el joven masticando un pedazo de bambú.

“Bueno, no todas”- contestó ella con una pícara sonrisa.

Y en verdad las prendas que la esposa producía eran de una hermosura sin par, parecían bordadas con hilo de plata y su tacto era suave como las plumas de las aves. Muy pronto se convirtió en la proveedora favorita del comerciante itinerante que ya no esperaba al día de mercado, sino que acudía a la casa y frotándose las manos compraba tan asombrosa mercadería.

Y a pesar de que el joven cazador ya poseía más de lo que hubiera podido aspirar unos años atrás fue sintiendo curiosidad y también celos, pues su hermosa mujer se había convertido en el pilar de la economía familiar y el apenas podía aportar algunos animales muertos. Comenzó a hacerse preguntas y sospechar de todo y de todos, se percató que entre las telas que compraba para elaborar los trajes no había ninguna que brillase tanto como la que lucían luego sus vestidos, ni tuviera ese tacto tan suave y natural, así que para saciar sus dudas decidió romper su promesa y espiar esa noche a su mujer, de ese modo descubriría el secreto de su técnica y ¿Quién sabe? Luego podría ofrecerle ayuda de modo que no tuviese que pernoctar tanto, seguro que lo entendería.

Llegó la noche, la oscuridad cubrió la tierra y con paso sigiloso se aproximó a las estancias de su mujer. Escuchó el traqueteo de la rueca y lentamente asomó la cabeza.





Nada lo preparó para lo que presenció. Una enorme grulla blanca manejaba con habilidad pasmosa la rueca a la vez que con el pico arrancaba partes de su plumaje que luego unía al tejido.



Un grito de asombro delató al joven, la grulla giró bruscamente el cuello. El cazador trató de huir pero sus pies quedaron atrapados entre los hilos y cayó de bruces al suelo. El ave se abalanzó sobre él, una de las patas agarró su cuello, con la otra sujetó su espalda. El joven, tumbado e inmovilizado pidió clemencia.

“Te avisé que nunca me molestaras mientras trabajaba, pero se ve que la simple felicidad no era suficiente, te lo di todo pero tú siempre querías más. Ya conoces mi secreto y ahora tendré que matarte”.- Amenazó la grulla.

El joven rompió a llorar entendiendo que por primera vez él era la presa.



“Una vez pudiste acabar con mi vida, el cuchillo que llevabas aquel día en el río no cortó mi cuello, liberó mis ataduras y me dejaste libre. Considera saldada mi deuda contigo”

Con un fuerte picotazo cortó los hilos que atrapaban el pié del cazador y al darse la vuelta pudo ver a la que una vez fue su esposa desaparecer entre el cielo de la noche.




¿Os ha gustado amigos míos? Quedáis advertidos que la historia que os he contado es real y que puede que algunas de vuestras mujeres no sean lo que aparentan, y si queréis arriesgaros a hacer la prueba levantad sus faldas cuando menos se lo esperen, consideraos afortunados si sólo recibís un tortazo, peor sería que os propinasen un picotazo, o un mordisco quien sabe

8 may 2016

KODOKUSHI


EL TRABAJO MÁS TRISTE DEL MUNDO


                 Tendría unos sesenta años cuando lo encontraron, tardaron más de un mes y si no fuera por el insoportable olor que se dejaba notar al pasar por su pequeño apartamento de apenas 35 metros cuadrados quizá hubieran tardado más. Siempre fue un hombre tranquilo, nunca causaba problemas, siempre sonreía y saludaba cortésmente a todos sus vecinos. Solía llevar siempre un par de bolsas de supermercado llenas con alimentos básicos, unas cajas de leche, un cartón de huevos. Un observador casual no se daría cuenta pero si se fijaba bien comprobaría que una espalda encorvada y castigada por la edad y la artrosis apenas notaba el peso de las mismas, rebotaban incluso si por accidente chocaban con algún barrote.

            Solía irse a la cama muy temprano, siempre cuando el sol se ponía “para respetar el orden natural de las cosas” decía. Llevaba cuatro meses sin suministro eléctrico.



            Por las mañanas se levantaba un poco antes del amanecer, le encantaba el frescor matutino, el añil del cielo cuando el astro rey rompe la noche y los últimos camiones de reparto dejan todo preparado para el estreno del nuevo día, aprovechaba para mojarse un poco la cara en la fuente de la plaza del mercado, el frío le recordaba que aún quedaba algo de vida en ese enjuto cuerpo suyo, le gustaba mirar al suelo. A veces encontraba monedas sueltas, hasta de 50 yenes si se fijaba bien, pero eran las de menos. Cuando reunía las suficientes corría hasta la oficina de correos más cercana y compraba algunos sellos, y esa tarde, justo después de almorzar, o bueno, después de la hora de almorzar arrancaba una hoja de su viejo cuaderno amarillento y garabateaba algunas frases que dedicaba con todo su cariño a su amada hija, le decía que le gustaría volver a verla y que esperaba que el niño estuviera bien, que no dejara que se portase mal y llevase siempre las tareas echas. También le decía que no se preocupara por el que iba tirando. Se despidió diciendo que le diera un beso muy grande a su madre y que aún la quería como el primer día, luego besaba la carta y la introducía en el buzón rojo de la esquina.

            Cada tres días recogía el correo, la correspondencia llegaba puntual, con un sello grande que decía “devolver al remitente”. El pobre hombre suspiraba y pensaba que tal vez el cartero era nuevo y esas calles nuevas con sus condominios a lo occidental les hacían el trabajo mucho más complicado. Antes las cosas eran más sencillas, casi todos se conocían y con un poco de empeño terminabas dando con la persona a la que buscabas. La próxima vez será musito, seguro que la siguiente llegará.



            El hombre llevaba casi tres meses sin tomar la medicación, se excusaba diciendo que las pastillas solo acarrean nuevos males y dependencia, que no había nada como los remedios tradicionales, además era un buen dinero el que se ahorraba, cantidad de la que por otra parte no disponía.

            Su familia le había desahuciado, no entendía cómo un hombre podría negarse a trabajar, a llevar las riendas del hogar. El pobre anciano sufría una cardiopatía grave, herencia familiar, aunque eso nunca lo supo, ya que su padre murió mucho tiempo atrás y bastante joven. La presión familiar hizo que cayese en la bebida y ello le acarreó problemas psicológicos y a la larga y como consecuencia de todo lo demás, económicos.

            Malvivió un tiempo a base de una pequeña ayuda estatal y de sus ahorros que no fueron muchos, su mujer se empeñaba en mantener su mismo tren de vida para “guardar las apariencias” y cuando el alpiste se acabó el pájaro no tardó en volar, dejando una jaula llena de excrementos y una soledad que hería en el alma.

            Una mañana, cerca de una tienda de comida rápida al lado de la estación central creyó ver a su hija, ¡Y su pequeña nietecita estaba con ella! Que preciosa estaba, pero si parecía una muñequita. Corrió, o más bien cojeó ignorando las agudas punzadas de dolor que sentía en la base del talón y levantó un brazo para saludarla, era la viva imagen de la felicidad sin afeitar, se quitó la gorra azul desgastada de su equipo de baseball y la agitó. La mujer se percató de la presencia del anciano y lejos de pararse empujó a la niña dentro del vagón. ¿Quién era ese hombre mama?- preguntó la nena. Nadie cariño, solo un pobre borracho.

            Las palabras se le clavaron en el pecho como fríos témpanos de hielo, notó como algo dentro de él se rompía en mil pedazos y aprovechó la carcajada inicial para disimular un amargo llanto.

            Y de eso hace ya todo un mes, parece que sufrió un infarto pero reunió la fuerza suficiente como para poder llegar aquí. No se dirigió a ningún hospital, y eso que había uno a apenas una manzana de allí. Quiso morir aquí, en su pequeño rincón, donde no molestase a nadie, donde su pena no contagiara a otros y donde pudiera echar por última vez un vistazo a ese puñado de fotos viejas tal y como hubo estado haciendo todos los días de su vida.



BARRENDEROS DE VIDAS ROTAS


                 Hoy quiero hablaros de fantasmas y almas en pena, podría parecer poco original por mi parte pero esperad un momento permitidme pediros un poco de vuestro tiempo luego podréis continuar con vuestras vidas, vuestros trabajos y vuestras familias.

            La “criatura” de la que hablaré hoy es totalmente real, de carne y hueso y además recibe un salario por sus servicios. Forma parte de la policía japonesa y se encarga de lidiar con un tipo de fantasma con el que nunca querrías encontrarte, al que todo el mundo evita y apenas deja huella. Y lo hace casi a diario. Se trata de los equipos de las muertes solitarias (kodokushi). Creo que no hace falta explicar a lo que se dedican.





            No pienso llenar el artículo con cifras ni fechas, el tema está ya lo suficientemente deshumanizado como para decorarlo con estadísticas y promedios, eso mejor dejarlo para los demagogos profesionales, esos de camisas a cuadros y bolsillos llenos con fajos de dinero extranjero. (Pido disculpas por este ataque de honestidad).


         Tampoco lo llenaré de nombres, ni lugares pues los ignoro y rebuscar en la memoria de los que pacíficamente se fueron no sería ni decoroso ni apropiado.

            Quiero llenarlo de testimonios mudos, de un profundo y doloroso respeto hacia todos aquellos a quien la sociedad decidió por conveniencia apartar, a los olvidados, a los marginados, a los enfermos, a las víctimas del darwinismo social.




            Espero que haya un lugar reservado para ellos, en el satori, en el paraíso o como quieran llamarlo donde se les conceda todo los que les negaron en vida, donde se les escuche su voz.



            No me extenderé más, dejaré que las imágenes que publico lo digan todo. Es lo que ven estos hombres cuando entran en una de esas casas fantasmales, es el silencio que les rodea y son las miles de historias plasmadas en viejos diarios, fotografías, ajados cuadros y cartas antiguas que poco a poco van llenando una gran bolsa de basura.


            Descansen en paz.

1 may 2016

TAKETORI MONOGATARI


-“Abuelo mira que grande está la luna, y cómo brilla sobre el Fuji-zan”
           
-“Ahh, que maravilla, hoy la princesa debe estar contenta”
            
-“¿La princesa? ¿Qué princesa abuelo?”
            
-“! La princesa de la luna chiquillo! ¿Acaso no sabes la historia?”
            
-“Uhhh, pues no ¡Cuéntamela abuelo, cuéntamela!”
            
-“Esta bien, pero presta atención porque no pienso repetírtela”
            
-“Siii, siii”
           
-“De acuerdo, hace mucho, mucho tiempo


UNA BENDICIÓN INESPERADA


            En un lugar lejano en la memoria y el tiempo vivía una pareja muy pobre. Para subsistir el hombre tenía que cortar bambú en un bosque cercano y aún así apenas les daba para llenar sus estómagos. Como no fueron bendecidos con hijos la vida les resultaba tan dura que incluso la esperanza era un lujo para ellos inasumible.

            Pero he ahí que un día el cortador de bambú encontró un extraño objeto, parecía una caña cualquiera pero emitía un fulgor intermitente. Rápido se decidió a cortarla con su hacha. Asombrado comprobó que en su interior dormía un bebé, era una niña y le pareció que su piel era demasiado blanca. Con mucho cuidado la sujetó entre sus brazos y se la llevó. Decidieron adoptarla y le dieron el nombre de Kaguya, que en la lengua antigua significa ocaso radiante pues desde entonces ninguna de sus noches fue jamás oscura.




            
             Mas la dicha de la pareja no terminó ahí, ya que cada cierto tiempo el hombre encontraba “cañas brillantes” como las que se topó la primera vez, pero en esta ocasión en lugar de una niña venían cargadas de oro.

            Kaguya creció rápidamente y se convirtió en una muchacha cuya belleza dejaba sin aliento, con una piel tan clara que parecía sacada de una pintura china y los ojos de un azul profundo como nunca antes se habían visto en esas tierras. La pareja era ya anciana pues eran viejos cuando encontraron a la niña y ahora eran reputados mercaderes aunque la verdadera fama provenía de la incontestable presencia, de la hermosura sin par de su joven hija. Nunca hubo en el mundo ni persona ni animal, ni montaña ni bosque, ni en el cielo ni en el mar nada tan bonito como el rostro de Kaguya.

            De todos los rincones de la nación acudieron príncipes y plebeyos para cortejarla, casi todos fueron rechazados. Muchos se sorprendieron, otros incluso se escandalizaron pues no fueron los padres de la muchacha los encargados de recibirlos y discutir las condiciones matrimoniales como dictaba la costumbre sino un servidor de la familia que sin mediar palabra comunicaba la decisión de Kaguya que oculta tras un biombo observaba cuidadosamente a los candidatos. Nadie que no fuera ella misma sería dueña de su destino. Y así fue que solo cinco de ellos fueron convocados para una única reunión en la que la dama expondría a los pretendientes sus exigencias que de verse cumplidas daría ella su mano en matrimonio.




            
             Kaguya se las ingenió para que la empresa les resultara prácticamente imposible y para ello encomendó a cada uno de los pretendientes una tarea. Al primero de ellos pidió que trajera el cuenco que utilizó Buda durante su época mendicante allá en la lejana India. Al segundo una rama del fantástico árbol de oro y cuyos frutos son gemas que crece en el monte flotante Horai. Al tercero una capa elaborada con piel de las míticas ratas de fuego. Al cuarto el cascarón de un huevo de oro que a veces se encuentra en los nidos de golondrina. Y al quinto la joya que les crece en el cuello a los dragones del mar. Todos partieron y prometieron enérgicamente satisfacer los deseos de la hermosa Kaguya pero en el fondo atribulados ante la titánica misión que suponía cada uno de aquellos trabajos.

EL CUENCO


            El primero de los pretendientes era terriblemente perezoso. Se desesperó al enterarse que se tardaban tres años en viajar a la India y volver. Como todo buen holgazán el hombre era bastante ingenioso y no tardó en llegar a la conclusión de que jamás nadie había visto el tazón. Tan solo tenía que ocultarse durante el tiempo suficiente y regresar con un cuenco de mendigo procedente de cualquier templo budista.

            Transcurridos tres años el primer príncipe regresó seguro de su éxito y entregó a Kaguya un cuenco de piedra con aspecto de ser muy antiguo y envuelto en un paño de exquisita seda. Al verlo la dama miró fijamente a los ojos de su pretendiente y le dijo:

            “Agradezco tu ofrenda, pero aunque lo que me has traído podría pasar por el cuenco que portó Buda no veo en él ninguna santidad. Os pregunto amable señor ¿no será vuestro amor un engaño si pretendéis ganarlo con una mentira?”

            El hombre bajó la mirada y se sintió humillado y enfadado consigo mismo. Rogó a Kaguya que le perdonara y pidió que le permitiera llevarse el cuenco para recordar siempre lo que cuesta obtener aquello que se quiere de verdad.

            Ella le creyó.

LA RAMA


            El segundo pretendiente era astuto y muy rico. No creía que existiese ningún monte flotante ni arboles cuyos frutos fueran piedras preciosas. Como ya hiciera el anterior príncipe anunció su partida y todos le vieron zarpar en un gran barco.

            Unos años después atracó en el mismo puerto y pidió ver a la dama Kaguya. Acompañado de un gran séquito se dispuso a narrar las aventuras vividas durante su ausencia:

            “Partimos hacia el oeste, izamos las velas y nos dejamos guiar por cualquier viento, encontramos maravillosas ciudades en países desconocidos. Sufrimos numerosas tormentas, vimos a los dragones de agua levantar olas tan altas como castillos. Un día el viento desapareció no pudimos ni avanzar ni retroceder. Permanecimos así durante semanas, pasamos hambre y sed. Cuando creíamos que ese sería nuestro fin divisamos una isla con una montaña en el centro y remamos hacia ella. En la orilla aguardaban doncellas que me ofrecieron comida y placeres pero los rechacé todos, ansioso por explorar la montaña. Una vez la hube escalado encontré una de las ramas del árbol del monte Horai, volví al barco y mis hombres lo celebraron comiendo los manjares que nos ofrecieron los gentiles habitantes de la isla. Al día siguiente partimos y la isla desapareció entre una espesa niebla.”

            Tras la tediosa cháchara uno de los integrantes del séquito farfulló de mala gana

            “¿Vais a pagarnos ya señor?”

            Otros dos hombres se unieron a las protestas ante la airada mirada del príncipe que hizo ademán de sacar su espada. La dama Kaguya se dirigió directamente a los protagonistas de la pequeña revuelta.

            -“¿Qué deseáis caballeros?”

            -“Noble señora, durante años hemos trabajado sin descanso para este príncipe viviendo solo de promesas, hemos fabricado lo que nos pidió”- dijo señalando la enjoyada rama- “somos pobres y ahora exigimos nuestro pago.”

            -“¿Dónde habéis estado durante todo ese tiempo?”-dijo ella.

            -“En una pequeña isla muy cercana a la costa”

            -“¿Estaba el príncipe con vosotros?”

            -“Si señora”

            El presunto héroe se arrastró hacia la puerta gateando como un animal asustado y tal fue su vergüenza que pasó el resto de sus días en otro país. La dama Kaguya accedió a saldar la deuda contraída con los artesanos y estos agradecieron profundamente su generosidad.



LA CAPA


            El tercer príncipe también era un hombre rico aunque muy querido por todos sus vasallos.  Se entregó al estudio de las legendarias ratas de fuego y descubrió que eran originarias de China. Afortunadamente tenía un gran amigo en ese país y no tardó en ponerse en contacto con él. Le envió una ingente cantidad de oro y solicitó su ayuda. Sin dudarlo su antiguo compañero inició una intensa búsqueda a lo largo y ancho del continente, puso al tanto a sus mercaderes e hizo correr la voz, un poderoso señor del este ofrecía una gran recompensa por cualquier pista que le ayudase a encontrar a las ratas de fuego. Todos los esfuerzos fueron en vano, nunca nadie había oído hablar de semejante animal ni supiera de la existencia de una capa con propiedades ignífugas.

            El amigo del príncipe estuvo a punto de darse por vencido, quiso devolver a su amigo todo el oro que había recibido sin importar el coste que había supuesto su búsqueda pero justo antes de dar la orden oyó un alboroto en las calles, un grupo de artistas ambulantes había llegado a la ciudad y ofrecían cantos, bailes y entretenimiento para todo el mundo. Quiso este hombre jugar una última carta y mandó llamar a los artistas a su casa, siendo gente viajera era seguro que habían oído muchas historias, quizá una de ellas haría referencia a las ratas de fuego.

            Los artistas disfrutaron de la hospitalidad del noble pero ninguno de ellos supo darle la respuesta que ansiaba, ninguno excepto un anciano que con voz ronca explicó que en una ocasión su abuelo habló de cierto templo en una montaña que guardaba una capa que protegía de las llamas. El anfitrión se extrañó puesto que sus hombres ya habían explorado esa zona y no había ningún templo donde decía el viejo. “Lo había en tiempos de mi abuelo”-respondió. El noble pidió al encorvado artista que le acompañara al lugar. A la mañana siguiente iniciaron la búsqueda.

            Efectivamente no había ningún templo en la montaña pero si un montón de piedras que parecían haber formado parte de algún tipo de estructura.

            -“Este es el lugar”- dijo el anciano.

            De inmediato comenzaron a cavar y pronto encontraron un arcón de hierro. Dentro descubrieron varios rollos de seda y entre ellos una preciosa capa toda hecha de piel. El noble excitado por el hallazgo envió la mítica prenda a su amigo con toda urgencia, mensajeros con los más veloces caballos recorrieron día y noche la distancia que separaba su casa de la costa y allí un rápido velero cruzó el mar directo a las islas del Japón.

            La casa del príncipe alzó sus estandartes al viento al recibir la misiva de su querido amigo, radiante de felicidad extendió ante todos la maravillosa capa de piel. Todos celebraban la alegría de su señor y se prepararon caballos para dar la buena nueva a la dama.

            -“Aguardad”- dijo el príncipe- “Yo también deseo con toda el alma ver a mi amada Kaguya vestir esta prenda legendaria. Dicen que la piel de las ratas de fuego no arde y que al calentarse brilla como la plata. No seré yo quien dude de mi amigo que tanto ha hecho para que este día llegase, sin embargo quiero comprobar con mis propios ojos que tal milagro es posible”.

            Se dirigió a la hoguera que alimentaba la estancia principal y allí arrojó la capa. Una espesa columna de humo se elevó hasta el techo y el tejido fue pasto de las llamas.

            El príncipe permaneció inmóvil, cerró los ojos y tomó aire, un largo suspiro salió de su boca. Nadie se atrevió a mover un dedo.

            Días más tarde la dama Kaguya recibió una carta, en ella el príncipe le explicó todo lo ocurrido, de su estrepitoso fracaso, le contó cuánto la amaba e imploraba su perdón por no poder atender sus deseos. También le dijo que un hombre como el no merecía presentarse ante ella con las manos vacías y se excusaba por el tiempo malgastado en leer esa misiva, por último se despedía para siempre.

            Kaguya se sintió profundamente conmovida por la honestidad de ese hombre y convocó al príncipe. Quería decirle que no se preocupara pues no se sentía decepcionada y que deseaba verle una vez más. Pero ya era tarde, para cuando el mensajero llegó a su destino el príncipe ya había abandonado su hogar, donado toda su riqueza y repartido sus tierras entre sus sirvientes. Ataviado con ropas de monje, un ancho sombrero y un palo de madera dirigió sus pasos hacia el norte para nunca volver. No se supo más de él. Todos recuerdan su nombre, se llamaba Abe.




LA CÁSCARA


            El cuarto príncipe era una persona muy orgullosa, un aristócrata severo y perfeccionista. Un veterano guerrero hijo de las más nobles familias. Preguntó a todos en su casa dónde podía encontrar la cáscara dorada pero nadie había oído hablar de ella, ni el mayordomo, ni el aguador, ni el jardinero ni el cocinero.

            Un niño pequeño que lejos de tener miedo se divertía mucho con las rabietas del príncipe le dijo que había visto algunas en los nidos que las golondrinas hacen en el tejado de la cocina. El señor emocionado ordenó que los examinaran todos y para ello trajeron una gran canasta y poleas para poder subir al tejado. Los sirvientes pusieron todo el empeño y cuidado en buscar la cáscara dorada sin dañar los nidos pero no encontraron nada, lo que para regocijo del chiquillo provocó un nuevo arrebato de ira en el príncipe.

            -“! Atajo de inútiles!, ¿No sois capaces ni de registrar unos simples nidos?, ¡ Apartaos, lo haré yo mismo!”.-Bramó

            Los sirvientes intentaron detenerle pero los apartó violentamente, algunos cayeron al suelo y otros, agarrados a las mangas de su traje trataron de advertirle del peligro que suponía subir allá arriba. Una vez dentro de la canasta ordenó que le izaran y cuando llegó al techo se dedicó a escudriñar dentro de los nidos, romper los huevos y asustar a los polluelos. Las golondrinas al sentirse amenazadas se lanzaron contra él y le propinaron picotazos por todo el cuerpo. Su número era tal que el príncipe apenas podía protegerse. Algunas de las aves más grandes se abalanzaron contra su cara y lograron sacarle los ojos. El príncipe en medio de una gran agonía comenzó a balancearse bruscamente. Criados y soldados sujetaron las cuerdas lo mejor que pudieron pero al final se precipitó al vacío con tan mala suerte que atravesó parte del techo de la cocina y cayó en el interior de una enorme olla en la que en esos momentos se estaban hirviendo unas verduras.

            Tras recuperarse de sus heridas el desdichado príncipe quedó irremediablemente desfigurado, ciego y loco de atar, con sus huesudos dedos sujetaba un pedazo de cascarón de huevo, no tenía nada de especial pero sus hombres trataban de calmarlo haciéndole creer que era de oro puro y que nadie más que el podría haber logrado tal hazaña. No volvió a nombrar a Kaguya, su frágil mente la había olvidado. Aún así se sentía feliz, ahora tenía su preciado botín y jamás le apartarían de él.



LA GEMA


            El quinto príncipe era fanfarrón y rematadamente cobarde. Sobre él recayó la que parecía tarea más peligrosa, nada menos que encontrar un dragón del mar y robarle su gema.

            Lejos de rehuir de su deber hizo grandilocuentes declaraciones y pagó importantes sumas de dinero a charlatanes que prometieron encontrar pistas para él y de los que tras cobrar nada más se supo. A continuación mandó construir un palacio digno de una alta dama para demostrar ante todos que conseguiría la mano de Kaguya.

            En su favor diría que de entre todos fue el único príncipe que partió personalmente a la búsqueda del objeto que se le había solicitado y aún sudando a mares no dudó en zarpar en un flamante barco agitando hacia el frente su costoso abanico. Le aguardaba la gloria y si el resto del mundo no lo percibía así no iba a ser él, digno hijo de los cielos quien se cebase en su estrechez de miras.

            Transcurrieron tres días de navegación en dirección este, donde se supone que vivía el gran dragón del mar cuando la tripulación comenzó a quejarse y aconsejó a su patrón el regreso pues empezaban a adentrarse en aguas peligrosas. El príncipe se mostró profundamente ofendido, acusó de cobardía a los marineros y afirmó que él era el único allí que no temía enfrentarse con la bestia y que si no se dejaba ver era porque a estas alturas ya le habría llegado la noticia de que un poderoso guerrero se dirigía ya a sus dominios para darle muerte. Seguro que en ese preciso instante estaría oculto tras alguna roca en las profundidades del mar.

            Comenzó a formarse una gran tormenta en el horizonte. Una línea de oscuras nubes avanzaba hacia la solitaria embarcación. Nada que los avezados hombres de mar pudieran hacer evitaría ya que fueran presa del viento, la lluvia y las olas. La que antes pareciera una majestuosa nave no era más que un bamboleante cascarón a merced de los elementos. El príncipe, presa ya del pánico, no paraba de proferir alaridos y oculto tras un madero responsabilizaba a los marinos de haberle traído a esas peligrosas aguas adrede y de planear asesinarle. Trató en vano preparar su arco para “castigar” al capitán. Los hombres agradecieron el alivio cómico en mitad de aquella tempestad y no menos de cinco estallaron en carcajadas cuando uno de ellos dijo:

            -“Señor, os ruego que me escuchéis. El dragón ha enviado esta tormenta contra nosotros, sabe que un enfrentamiento con vos sería el fin de la bestia pero si prometéis que no le haréis daño es posible que os escuche y salvemos el pellejo”

            El príncipe agradeció el estar empapado pues hace rato que se le habían aflojado los intestinos. Se incorporó  como pudo y levantando las palmas de sus manos como si se protegiera de algo “perdonó” con voz temblorosa la vida del dragón del mar y prometió por su honor no dañarle.

            El espectáculo insufló ánimo entre los marineros, que tras unas buenas carcajadas redoblaron sus esfuerzos. Poco tiempo después divisaron una pequeña isla a la que se dirigieron sin dudar. La embarcación encalló y aunque fue engullida por las aguas no hubo que lamentar ninguna pérdida.

            Pronto descubrieron que se encontraban en un pequeño archipiélago en mitad del océano y muy lejos de su hogar. Ninguno de ellos volvería a navegar. En cuanto al palacio que mandó construir fue dejado a medias y habitado por un clan de gatos, eligieron a un rey y se pasaron sus siete vidas jugando a señores y vasallos.



LA PRINCESA DE LA LUNA


            Pasaron los años, Kaguya se hacía cada vez más hermosa, tras el fracaso de los cinco príncipes pocos se atrevieron a molestarla con propuestas matrimoniales y ella pudo dedicarse plenamente al cuidado de sus ya muy ancianos padres.

            Al fallecer la madre Kaguya cayó en una profunda melancolía, se pasaba las noches observando las estrellas y cuando la luna se hacía visible en el firmamento apenas podía contener las lágrimas.

            Al padre se le rompía el corazón al ver a su hija penar de aquella manera y preguntó si podía hacer algo por ella. Kaguya le respondió de la siguiente manera:

            -“Padre, siento que el día en que deba abandonar estas tierras esté cerca pues en realidad no soy nacida en este mundo. Mi hogar está en una ciudad llamada Tsuki-no-Miyako que es la capital de la luna. Hace una semana recibí la visita de un mensajero y me dijo que pronto me vendrían a buscar”

            El padre juró hacer todo lo posible para evitar que le arrebataran aquello que más quería en esta vida, a lo que la joven Kaguya respondió que nada podría evitarlo y que todo esfuerzo sería inútil.

            Negándose a darse por vencido el anciano acudió a la corte imperial e imploró ayuda al mismísimo emperador. Tras escuchar pacientemente toda la historia accedió a enviar un ejército para proteger a su hija. Él mismo encabezaría la marcha pues los rumores de la belleza de Kaguya hacía tiempo que habían llegado a palacio.





            Al volver a su hogar el anciano corrió a contárselo todo a su hija en lugar de alegrarse parecía aún más triste. Aceptó la visita del emperador quien quedó impactado por la hermosura de la muchacha aunque también le embargó un profundo sentimiento de pena al ver el sufrimiento reflejado en su rostro.

            Allí permanecieron todos hasta el plenilunio, los soldados aguardaban expectantes en perfecta formación. Una esfera plateada emergió de entre los árboles del bosque y se acercó flotando muy lentamente hasta la casa. El oficial ordenó abrir fuego y cientos de flechas cubrieron el cielo pero ninguna alcanzó su objetivo, sus astas ardían y las puntas se doblaban como si chocaran contra un muro invisible. A su vez la esfera comenzó a emitir una especie de rayos luminosos que paralizaban a todo aquel a quien alcanzaban. Los soldados lucharon hasta el último hombre pero poco pudieron hacer ante tan inusual oponente.

            Kaguya corrió al encuentro de su padre a quien encontró tumbado en su habitación con una mano agarrándose fuertemente las vestiduras a la altura del corazón.

            -“Hija mía, ahora entiendo porqué tienes que marcharte”- dijo con un hilo de voz.- “Es porque yo también tengo que marcharme.  Gracias por toda la felicidad y el amor que nos has traído durante todos estos años”.

            Sonrió mientras acariciaba las mejillas de Kaguya, ahora cubiertas de lágrimas, cerró los ojos y descansó para siempre.

            “Estoy preparada”- dijo la dama tras salir al exterior.



De la esfera surgió un puente plateado y sobre él una pequeña comitiva que salió al encuentro de Kaguya.


            “Has de desprenderte de todas tus pertenencias terrenales y beber esta pócima, te concederá la vida eterna pero también el olvido, no recordarás nada de tu estancia en la tierra. Ten, cúbrete con esta capa. Kaguya se desprendió de todos sus adornos, liberó su largo cabello negro y dejó caer sus ropas. Su hermoso cuerpo era una luminaria, se dejó envolver por la capa y miró melancólicamente atrás, sus ojos reflejaban más de lo que las palabras pueden describir, luego tomó la pócima y se dejó guiar. Hacia su hogar, allá entre las estrellas.