11 dic 2018

ERASE UNA VEZ UNA CAJERA


             
          Se llamaba Reiko, y tras permanecer dos años en la casa de sus padres en la rural Tsumago  decidió por fin a sus veinte años de edad retomar sus estudios, y aunque aún no tenía muy claro la carrera que quería emprender se dejó llevar y como una pluma a la que arrastra el viento se matriculó en una universidad de segunda categoría de Tokio, de esas que son accesibles a pobres provincianas ignorantes como ella (al menos así era como ella lo veía). 

            Una vez allí trató de adaptarse de la mejor manera que pudo. Se inscribía a todo tipo de actividades extra-curriculares pero solía dejarlas tras unas semanas.  Saltaba de club en club buscando algo que le atrajese pero todo esfuerzo fue en vano.

            Tras agotar sus pocos ahorros, para poder seguir pagando el alquiler y las matrículas buscó trabajo. Lo encontró rápidamente, un puesto de operaria en una fábrica. A los tres meses se sentía tan hastiada de sus monótonas labores que apenas podía mirar a los ojos a su supervisor. Trabajaba con desgana, su cuerpo se movía mecánicamente pero su mente estaba ausente. 

            -Si continúo aquí más tiempo- pensó- enfermaré o me volveré loca.

            Tras un par de días abandonó la fábrica.

            Su siguiente empleo fue de repartidora pero aquello no resultó ser como ella esperaba. Seis meses después lo dejó.

            Lo intentó como encuestadora para una empresa farmacéutica pero sentía que aquello poco tenía que ver con ella.

            - Esto no es para mí.



            La misma pauta de comportamiento se repetía una y otra vez incrementándose la lista de empresas en las que decía no encajar y reduciendo poco a poco los posibles empleadores que estuvieran dispuestos a contratar a una trabajadora tan poco voluntariosa. Reiko era consciente, sin embargo,  de la necesidad de trabajar para poder mantener el costoso nivel de vida de la capital.

            Sus padres, preocupados por el errático comportamiento de su hija sugirieron que volviera a casa, que ellos cuidarían de ella y que no había otro lugar mejor en el que estar que en su hogar rodeada de las personas que la amaban. Pero Reiko no podía tolerar el regresar con el rabo entre las piernas, eso supondría un notorio fracaso y humillación.

            Acudió a una empresa de empleo temporal pero ni aún con esas soportaba las tareas que se le asignaban y al menor problema o incomodidad se daba por vencida. 

            Un día le ofrecieron un puesto en la línea de caja de un pequeño supermercado de barrio. 

            - Ni hablar- respondió -yo no he malgastado mi tiempo estudiando para acabar siendo una vulgar cajera.

            -No es una opción Reiko-san, es una última oportunidad, en caso de rechazar este puesto nos veremos obligados a darla de baja indefinidamente, no disponemos de ningún puesto que se adecue a su perfil, esto es todo lo que tenemos, tómelo o déjelo.

            Olvidé comentaros que nos encontrábamos a principios de los ochenta, y en aquella época las cajas registradoras eran poco más que enormes calculadoras en las que había que marcar el importe de los productos manualmente, nada de códigos de barras  ni pagos con el móvil. Llevaba algo de tiempo acostumbrarse a su manejo y memorizar los precios de todos los productos, era (y aún hoy lo sigue siendo a su manera) un trabajo duro. 

            Reiko  se tomó su nueva tarea como un castigo. Era en verdad una chica bastante inteligente y no le supuso mucho esfuerzo el dominar la máquina y no podía evitar ese sentimiento que la oprimía en el pecho, frustración, rabia. 

            - Yo, una cajera, una simple, estúpida cajera. ¿Qué será lo siguiente?¿Limpiar retretes?

            Por otra parte, nació en ella otro sentimiento, uno de culpa, de disgusto hacia sí misma por haber cambiado tantas veces de trabajo, por haber fracasado una y otra vez. Cuando aquello ocurría se prometía aguantar un día más, solo uno más.

            Pero le resultaba demasiado duro, quería rendirse, regresar a casa, sentarse en un rincón y llorar hasta que no le quedaran lágrimas.

            Una de esas noches, tras volver agotada a casa recibió una llamada telefónica.

            -Ya es suficiente hija mía, no necesitas torturarte más, ya es hora de que regreses a casa.

            La calidez de las palabras de su madre la hicieron tomar una decisión y nada más colgar se dispuso a preparar la maleta, metería en ella lo imprescindible y tiraría el resto a la basura, a la mañana siguiente iría al supermercado y anunciaría su marcha.

            Lo cierto es que había acumulado gran cantidad de cosas durante su estancia en Tokio. Vaciando uno de los cajones encontró por casualidad un viejo sobre que contenía  el diario que escribió cuando era niña. Al principio de llegar solía leerlo para no sentirse tan sola en aquel sitio tan grande y nuevo. 

            Lo abrió echó un vistazo a sus ajadas páginas. En una de ellas leyó: 
            ´Quiero ser pianista´.

            Aquel era su sueño de juventud. En el instituto practicaba todos los días para convertirse en el futuro en una gran artista.

            Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Por alguna razón tocar el piano era una de las pocas cosas que podría haber seguido haciendo pero por alguna razón, apenas sin darse cuenta acabó dejándolo. 

            Comparó aquellos días en los que perseguía con pasión sus sueños con su vida de ahora y se sintió profundamente decepcionada consigo misma.

            -¿Qué ha pasado conmigo?¿Donde han ido a parar todas mis esperanzas e ilusiones? 



            Su diario de adulta no era más que una larga lista de empleos descartados. En lugar de escribir sueños se limitaba a registrar todos sus intentos y fracasos. Era consciente que las cosas no le habían ido bien pero no sabía lo tremendamente hundida que estaba.

            -Y ahora mírame, estoy huyendo de un simple puesto de cajera.

            Así que cerró el diario, llamó a su madre y le dijo que prefería quedarse allí un poco más.

            Enjugándose las lágrimas se prometió ir a trabajar el día siguiente y obligarse a ser feliz pulsando aquellos aburridos precios en aquella aburrida máquina registradora.

            -Dentro de unos días sabré si realmente quiero continuar.

            Y no fueron pocas las veces en las que las dudas y la inseguridad asaltaron sus pensamientos.

            -Cuando tocaba el piano- recordó- me equivocaba una y otra vez, pero seguía intentándolo hasta lograr que mis dedos se movieran casi solos y ya no necesitaba mirar las teclas.

            Recordando aquellos días se propuso una meta:

            -Está bien, dominaré esta máquina de la misma forma que lo hice con el piano.

            Estudió concienzudamente las combinaciones de botones que le facilitaban ciertas tareas, memorizó más y más precios y una vez hecho siguió practicando.

            Varios días después ya era capaz de teclear sin mirar y empezó a centrar su atención a los clientes.

            -Oh! esa señora vino ayer...

            Como con voluntad propia sus dedos teclearon el precio de una docena de huevos.

            -... solo que hoy ha traído a sus niños.

            Ahora era capaz de ver mucho más, sus manos danzaban sobre las teclas como la pianista que siempre quiso ser, mientras que con sus ojos analizaba a los clientes, aquello se convirtió en su pequeño placer secreto. Poco a poco aprendía más y más sobre ellos.
  


            - Ahí está el señor solo-compro-ofertas, y que me aspen si detrás no le sigue Doña siempre-vengo-antes-de-cerrar. Oh! La siguiente es la honorable Compro-cosas-caras.

            Un día, la anciana Doña Compro-cosas-casi-caducadas se acercó a la caja, solo que esta vez traía un gran pescado fresco.

            -Vaya! ¿Qué es lo que celebramos hoy?- preguntó Reiko.

          La señora le dijo- Mi nieto ha ganado un campeonato de natación y vamos a celebrarlo juntos, ¿A que es un buen pescado?

            -!Claro que sí, es precioso, enhorabuena!- dijo, sin percatarse de la enorme sonrisa que le decoraba el rostro. Y fue así como descubrió el placer de comunicarse con sus clientes.

            Empezó a recordar sus caras, y también algunos de sus nombres. A veces incluso les ayudaba con las compras.

            - Señora Tanaka ¿Está segura que quiere llevarse ese chocolate? Hoy tenemos uno mejor y más barato en el pasillo tres. Además es mejor que no compre pollo hoy, hay buenas ofertas en la pescadería.

            Todos los clientes apreciaban sus indicaciones y las tomaban en cuenta cambiando sus productos por los que Reiko  les aconsejaba. Mientras más se comunicaba con los clientes más le gustaba trabajar en el supermercado.

            Un día notó que había más trabajo de la cuenta pero ella no le dio importancia y siguió disfrutando de las charlas hasta más allá de su jornada.

            El encargado habló por megafonía:

            -Pedimos disculpas por las largas colas, si son tan amables pasen por la caja número dos.

            Unos minutos después repitió:

            -Señores clientes, por favor pasen por la caja número dos.

            El encargado, al sentirse ignorado observó la larga línea que se había formado en la caja de Reiko  mientras que otras tres cajeras permanecían ociosas y sin nadie a quien atender.

            Se acercó a la última clienta de la fila y le indicó que si pasaba por la siguiente caja no tendría por qué esperar.

            -Oh, cállese ya- contestó la señora Itou, que solo llevaba un par de botellas de leche- El único motivo por el que vengo a comprar aquí es por esa jovencita- dijo señalando a Reiko.

            Al oír esto Reiko estalló en lágrimas.

            La señora Itou prosiguió: -´Hay otro supermercado más barato en esta misma calle, pero yo vengo a charlar con ella, así que si no le importa me quedaré aquí´.

            Reiko  lloró tanto que apenas podía continuar trabajando normalmente. Por primera vez supo lo maravilloso que podía ser tener un trabajo.

            No pasó mucho tiempo hasta que la ascendieron a jefa de cajeras.
            Hoy en día Reiko  enseña a las nuevas empleadas y sigue disfrutando haciendo feliz  a todos los clientes y compañeros.