TATSUYA O EL MODERNO CARONTE
Era
una noche más en Ishinomaki. Apoyado
en su taxi el viejo Tatsuya apuraba
un cigarro mientras aguardaba con un mal disimulado tedio en la estación
central. Odiaba el turno de noche, casi no había carreras y le deprimía recorrer
las zonas afectadas por el terremoto. Habían sido reconstruidas en su mayoría,
no ocurría como esos otros países que veía en las noticias los cuales tardaban
años en recuperarse. Muchas calles contaban ya con edificios aún mejores que
los anteriores, el pavimento fue repintado y hasta los viejos semáforos los
habían sustituido por otros mucho más modernos. Pero lo malo de haber
sobrepasado la cincuentena es que arrastras contigo demasiados recuerdos: “ahí
antes estaba el bar de Taro, esto era
una academia de idiomas, mi primera novia vivía allí, Aquí nací yo…” Cada cambio suponía una pequeña
muerte y en el silencio de la noche, casi sin personas que le dieran vida a la
pequeña población parecía que transitara
en algún lugar indeterminado entre la vida y la muerte.
De
repente algo, o más bien alguien interrumpió sus lúgubres pensamientos. Una
señora se aproximó lentamente a su vehículo. Tatsuya dio un respingo, no la había visto venir, pero al ser el
único taxi que había intuyó que la mujer precisaba de sus servicios, así que
entró en el coche, se ajustó sus guantes y accionó el mecanismo de apertura de
la puerta trasera.
Ella
subió y sin dar las buenas noches le espetó “Al
distrito Minamihama”.
Tatsuya supuso que la mujer se había confundido, o tal vez estaba bebida, a esa
hora y sola... Mas los años de servicio y la educación propia de la vieja
escuela le otorgaban al viejo esa sutilidad de la que carecen hoy día los
novatos.
“Mil perdones señora, estaba distraído y no
le he oído bien”.
“Al distrito Minamihama
por favor”.
Apenas podía dar crédito a sus oídos, el distrito Minamihama era una de las pocas zonas que quedaban por reedificar,
estaba llena de solares y máquinas de construcción.
“Disculpe mi curiosidad señora, ¿Está usted
segura de su destino?, en esa parte no hay nada, solo ruinas”
La mujer clavó sus ojos en el espejo retrovisor, cruzando así la mirada con
el intrigado Tatsuya. Su rostro
estaba extrañamente pálido, y su pelo parecía mojado, como quien se acaba de
duchar o no ha podido librarse de un chaparrón repentino.
Transcurrieron
cinco tensos segundos antes de que la señora hablara.
“Entonces…” – un súbito escalofrío recorrió la espalda del viejo
taxista- “…entonces yo…” – la mujer se llevó las manos a las mejillas y abrió
ampliamente sus ojos a la par que bajaba sus pupilas – “…entonces yo estoy… MUERTA”.
Tatsuya se giró como impulsado por un
resorte invisible. El asiento trasero estaba vacío.
“Cada cambio es una pequeña muerte” – se
repitió mentalmente. Quizá la muerte también se había fijado en él. Empezó a
plantearse desde cuando realizaba el turno de noche, o cual fue la última vez
que discutió con un compañero o de qué hablaron. Es posible que si hay muertos
que no son conscientes de que están
muertos también haya vivos que tampoco sepan que están vivos.
Enfrascado
en sus pensamientos salió de su taxi, suspiró y sin ninguna prisa encendió otro
cigarro.
LOS MUERTOS VIAJAN DEPRISA… Y EN TAXI
O al menos así lo afirma el siete por ciento de los taxistas en Japón. Según
un estudio realizado durante dos años por Yuka
Kudo, profesora de sociología de la universidad Tohoku Gakuín muchos de estos profesionales afirman haber vivido
algún tipo de experiencia paranormal desde el desastre de marzo del 2011.
La doctora Yuka Kudo, autora estudiosa del fenómeno en la zona de Ishinomaki. |
Uno
de estos profesionales relató cómo una chica de unos veinte años subió a su
vehículo y sin mediar palabra apuntó con el dedo hacia el frente. Tras insistir
mucho el taxista logró arrancarle una sola palabra ´Hiyoriyama´. Raudo, el conductor se encaminó hacia ese lugar, al
llegar a su destino se percató de que la mujer se había desvanecido.
En
otra ocasión, no muy cerca de allí otro taxista pudo ver a una niña de corta
edad completamente sola, ataviada con ropas inadecuadas para la época del año
en la que se encontraba. Creyendo que se había extraviado detuvo el coche y le
preguntó dónde se encontraban sus padres, al principio no recibió respuesta,
luego el hombre la invitó a entrar en el taxi y llevarla a su casa. La
chiquilla accedió, de nuevo el destino era Hiyoriyama.
Esta vez y antes de desaparecer la pequeña le dijo ´Gracias señor´ . El taxista comprobó que a un lado de la
carretera descansaban las ruinas de una casa destruida por el tsunami. Siendo consciente de lo que
había ocurrido se detuvo, caminó hasta la fachada e hizo una profunda
reverencia.
Estos
testimonios suelen tenerse muy en
cuenta, ya que las carreras no pagadas deben ser sufragadas por el conductor y
los taxis no son precisamente baratos en este país. Muchos de ellos conservan
las facturas de servicios impagados así como el respectivo cargo en sus
nóminas.
Aunque
el fenómeno parece haberse disparado dese esa fatídica fecha no se trata de
ninguna novedad o moda pasajera, se conocen casos de pasajeros fantasmas desde
mucho antes. Se cuenta que cerca del
cementerio de Aoyama, en Tokio,
durante una lluviosa noche de otoño un taxista recogió a una jovencita de
aspecto desolado y completamente empapada. La dirección a la que pretendía
llegar quedaba un poco lejos y ninguno de los dos cruzó palabra alguna. El
hombre quiso así respetar con su silencio a alguien que probablemente regresaba
de visitar a algún pariente recientemente fallecido.
Cuando
llegaron a su destino la chica pidió que la esperara, bajó del coche y
permaneció de pié bajo la lluvia mirando fijamente la ventana del segundo piso
de un modesto bloque de apartamentos, la única que a esas horas de la noche aún
permanecía encendida. Diez minutos más tarde dio al taxista una nueva
dirección, una casa de un barrio de clase alta en las afueras de la ciudad.
Como en los casos anteriores la pasajera desapareció , dejando tras de sí un
asiento vacío y muchísimas preguntas.
Al
percatarse de la presencia del taxi un señor de mediana edad salió de la casa y
se acercó al sorprendido conductor y le entregó un sobre que contenía en su
interior el importe exacto de la carrera. Le explicó que la chica había sido su
hija, la cual falleció en un accidente de tráfico y recibió sepultura en el
cementerio de Aoyama. De vez en
cuando pide a alguien que la lleve a la casa de su antiguo novio y después a
esta dirección, la que fue su casa.
Los
casos son tan abundantes como variopintos: pasajeros que aparecen de la nada
asustando a sus ocupantes, mujeres acosadas por unas manos invisibles, chóferes
que ven en el espejo retrovisor a un niño en el asiento trasero...
Si
alguna vez paseáis por Japón y se os hace tarde no lo dudéis, levantad la mano
y llamad a un taxi, os lo pasaréis de muerte.
CARROS ESPECTRALES
En la ciudad de Gotemba,
prefectura de Shizuoka, los más
viejos del lugar recuerdan historias sobre un carrito fantasma que recorría las
calles próximas al cementerio local, era de un inusual color blanco, lucía un
crespón familiar muy antiguo, sus ruedas no emitían ningún sonido tampoco
llevaba pasajero alguno ni sirviente que tirara de él. Su destino sigue siendo un
misterio, no se sabe de nadie que lo parara o subiese en él, y si alguien lo
hizo nunca quiso o pudo contarlo.
Ya apenas se ven carritos (o rikisha) por las calles de la capital.
Estos han sido sustituidos por elegantes vehículos a motor. Como ya hemos visto
vivos y muertos por igual hacen uso de ellos y no solo como meros clientes.
Y es que ya desde el periodo de
entreguerras se han producido avistamientos de vehículos fantasmales,
normalmente taxis de color blanco (el color de la muerte en este país),
circulando a altas velocidades y sin nadie al volante.
Suelen aparecer por las zonas
aledañas al palacio imperial, en Tokio aunque también se han dado casos en
Nagoya y Namba (Osaka).
¿Por qué querría un muerto mostrarse
ante alguien y subirse a un taxi? ¿Qué motivaría a alguien que se supone que ha
superado el mundo material? Creo que muchos de ellos siguen perdidos, en esa zona
gris entre la vida y la muerte. Se les haría tarde, demasiado tal vez. Piden que
se les lleve a su hogar, anhelan cruzar ese portal y poder al fin descansar
para siempre.
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