LA CUENTA INTERMINABLE O LA HISTORIA DE UNA VIDA
ROTA
No
todos los fantasmas son horrendos, ni las venganzas productos del odio. Algunos
son hermosos y su alma, lejos de haber sido lastradas por el rencor, han
sucumbido víctimas de una profunda tristeza. Esta es la historia de Okiku,
espíritu con el que todos los que vagamos penando en vida podremos sentirnos
identificados.
El
castillo de Himeji es uno de los edificios más bonitos de todo Japón y seguro
que todos vosotros habéis visto alguna vez sus blancas paredes elevándose
majestuosas entre mares de cerezos en flor.
En
tan idílico lugar vivía la joven Okiku, una sirvienta proveniente de una
familia pobre que como muchos en el siglo XVII se esforzaban por complacer a
sus dueños a cambio de un poco de comida y un trato amable. Aún con todo, era
feliz, pues tenía la inmensa fortuna de poder residir en un lugar sin duda
bendecido por los kami , donde los
pájaros cantaban con fuerza y la brisa se deslizaba jugando entre las hojas de
los sauces, tan abundantes en la zona.
Okiku
era alegre, algo delgada pero alta para su edad y guapa, muy guapa. De la misma
manera que las malas personas se sienten atraídas por las de buen corazón y el
ambicioso siempre encuentra al crédulo y al honrado así un samurái llamado Aoyama Tessan, de tan elevado rango como
baja era su moral no tardó en poner sus ojos en ella.
Tessan
era cruel, sanguinario y temperamental, atributos que en un guerrero curtido
como él eran considerados con indulgencia por la gente, además su posición
social hacía que sus deseos fueran por regla general rápidamente complacidos.
Muchas
veces abordó a Okiku con propuestas amorosas y otras tantas fue rechazado,
Tomando el samurái estos desplantes primero como un desafío y luego como la
testarudez típica de las mujeres que se saben hermosas.
Un
día le fue encomendada a Okiku una sencilla pero a la vez delicada tarea,
siendo como era una sierva de confianza le encargaron transportar una vajilla
compuesta por diez platos de porcelana regalo del mismo shogun al señor del
castillo y que iban a presidir la cena a la que un importantísimo daimio estaba invitado.
Los
utensilios fueron cuidadosamente embalados y guardados en cajas lacadas y así
entregados a Okiku quien se apresuró a dirigirse al lugar donde le habían
indicado protegiendo con gran celo su valiosa carga.
Mas
la perversa mente de Tessan quiso idear un plan que haría que la joven Okiku se
entregara por fin a él. Distrayéndola con una orden banal decorada con una voz
enérgica la alejó de su obligación y abandonó las cajas durante un momento,
justo lo que el malvado samurái necesitaba. Con cuidado extrajo uno de los
platos y lo ocultó entre sus ropas, luego trató de disimular su acción de modo
que nadie se diera cuenta.
La
inocente Okiku nada sospechó y se dispuso a despachar los platos en su destino.
Quiso asegurarse de que todos los platos habían llegado intactos y de ser así
adecentarlos de modo que quedaran agradables a la vista de sus severos
superiores.
La
cara de Okiku palideció cuando al contar la vajilla echó en falta uno de los
platos, los contó una y otra vez mientras la desesperación iba recorriendo sus
venas como el frío torrente de un río en invierno, uno, dos…así hasta nueve, siempre nueve.
¡Y a ella le entregaron diez! Estaba segura que había tenido cuidado y no le
estaba permitido ni siquiera pensar en que tal vez le hubieran entregado la
cantidad equivocada, ¡Eso sería una gran ofensa!
La joven lloraba desconsolada cuando el
astuto Tessan se acercó a ella. Preguntó si todo estaba yendo bien e
intencionadamente hizo incapié en la importancia de la visita y que al tratarse
de familiares del shogun era vital cuidar hasta el más mínimo detalle y ello
pasaba por los blasones grabados en los platos donde se iba a servir la cena
.
Okiku
cayó de rodillas ante el samurái y confesó que faltaba una de las piezas que se
le encomendaron, las lágrimas recorrieron sus mejillas a la vez que Tessan
sintió un escalofrío de satisfacción, había caído en la trampa como un
pajarillo y ahora la tenía a sus pies.
-“¿Cómo
te atreves a ser tan descuidada con asuntos tan delicados?”- Gritó Tessan.
Okiku
apenas lograba balbucear algo parecido a una débil disculpa.
-“!
Sabes muy bien cuál es el castigo por semejante afrenta, y yo mismo lo llevaré a
cabo si no haces algo por remediar esta situación!”- Aullaba mientras echaba
mano a su espada de manera amenazante.
“Pero
soy una persona indulgente”-dijo mientras se aproximaba lentamente- “la quinta
virtud del bushido es la compasión y
no me es ajena niña, se que los de tu clase no reúnen las dotes necesarias para
seguir la vía pero hasta un perro sabe
mostrarse agradecido”- Siguió acercándose hasta poder tocarla con su aliento- “¿Qué
me dices pequeña, podrías mostrarme un poco de tu agradecimiento a cambio de mi…… digamos… comprensión?”.
Tessan
extendió su mano y rozó la cara de Okiku quien la apartó bruscamente.
“!Zorra!”-
escupió.
El
samurái la abofeteó con tal fuerza que Okiku casi perdió el conocimiento.
“!!Desearás
que tu muerte sea rápida pero juro por mis antepasados que yo haré que no sea
así!!”.
Bramó
y su cuello se tornó hinchado y rojo como el de un toro, antes de abandonar la
estancia dio un puntapié a Okiku que la hizo doblarse por el dolor y la dejó allí tumbada.
Lamentablemente
el tormento de Okiku no hizo más que empezar, sirvientes y vasallos de menor
rango se apartaban ante un Tessan enloquecido, recorrió los pasillos de un lado
a otro y más de una doncella afirmó más tarde que no era una persona si no un oni rabioso que había invadido el castillo.
Regresó
a la estancia donde Okiku aún permanecía sollozando y le exigió a gritos que
confesara, sólo obtuvo un leve gemido como respuesta y con los ojos inyectados
en sangre la agarró de la cabellera y así, a rastras la sacó al patio trasero
de la fortaleza.
-“!!Dime
donde está el plato que falta sucia perra!!”.
Tessan
entró en un trance asesino. Con una gruesa cuerda ató a Okiku, los nudos le
causaban gran dolor y con un profundo lamento rogó por su vida. Un fuerte golpe
de puño en el estómago. No hubo más quejas.
El
samurái la izó sobre el pozo que proveía de agua al castillo, observó su obra,
un hilillo de sangre recorría la comisura de los labios de la mujer, con una
gran agonía alzó la vista, sus miradas se cruzaron, los ojos de Okiku suplicaban
un porqué, Tessán soltó la cuerda.
Todo
acabó, el samurái se arrodilló como si hubiese librado una larga y cruenta
batalla, resoplaba como un caballo tras una jornada de marcha.
“Okiku”-
susurro- “Maldita seas Okiku”.
Transcurrió
todo un año y el turbio asunto de los platos fue olvidándose hasta que una
noche algo interrumpió el plácido sueño de cierto samurái de infausto nombre.
La suave voz de una dama parecía contar, Tessan abrió su shoji (puerta corredera), a pesar de ostentar un cargo importante su
habitación seguía dando al patio trasero, reservándose las estancias delanteras
a las visitas y vasallos directos del clan Tokugawa.
La
voz siguió contando, Tessan contempló con espanto cómo una figura
resplandeciente surgía de dentro del pozo, la cuenta seguía y mientras atenuaba
su brillo la silueta de Okiku seguía
contando y con mirada acusadora se encaminó hacia el castillo, hacia su
asesino, hacia Tessan. “….siete…ocho”. El samurái se arrastró y retrocedió como un cangrejo atrapado en la
arena. Nueve…la figura comenzó a abrir los ojos…”NUEVEEE”… La cara de Okiku, blanca como la nieve, el rostro
de los muertos mostraba ahora una desesperación supina. “N..NUE..VEEE…”. El espíritu abrió lentamente
su boca hasta desencajar su mandíbula en un gesto antinatural. Los labios de
Tessan comenzaron a temblar descontroladamente. Okiku voló hacia él y dos
escalofriantes gritos se fundieron en la noche.
EL FANTASMA DEL CASTILLO
¿Qué sería de un viejo castillo occidental sin su correspondiente fantasma
recorriendo eternamente sus estancias, ajeno al mundo en el que una vez vivió?
Oriente
también los tiene y el de Okiku en Himeji es un buen ejemplo. Se la suele ver
emergiendo del mismo pozo donde fue asesinada, comienza a contar unos platos
(que aparecen como círculos luminosos que la rodean) y al llegar al número
nueve busca frenéticamente la pieza que le falta y al no encontrarla llora y
profiere una serie de alaridos que hielan la sangre de aquellos que contemplan
la escena.
Okiku
no es un yurei al uso, esto es, no estamos ante un espíritu vengativo, solo
pretende encontrar el plato que le falta y como lamentablemente éste se perdió
hace tiempo está condenada a buscarlo eternamente. Una forma bastante conocida
y sencilla de calmarla es terminar la cuenta por ella, si alguien grita en su
presencia ¡diez! se tranquilizará y se desvanecerá no volviendo a molestar a
los testigos.
Algunos
os preguntaréis porqué Okiku no busca venganza. La respuesta es simple: Según
las creencias japonesas un yurei es
producto de su último pensamiento en vida, así si alguien es víctima de una gran
injusticia y muere con un profundo deseo de revancha probablemente volverá para
atormentar a los culpables. Okiku sin embargo murió convencida de que había
recibido sus diez platos y únicamente quería encontrar el que faltaba. Quizá fue
debido a su inocencia o a la idealización por parte de los diversos narradores
de esta historia pero Okiku no albergaba ningún odio hacia Aoyama Tessan y se
atribuye a sus remordimientos el que enloqueciera al ver al espíritu de la joven
emergiendo del pozo.
DIPLOMACIA
Otro
ejemplo es el vivido por un kaishakunin que
se vio obligado a acabar con un samurái acusado injustamente de un crimen mayor. Antes
de la ejecución y en presencia de los testigos el condenado amenazó a su verdugo
con volver de entre los muertos y vengarse por matar a alguien aún a sabiendas
de su inocencia. Todos palidecieron, pues para un samurái no hay diferencia
entre palabras y hechos.
El
astuto kaishakunin hizo una curiosa propuesta
al condenado: Si de verdad era inocente era en ese momento y delante de todos
los testigos que podía demostrarlo y de esa manera le retó a morder la piedra
sagrada que presidía el patio después de
ser decapitado.
El
samurái perdió su cabeza pero antes de que el kaishakunin
se la llevara comenzó a rodar hasta llegar a la piedra y para asombro de la
audiencia abrió su boca y la mordió. Algunos nobles manifestaron su preocupación
por las amenazas del muerto, a lo que el ejecutor explicó que no era la primera
vez que se topaba con casos similares, el samurái murió tratando de demostrar
su inocencia y con una sola idea en mente: morder la piedra, para corroborarlo
recogió la cabeza del suelo y se la mostró a todos, en su rostro se evidenciaba
una expresión de paz. “Ha muerto bien”, dijo, se excusó y abandonó el lugar sin
ningún temor.
PUES YO HE OÍDO QUE...
La
historia de Okiku ha sido reinterpretada en infinidad de ocasiones llevándose
incluso al teatro donde el argumento fue cambiado convirtiéndose en una trágica
historia de amor que transcurría en la casa señorial de los Aoyama en Tokio.
En
algunas versiones Tessan rompe el plato, en otras ni siquiera se llama así, también
se habla de una valiosa vajilla holandesa y no un regalo del shogun.
El
destino de Tessan también es incierto aunque se le quiso dar un final poético y
como añadido a la leyenda se cuenta que enloqueció y se le expulsó del castillo
abortando de paso un intento de asesinato contra el daimio de Himeji planeado
previamente por el malvado samurai.
Por
último se sabe que una plaga de gusanos de seda de origen extranjero azotó la
provincia de Himeji, solían abundar en lugares húmedos como antiguos pozos, los
habitantes del lugar comenzaron a llamarlos Okiku-mushi
ya que les recordaba a la doncella atada.
DIEZ
Quisiera
dedicar este artículo a todos aquellos que al igual que la protagonista de la
historia se encuentran en un profundo agujero y tratan desesperadamente que
alguien les brinde un poco de ayuda y por fin les salgan las cuentas.
A
veces solo es necesaria una palabra.
Me encantó, tu forma de narrarlo
ResponderEliminarGracias <3 <3
Es todo un honor
EliminarCreo que es la narración que más me ha gustado de todas las que he leído hasta ahora sobre esta historia. Gracias!
ResponderEliminarMuchisimas gracias y encantado que le guste
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