8 abr 2016

MIMINASHI HOICHI

EL LLANTO DE LOS MUERTOS


-“!Eh, tú!, ¿Eres Hoichi?”- inquirió una dura voz

            El escuálido monje se sobresaltó pues no solía recibir visitas a tan altas horas de la noche. Giró la cabeza a uno y otro lado, a pesar de estar ciego había adquirido la habilidad de localizar a sus interlocutores por el sonido de sus voces pero en esta ocasión parecía proceder de todas partes a la vez.

-“¿Eres Hoichi el músico?”- repitió el misterioso visitante.

            El monje tanteó con la mano derecha hasta alcanzar su biwa (instrumento de cuatro cuerdas similar a un laúd) y lo abrazó como una madre a su hijo recién nacido.

-“Si señor, así me llamo. ¿Qué desea de mí a estas horas?”

-“! Silencio!, tienes que acompañarme inmediatamente, llévate tu instrumento, yo te guiaré.

La voz sonaba autoritaria, fría y dura como un bloque de acero, contenida pero imperativa. El extraño le asió del brazo y  fue abriendo camino. Su tacto era como el de un halcón cuando abate a su presa, podría partirle el brazo con un solo movimiento si quisiera. El entrechocar de diversos abalorios y el crujir de algún tipo de cuero, junto con todos los detalles anteriores indicó a Hoichi que debía de ser un guerrero con toda su panoplia quien le conducía a su desconocido destino.




Un escalofrío le recorrió la espalda, quizá alguien importante habría podido sentirse ofendido por alguna de sus canciones y mandaba a uno de sus servidores para ejecutarlo ante él.

-“Tranquilo Hoichi, mi señor no te desea ningún mal”- dijo el guerrero, como si de alguna manera hubiese podido escuchar sus pensamientos.

Al poco llegaron a algún lugar cerca de la costa, la brisa marina y el romper de las olas hacían las noches veraniegas de Akamagaseki muy agradables y llevaderas, muy distintas de la infatigable humedad que sufrían media jornada de camino más hacia el interior.

El guerrero pidió permiso y unas enormes y pesadas puertas se abrieron ante ellos, el chirriar de los goznes indicaron a Hoichi que se trataba de una edificación imponente, un palacio o tal vez un castillo, pero no sabía de ninguno por esa zona.

-“!OOOii... Acudid todos, he traído a Hoichi, daos prisa, haced los preparativos!”- exclamó el guerrero.

Un sonido de frotar de seda contrastaba con el tosco rechinar de su escolta, leves risas de mujer le rodearon y el monje no pudo evitar sentir una profunda vergüenza. No hace mucho que llegó a esa zona, era un simple peregrino mendicante al que se le dio asilo en el templo de Amida-ji  y ahora se encontraba ante nobles del más alto rango, cubierto de harapos y con la cabeza sin afeitar.

Una mano de porcelana asió su muñeca, suave, fría, delicada, como si fuera a quebrarse en cualquier momento, su tacto se diferenciaba tanto de la zarpa de hierro que hasta hace poco le atrapaba como el invierno es al verano y el mar es a la tierra.

-“Querido Hoichi, hemos estado esperándote.”- Dijo una melodiosa voz.

-“¿Quién mi señora?”- contestó Hoichi.

-“Nosotros, simplemente nosotros, no hagas muchas preguntas buen monje, solo has de saber que mi señor es una persona muy importante y que estamos de paso. La fama de tus habilidades con el biwa ha llegado hasta sus oídos y es su deseo que nos deleites con tu música. ¿Querrías hacer eso por nosotros Hoichi-san?”- dijo la voz

Sabedor que desobedecer la petición de un samurái no era una buena idea no tenía otra opción que acceder, aunque la dulzura en la voz de su interlocutora unida a la extrema cortesía mostrada para con él hicieron que Hoichi realmente quisiera compartir su arte ante tan ilustre audiencia.

-“¿Tiene su señor algún tema predilecto?”- preguntó.

-“Las crónicas de Heike”.- dijo ella.

-“Mi señora, es una saga muy extensa, podría llevar días, ¿Qué pasaje debo interpretar?”

-“Dan-no-ura”- contestó lacónicamente.




Hoichi hizo una profunda reverencia y preparó el biwa. La voz del monje comenzó a relatar los hechos, tañía su laúd y de él brotaron solemnes notas,  decidió llevar el relato un poco más atrás y así relató a todos la gloriosa carga en Ichi-no-Tani, la heróica muerte del joven Atsumori  y así hasta llegar hasta el fatídico día en el que la poderosa flota Minamoto  acorraló a los restos del clan Taira, que a pesar de escasos eran la flor y nata de su tiempo. Los guerreros más cultos y valientes, las damas más corteses y bellas.

El canto se hizo más frenético a la vez el oleaje se dejaba sentir por toda la estancia, los dedos de Hoichi pellizcaban las cuerdas imitando el disparo de los arcos. Habló de bravos sirvientes que se hundían en las oscuras aguas de Dan-no-ura para no emerger jamás. De temibles guerreros que aún estando sus petos cargados de sangrantes saetas se negaban a caer y de nobles doncellas que se resistían a ser capturadas y apuñalaban sus largos cuellos.

Y habló de la muerte del emperador niño Antoku, de cómo su abuela lo preparó con su vestidito de guerrero y su pequeña espada ceremonial. Los cuerpos de las damas de más alta alcurnia le sirvieron de escudo final. El barco comenzó a arder y poco a poco, junto con todos sus ocupantes se sumergieron para siempre.

La estancia se llenó de lamentos y llantos, hombres y mujeres por igual se golpeaban el pecho y maldecían aquel fatídico día. Las mujeres invocaban entre lágrimas el nombre de Antoku. La pena inundaba el lugar.





Hoichi se sorprendió del impacto que provocó su actuación y guardó un respetuoso silencio. Al poco la dama que habló por primera vez dijo:

-“Hoichi-san, agradecemos profundamente que hayas cantado para nosotros esta noche, mas nuestro señor se sentiría muy agradecido si accedieras a volver a actuar para nosotros mañana, solo permaneceremos aquí seis días y luego nos marcharemos, vuestra música haría nuestra estancia mucho más agradable”.

-“Lo haré sin dudarlo mi señora, ¿Pero a quien debo el honor?” –replicó

-“Viajamos de incógnito Hoichi-san, no necesitas saber más”

Y así terminó la primera noche, Hoichi volvió al alba y nadie en el templo pareció darse cuenta de su ausencia.

El guerrero volvió la noche siguiente a buscarle, encontró al monje preparado, esperándole, cosa que pareció satisfacer al guía quien profirió un gruñido a modo de risa.

Alguien en el monasterio se percató de la ausencia de Hoichi y no tardó en comunicárselo al abad, quien con un gesto de preocupación aguardó su regreso.

Un poco antes del amanecer y como ya hiciera el día anterior Hoichi volvió al monasterio. Allí le esperaba el abad:

-“Querido Hoichi ¿Puedo preguntar dónde has estado toda la noche?”

-“Señor abad, alguien reclamó mis servicios y tuve que antenderles”- respondió un sorprendido Hoichi.

-“¿Podría saber qué servicios eran esos que te mantuvieron dos noches fuera de este lugar?”- insistió el abad.

-“Lo siento, no puedo hablar de ello, ruego me perdonéis”.- sentenció Hoichi.

Dando por terminada la conversación el abad dio media vuelta sin mostrar ninguna emoción pero resuelto a averiguar qué ocultaba el monje. Ordeno a uno de sus subordinados que se mantuviese alerta y vigilara a Hoichi y en caso de abandonar el monasterio le siguiera.

Siguiendo el acordado ritual el monje y el guerrero se alejaron hacia la costa. Un sacerdote siguió a Hoichi aunque no tardó mucho en perderle de vista, una inoportuna lluvia y una noche sin luna impidieron seguirle el rastro.

No dándose por vencido y dejándose llevar por su oído el sacerdote prosiguió su búsqueda. Su perseverancia se vio recompensada al distinguir entre el repiqueteo de la lluvia el melancólico sonido de un biwa.

Encontró a Hoichi en un viejo cementerio cerca de un acantilado que daba al mar, estaba arrodillado entonando una antigua canción, La batalla de Dan-no-ura. Parecía ajeno a la lluvia que poco a poco se había vuelto torrencial. El sacerdote volvió lentamente su cuello y con horror comprobó que se encontraba frente a las tumbas del clan Taira.

Tumbas de guerreros Heike en el santuario de Akama

“!Hoichi, Hoichi, despierta por favor!”- le gritó el sacerdote mientras con una mano agitaba el hombro del músico.

Hoichi, lejos de parar, redobló sus notas y prosiguió con su cantar acentuando cada una de las notas. El sacerdote intentó arrebatarle el laúd pero al hacerlo Hoichi abrió sus ojos de par en par dejando ver dos marmoleas esferas blancas. Cuan demoníaco látigo un trueno iluminó el cielo y durante una fracción de segundo el sacerdote creyó ver cómo las gotas de lluvia, recortaban siluetas de soldados invisibles que le rodeaban, y su mente quiso hacerle creer que las figuras formaban un silencioso ejército cuyas filas llegaban hasta la orilla del indómito mar.



. . .

El sol estaba ya bastante alto  cuando Hoichi recuperó el conocimiento, El abad le observaba con severidad, y no dejó de hacerlo mientras con un leve movimiento de su mano pidió que les dejaran solos.

“Hoichi, mírame, estás en Amida-ji. Te encuentras a salvo, de momento al menos”- le dijo lentamente.

Hoichi no contestó, abrió la boca como si quisiera decir algo, pero no pudo articular palabra alguna.

“Hoichi, estás embrujado , has cruzado el umbral y ahora los muertos te reclaman para que formes parte de su séquito por toda la eternidad”.

El monje abría y cerraba la boca sin cesar, como un pez fuera del agua, abriendo sus inertes ojos y dibujando con sus cejas una mueca de absoluto temor.

“Pero aún hay esperanza para ti, debemos apresurarnos, la noche se acerca”.

Un acólito reavivó el fuego y el olor a incienso llenó la estancia, empequeñecida por una gran estatua dorada de buda. Una fila de disciplinados monjes entonaban sutras en continua sucesión. Hoichi se encontraba desnudo en el centro de la habitación, el abad estaba detrás, mojaba con cuidado un pincel en tinta china y trazaba gruesos  caracteres en su espalda.



“Este es el sagrado Sutra Hannya Shin Kyo.  La forma es el vacío y el vacío es la forma. El vacío no difiere de la forma; la forma no difiere del vacío. Aquello que es forma es vacío. Aquello que es vacío es forma. Percepción, nombre, concepto y conocimiento son vacío. No hay ojo, ni nariz, lengua, ni cuerpo ni mente

El abad siguió dibujando por todo el cuerpo de Hoichi mientras recitaba la oración.

“Ahora los muertos no podrán verte, permanece inmóvil, concéntrate y repite mentalmente el sutra, no hagas ruido, no te muevas, no tengas miedo. “- dijo el abad tras acabar.

Poco a poco los monjes fueron abandonando el lugar y al caer el sol Hoichi se quedó solo.





Al igual que las pasadas noches el guerrero entró en sus aposentos, le estaba llamando, al no contestar examinó el resto del edificio. Un pesado caminar le hizo saber que no andaba cerca.

“!Hoichi, no te escondas, Hoichi, tienes que venir conmigo no me hagas enfadar, Hoichi maldita sea, presentate ante mí, ahora!”- gritaba el guerrero.


Los pasos se aproximaron directos hacia él. Hoichi contuvo el aliento.

-“Vaya, ¿Pero qué clase de portento es este? Dos orejas flotando en el aire. Está bien Hoichi, me las llevaré y así podré demostrar a mi señor que estuve aquí”.

Las metálicas zarpas agarraron las orejas de Hoichi y de un violento tirón se las arrancó. El monje aguantó estoicamente el dolor hasta que creyó que el guerrero había abandonado el lugar, luego perdió el conocimiento.

Una vez repuesto de sus heridas el abad pidió perdón a Hoichi por olvidar dibujar los sagrados ideogramas en las orejas.

Desde entonces fue famoso en toda la región cierto monje ciego cuya música hacía llorar hasta a los muertos. Fue apodado “Hoichi miminashi” –(sin orejas).

Santuario dedicado a Hoichi en Akama, donde hizo llorar a los muertos.


SANGRE Y SAL


                El veinticinco de abril de 1185 el sur de Japón se vio sacudido por una de las más violentas batallas de su historia. En el estrecho de Kannon  una gran flota de casi mil barcos pertenecientes al clan Minamoto  (o Genji)  derrotó a lo que quedaba del clan Taira(o Heike) que apenas sumaban quinientas naves y que transportaban no solo a guerreros si no también a las familias de éstos así como el emperador Antoku de seis años de edad.




            La ferocidad de los atacantes junto con la voluntad de proteger a su emperador convirtió el enfrentamiento en una matanza. Ni uno solo de los Taira sobrevivió a la batalla. Incluso aquellos en tierra con vínculos familiares fueron ejecutados.

            Según cuenta la leyenda los espíritus de los guerreros Taira se reencarnaron en cangrejos en cuyos caparazones puede distinguirse el fiero rostro de un guerrero samurái. Son los conocidos como Heikegani . Si los pescadores se topan con alguno de estos ejemplares en sus redes se apresuran a pedir disculpas y devolverlo al mar.

Uno de los heikegani

            
Uno de los tres tesoros imperiales, la espada kusanagi, se perdió para siempre.

            El pueblo japonés siente un profundo respeto hacia el clan Taira, y a diferencia de otros países no se ceban en el enemigo caído y reverencian el valor mostrado en combate.

            La obra Heike monotagari narra la guerra que sostuvieron ambos clanes y es el relato épico japonés por excelencia.


            En cuanto a Hoichi perdió lo que simbólicamente resultaba más valioso para un músico pero según dicen las malas lenguas no fueron sus orejas lo que se llevó el bravo guerrero Heike sino otro apéndice que al viejo abad se le olvidó pintar, ¿Qué fue entonces? No me pregunten, solo les digo una cosa y quien quiera que lo entienda:


Señores va por ustedes. 




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