20 nov 2016

UBUME


LA HIJA DE NADIE


                _ ¿ Y la encontrásteis así, sin más?- Inquirió el magistrado con cierto gesto de incredulidad.

            - Ocurrió tal y como os lo he expuesto mi señor- Se reafirmó Yoshimi.

            Yoshimi había ejercido de yoriki  (cargo semejante al de policía durante el japón feudal) durante once años y su fiabilidad había quedado muchas veces demostrada. Él mismo se sentía un poco turbado por los hechos que acontecieron la jornada anterior y la expresión, entre burla y excepticismo del magistrado local no hacían sino mortificarle aun más.



            - Está bien, en ese caso que así conste. Yoshimi-san, te pido que repitas tu historia para que el escriba la anote y quede registrada en los archivos del clan. En cuanto a nuestro ´pequeño problema´- Hizo una breve pausa a la vez que echó una mirada a un bultito de ropa que descansaba ante ellos- ´Bueno, decidiré que hacer con él mas tarde´.

            Se hizo el silencio en la estancia a la vez que el escriba humedecía su 
fude (pincel) en tinta china. Con un gesto de cabeza indicó al magistrado que estaba listo y este a su vez apuntó con su abanico a Yoshimi que recibió el permiso tocando el suelo con su frente.

...


            Encontrábame yo de guardia esa noche cuando a mis dependencias llegó un criado. Al parecer un atribulado comerciante reclamaba mi presencia urgentemente, Acudí raudo a recibirle no sin preguntarme qué tipo de asunto le habría llevado a requerir de mis servicios a una hora tan intempestiva.

            Parecía muy preocupado, estaba sucio y apestaba a sudor y miedo. He sido testigo en muchas ocasiones de lo que el temor puede hacerle a un hombre y créanme cuando  digo que no hizo falta presionarle demasiado para que la verdad fluyese por su boca como el Shinanogawa lo hace del monte Kobushi.


LO QUE ME CONTÓ EL COMERCIANTE


            Yoriki-sama, os pido mil disculpas por molestaros tan tarde pero es mi obligación como buen vasallo el informaros de un incidente del que he sido víctima y de la posibilidad de que otros más graves hayan podido sucederse.

            Si, os preguntaréis qué hacía yo por los caminos pasada ya puesta de sol. !Y no os falta razón mi señor! Ese día se me hizo algo tarde en la posada que hay junto al puente, negocios sin importancia remojados con un poco de ese magnífico sake que se sirve en estos dominios. Pensé que si apretaba un poco el paso podría alcanzar mi destino y aún estar a tiempo para ofrecer mis mercaderías a primera hora de la mañana.

            Apenas había pasado la hora de la rata cuando  salió al paso una mujer que hacía gestos con la mano para que me acercase. No es la primera vez que me asaltan en un camino, aunque jamás en estas tierras que tan bien defendidas están por nuestro buen señor. Así que decidí ignorarla pero ella lejos de darse por vencida comenzó a a aproximarse. Me detuve a cierta distancia para poder observarla con mas detenimiento.

            Vestía una túnica raída, rasgada en algunos puntos y con unas extrañas manchas de color parduzco a la altura de los muslos. No tenía agujas en el pelo, lo llevaba suelto y sucio. Su rostro revelaba una palidez propia del que sufre una grave enfermedad pero se mantenía erguida y su paso era firme. Señaló mis bienes con su enjuto dedo. En ese momento me habló por primera vez, o eso creí, pues su vista permanecía clavada en los bultos y jamás en todo el encuentro me dirigió la mirada. Era como si cada uno mantuviese un diálogo con una tercera persona y ninguno de nosotros estuviera realmente allí.

            Me pidió que le mostrase lo que llevaba, y así lo hice, pero vigilando muy de cerca dónde ponía sus manos. Agarró con ansiedad una considerable cantidad de comida, sobre todo pasta de arroz y dulces, también un pequeño muñequito multicolor con unos cascabelitos, el último de una serie de cuatro que intercambié con un colega cerca de la carretera de Tokkaido.

            De algún modo la mujer se percató de mi preocupación, pues aseguró que me pagaría. !Y por todos los kami que moran en el cielo y la tierra que lo hizo! De una desgastadísima bolsa sacó un buen puñado de ryo (monedas de oro), suficientes para pagar no menos de quince veces todo lo que se llevó! !Y aún creí ver dentro de la bolsa muchas más!

            Confieso que en aquel momento pensé haberme topado con un kami que vino a recompensar mis esfuerzos en esta sacrificada vida mía. Retomé el camino alegre, aliviados el peso de mi cuerpo y mi espíritu.

            Nada mas llegar al pueblo entré en la taberna que hay junto al templo y ordené una bien merecida comida pero cual fue mi sorpresa que cuando fui a echar mano a las monedas estas habían desaparecido. !En su lugar solo había un puñado de hojas secas, ramitas y tierra! Esa zalamera me había engañado, se había llevado gran parte de mis pertenencias y aprovechado de mi buen corazón. Pero por mi honor, señor yoriki que las monedas que vi eran reales, incluso las toqué y os aseguro que conozco bien el oro, pues no siempre fui tan pobre como me veis ahora. Empecé a preguntarme de dónde habría podido sacar esa pordiosera tal cantidad de dinero. Sin duda lo habría robado a algún samurai, o peor aún !podría haberlo asesinado! Ruego a su señoría que vaya a buscarla y la capture, ya no solo por lo que me ha robado, sino por la seguridad de todos. Se que sois un hombre valeroso y no será tarea difícil dar con ella.

...

            Me puse en camino sin perder tiempo con la esperanza de resolver todo este asunto con celeridad y poder volver a casa antes de despuntar el alba. Coloqué en el cinto mi jitte (estilete sin empuñadura y con un saliente utilizado para trabar las hojas de las espadas utilizado ampliamente por las fuerzas policiales) y me hice acompañar por el comerciante para que me sirviera de testigo e improvisado porta-linterna.



            No tardamos mucho en llegar, el mercader se detuvo unos pasos tras de mí, resollando como un caballo tras una batalla. El silencio inundaba el lugar. Si alguna vez hubo alguien allí estaba seguro que se habría marchado hace ya tiempo.

            Comencé a rastrear el borde del camino, sustituyendo el miedo por precaución tal y como indicaba el maestro (en este caso se refería Miyamoto Musashi  y su Go-rin-no-sho, o libro de los cinco anillos, famoso tradado sobre táctica y esgrima). Esperaba encontrarme de bruces con algún cadaver o con alguna otra escena mas dantesca si cabe. No quedé del todo defraudado, y un escalofrío recorre mi espalda cada vez que recuerdo aquella visión. Resguardada tras unas rocas yacía el cuerpo sin vida de una mujer, manchas de sangre seca teñian sus ropas y el suelo circundante, pisé una rama seca y su crujido fué seguido de unos chillidos agudos. Mi acompañante arrojó al suelo la lámpara y huyó despavorido. La luz tintineó formando sombras con formas diabólicas y los grititos reverberaban en las rocas dotando del lugar de una atmósfera ultra terrena.

            Afortunadamente la linterna no se apagó la alcé y su luz logró imbuirme algo de valor. La figura permanecía inerte y reconocí aquellos sonidos como el llanto de un bebé. Busqué con vehemencia su origen y no tardé en encontrarla, una niñita envuelta en unos ropajes sencillos, apenas contaba con unos días de vida, los mismos, supuse, que llevaría muerta la que sin duda había sido su madre. Por sus manchas deduje que murió desangrada mientras daba a luz. Aún me pregunto cómo pudo sobrevivir sola tanto tiempo, tampoco me explico qué hacía la niña rodeada de restos de bolas de arroz y cuencos con marcas de leche seca. Nada encontré en ellas que pudieran identificarlas, pues la mujer no llevaba más que lo puesto, no sería de extrañar que hubiera sido víctima de algún bandido sin escrúpulos que tras asaltarla abandonara a la pobre parturienta desvalida y tal vez herida. A parte del viejo trozo de vestido, la niña estaba desnuda, en su muñeca izquierda llevaba un pequeño rosario, y con su derecha abrazaba un muñequito hecho de tela multicolor con cascabeles en sus puntas.

...

            -Está bien Yoshimi-san- interrumpió el magistrado- Siempre has sido un sirviente leal y doy fe de la sinceridad de tus palabras, Por mi parte no veo en este caso crimen alguno, es obvio que el mercader bebió más de la cuenta esa noche y perdió en el camino parte de sus pertenencias y ahora pretende que nosotros sufraguemos sus pérdidas, sin embargo fue determinante a la hora de encontrar el cadáver de esa pobre desgraciada así que nos prestó un servicio al fin y al cabo. Dicto que se le reprenda por molestar a unos funcionarios innecesariamente y al mismo tiempo se le recompense por los servicios prestados, se le permitirá dar las gracias y marchar en paz y con la boca cerrada.

            -Así se hará mi señor- asintió Yoshimi.

            -En cuanto al otro problema...- el magistrado observó al bebé- supongo que habrá que dejarla al cargo de los monjes locales, ellos la cuidarán y quizá el día de mañana se vuelva una persona de provecho.

            -Señor, mi señor- contestó agitado el yoriki- en el monasterio solo hay hombres, no saben nada de cuidar niños, ¿No habría alguna otra manera?

            -¿Y que propones Yoshimi? No sabemos de donde viene, no la han reclamado, !Ni siquiera tiene un apellido!

            Yoshimi miró a la niña, ésta pataleaba en una improvisada cunita, quiso acariciarla y al acercar la mano la nenita agarró con fuerza su pulgar.

            -Lo tendrá, mi señor- dijo Yoshimi exhibiendo una gran sonrisa- Lo tendrá.




UBUME


            La muerte y el nacimiento, dos hechos traumáticos e ineludibles. La primera puede llegar a depender en cierto grado de nosotros mismos, si no en el momento y el lugar al menos si de cómo encararla, preparando nuestra alma y aplacando nuestra conciencia para dotar de cierta dignidad a tan infausto evento. Para algunos es una tragedia, para otros un deseo que no termina de llegar, para una minoría la oportunidad de alcanzar por fin la gloria.

            El nacimiento sin embargo es algo sobre lo que no tenemos control alguno, depende del todo de la voluntad del cielo y de la que nos ha de dar la vida. Exceptuando aquellas horribles bestias que optan por asesinar a la carne de su carne el instinto materno dota a la madre de una fortaleza sobrehumana, creándose a la vez que se separan sus cuerpos un vínculo eterno entre ella y su vástago, y digo bien, eterno, pues no habrá hombre o mujer sobre este mundo que no clame por su madre en su lecho de muerte.

            ¿Pero qué ocurriría si uniésemos ambos acontecimientos? El nacimiento con la muerte, la concepción con la tragedia, el fin de una vida cuando apenas ha comenzado, o la macabra ironía de perderla tratando de darla. Las muertes durante el parto y la mortandad infantil eran indudablemente abundantes en épocas pasadas pero el hecho no deja de ser infinitamente doloroso, especialmente para la mujer que ha recorrido un largo camino de nueve meses para desfallecer a escasos metros de su destino. ¿Frustración? ¿pena? ¿Quién soy yo para intentar describirlo? -Mi condición de varón me priva de padecer tal mal, al menos de una forma directa, y no es que un padre no sufra, que lo hace, por sus hijos pero admito que no es para nada lo mismo.

            Cuentan que a veces, si la voluntad de la parturienta es férrea, el amor grande o el agravio especialmente injusto la madre permanece junto a su hijo después incluso de la misma muerte, condenándose voluntariosa a vagar en este mundo para satisfacer, sobreviviera o no, a su prole.

            La más común de estas criaturas es llamada Ubume. Son espíritus de mujeres que han muerto poco antes de dar a luz o durante el parto. Su aspecto suele ser el del típico yokai  femenino, con largos cabellos sueltos, piel pálida y largas y raídas vestimentas que le cubren los pies, los cuales nunca dejan ver, con la particularidad de que suelen estar encintas, o portan en sus brazos a un bebé aunque también se las ha visto con las manos vacías persiguiendo a los transeúntes pidiendo ayuda e incluso han llegado entrar en tiendas y casas tratando de comprar o hacerse con artículos de primera necesidad.



           
Si el niño sobrevivió al parto la Ubume tratará de protegerlo o de alertar de la ubicación de la criatura, momento en el cual dejará de manifestarse. Si la criatura murió o no llegó a nacer la Ubume la acunará entre sus brazos y pedirá a algún viajero solitario que sostenga el bebé, si accede notará cómo el peso del niño va aumentando hasta hacerle desfallecer, si soporta el peso comprobará como la madre ha desaparecido y lo que sujeta con sus brazos es una enorme piedra. Si lo deja caer al suelo la Ubume proferirá un alarido que dejará una profunda huella en su víctima.

            En estos casos la única manera de liberar el alma de la Ubume es oficiar un ritual fúnebre para que el niño  pueda reencarnarse. Con este sencillo gesto el fantasma dejará de importunar a los mortales.


MU-ONNA


            Las mu-onna (literalmente mujeres huecas o vacías) son ubume consumidas por el odio y el rencor. Mientras que las primeras solo tratan de proteger a sus hijos las mu-onna persiguen la destrucción de aquellos con quienes se cruzan, también suelen arrebatar los bebés de otras mujeres e incluso matarlos si tiene la ocasión.

            Su aspecto suele ser idéntico a las ubume, diferenciándose en el aura de maldad que desprenden, la presencia de sangre y a veces la ausencia de ropa. Siempre ocultan su rostro ya que carecen de él, hecho por el cual suelen confundírseles con otra criatura llamada Noppera-bo. Se aconseja evitar los lugares donde habitan y en caso de toparse con una jamás acceder a sus peticiones y nunca tocar al niño. Apelar a los dioses suele ser suficiente para ahuyentarlas.



            El relato más antiguo sobre uno de estos seres se remonta al siglo XII siendo protagonista un gran guerrero llamado Urabe Suetake, servidor del señor  Minamoto no Yorimitsu.

            Estando acampado su ejército a la orilla de un río en la provincia de Mino. Suetake oyó que algunos de sus hombres se mostraban temerosos de cruzar por un vado cercano, famoso por ser la morada de una mu-onna que rogaba a los que pasaban por allí que la ayudaran a cruzar el río, los ilusos que accedían morían ahogados. Suetake, ansioso por calmar a sus hombres y sobre todo por demostrar su valía ante Yorimitsu quiso desafiar al espectro cruzando el río antes que nadie. al llegar al otro lado lanzaría una flecha para demostrar que el lugar era seguro.

            El valeroso guerrero nadó hasta la otra orilla, el vado no parecía peligroso y el agua apenas le llegaba hasta la altura del cuello. Se dispuso a disparar la flecha pero se vio interrumpido por la voz de una mujer que tal y como le habían contado sus soldados le rogó que sujetase a su hijo y nadara con él hasta la orilla contraria. Suetake, lejos de achantarse aceptó el reto, ató al pequeño a su cuello y de nuevo se internó en el agua. Al llegar a la mitad de su camino el peso del niño comenzó a hacerse casi insoportable pero Suetake no se dio por vencido y continuó avanzando. El espectro, al darse cuenta que el guerrero no pensaba rendirse comenzó a gritar desesperadamente. Todos aplaudieron al ver surgir del agua la figura de Uribe Suetake cargando algo a sus espaldas, una vez en tierra firme se arrodilló y con sus propias manos clavó una flecha en el suelo. Dentro del pequeño fardo no había más que un puñado de hojas secas. Al día siguiente el ejército cruzó el río y el fantasma nunca volvió a molestar a nadie.



ESPÍRITUS PROTECTORES


            En anteriores artículos  ya hablamos sobre espíritus vengativos y protectores, en sus terribles historias ha podido verse involucrado algún que otro infante y aunque de comportamiento similar no hay que confundirlas con las ubume o mu-onna.

            Según una antigua costumbre japonesa (relativamente antigua, pues se siguió realizando hasta bien entrado el siglo XVII), antes de construir un puente se realizaba un sacrificio humano, se enterraba viva a una persona. Estos pobres desdichados eran llamados hitobashira . Los japoneses consideraban a los puentes un nexo entre el mundo de los vivos y los muertos y para evitar que nadie cruzase al extremo equivocado se tomaban dos medidas, la primera jamás construir un puente recto ya que los espíritus siempre avanzan en línea recta y jamás muestran sus pies, simbolizando con ello su no conexión con la tierra, así si intentaran atravesar un puente curvo quedarían rápidamente en evidencia. La segunda era atar a un guardián, esa era la función del hitobashira. Si por casualidad el sacrificado era una mujer embarazada podría llegar a manifestarse de la misma manera que lo hace una ubume.

            Otro famoso caso es el de Umetsu Chubei, samurai al servicio de Satake Yoshinobu. Mientras realizaba una guardia nocturna en la puerta principal del antiguo castillo de Yotoke, Chubei fue protagonista de uno de los hechos más asombrosos que se recuerdan en toda la provincia de Dewa.

            Pasada ya la media noche, una misteriosa joven que cubría su cara se acercó hasta las cercanías de la fortaleza con lo que parecía ser un recién nacido en sus brazos. Chubei, advertido de las criaturas que durante la noche solían embaucar a los hombres hizo caso omiso de la mujer. Al verse ignorada la misteriosa figura se aproximó un poco más y llamó al guardia por su nombre y le rogó que sujetara al niño mientras atendía un asunto de extremada urgencia. Confuso, Chubei dejó a un lado su lanza y lo acunó torpemente a la vez que la mujer se alejaba a gran velocidad.



           
Conforme iba pasando el tiempo Chubei empezó a sentirse cada vez más cansado, sentía como si el pequeño estuviera creciendo por momentos pero tras examinarlo comprobó que no era su tamaño lo que aumentaba sino su peso. Agudas punzadas de dolor picoteaban sus brazos e hilillos de sudor comenzaban ya a surcar su frente. Sabía que ese niño no podía ser humano, pero había hecho una promesa y por su honor que la vería cumplida aunque de ello dependiera su vida. A punto estuvo de rendirse cuando rompiendo el silencio de la noche imploró a Buda el misericordioso que le concediera fuerzas para no dejar caer a la criatura. Casi de inmediato el niño desapareció y hubiera caído desvanecido si no fuera por la misteriosa mujer que sin saber cómo apareció a su lado y le abrazó justo antes de tocar el suelo.

            Chubei pudo admirar por primera vez la extremada belleza de su misteriosa salvadora.

            -Mi querido Umetsu- dijo - Hoy me habéis prestado un gran servicio. Has de saber que en realidad soy el espíritu que habita en el santuario del pueblo donde vives. Esta noche una mujer se puso de parto, la cosa se complicó y sus padres, fieles devotos imploraron mi ayuda pero mi poder no iba a ser suficiente para salvar a la madre y a su hijo así que no tuve más remedio que acudir a vos, os conozco y sé que sois un hombre fuerte y de buen corazón. El niño que os entregué era el hijo no nato y el peso que soportasteis era el peligro que corría su vida. Por un momento pensé que no lo conseguiríais y las puertas del nacimiento se cerrarían para él pero invocasteis la ayuda del cielo y esta os fue concedida. Vuestra acción no quedará sin recompensa, parte de la fuerza que recibisteis permanecerá para siempre en tu familia, así tú mismo, tus hijos y los hijos de tus hijos la heredarán.

            Con estas palabras el espíritu desapareció.

            Al llegar a su hogar Chubei preguntó a su esposa si conocía de alguna vecina que hubiera dado a luz esa pasada noche. De ese modo averiguó que justo a la misma hora que él estaba soportando su pesada carga nació no lejos de allí un precioso niño.

            Desde entonces fue capaz de partir maderos y rocas de un solo golpe, de levantar grandes pesos casi sin esfuerzo y de recorrer largas distancias sin casi notarlo. Umetsu Chubei cayó durante la batalla de Sekigahara  cuando su señor optó por cambiar de bando y traicionar a su daimyo. Chubei le siguió hasta el final y en el campo del honor le dieron muerte alcanzando a su vez reconocimiento y gloria eternas. Tal y como se le prometió todos sus descendientes disfrutaron de una fuerza sobrehumana así fue y así es hasta el día de hoy. Eso cuentan en la provincia de Dewa.


HONRARÁS A TU PADRE Y A TU MADRE



            Eso dice el cuarto mandamiento de la ley de Dios. No es un mandato vano y casi todas las religiones así lo ordenan. Los que aún podáis abrazad fuertemente a vuestra madre, los que no recordad lo que hizo por vosotros, sabed que siempre estará a vuestro lado, no como una ubume, sino como un espíritu protector que vela por vosotros. Cuando necesitéis su ayuda pedidla sin dudar, ella encontrará la manera de llegar hasta vosotros.

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