15 ago 2016

ELLAS SIEMPRE VUELVEN


ELLAS SIEMPRE VUELVEN


                No es extraño que una mujer te abandone, en la mayoría de las ocasiones la causa proviene de un desengaño, una unión en la que el amor por su parte nunca existió o simplemente que no obtuvo de ti lo que ambicionaba.

            Suele ser triste pero en el fondo la vida sigue y podría ser peor. Cabría darse el caso en el que la desunión no fuera posible, entonces tu vida y la de los tuyos se convertirá en un infierno y las consecuencias podrían ser fatales.

            El amor verdadero y el despecho o la traición, un juego peligroso si es una mujer la que está implicada en él, ya lo vimos anteriormente con Kiyohime y Oiwa. Si pierdes volverá, tenlo por seguro, regresará una y otra vez, no importa si es de día o de noche, si hace calor o frío, si está viva o muerta. Ellas siempre vuelven y no siempre lo hacen con buenas intenciones.


EL FANTASMA DE AIZUWAKAMATSU


                 Se cuenta que hace mucho tiempo vivía un matrimonio en las tierras que hoy se conocen como Fukushima, lugar de infausto recuerdo para aquellos que tienen corazón y memoria. Era una pareja como cualquier otra, el marido, de nombre Iyo  trabajaba y su mujer atendía las labores del hogar. Nada malo se decía de ellos, su existencia se hubiera diluido en el tiempo si no fuera por un incidente que tuvo lugar en su residencia y que aún hoy día cuentan los lugareños en voz baja, quizá temerosos de que alguien, o algo, les esté escuchando indebidamente.

            Encontrábanse descansando cuando una noche la esposa de Iyo escuchó cómo alguien llamaba a la puerta, Muy extrañada ya que era muy tarde se acercó con sigilo y sin abrir preguntó quién era y qué buscaba.

            Una ronca voz femenina pronunció una única palabra: Iyo, el nombre de su marido. Le estaba buscando y a pesar de que la mujer le instó a que se marchara la intrusa no paró de invocar a Iyo, el cual extrañamente parecía haber caído en un profundo sueño.

            La esposa que era muy devota solía guardar cerca de la cama un ofuda, un amuleto de protección escrito en papel de arroz que solía usarse para ahuyentar a los malos espíritus.

            Armándose de todo el valor que pudo reunir abrió la puerta y evitando mirar directamente mostró el manuscrito a lo que quiera que estuviese allí.

            Con un suave lamento, la forma fantasmal de una mujer fue desdibujándose como una nube de humo que se disipa ante la brisa.

            No fue ese el fin de la historia, pues el espíritu volvió a atormentar a la mujer justo al día siguiente, y ni tan siquiera era de noche, ocurrió mientras preparaba la comida. De entre las brasas en las que lentamente se calentaba la olla una silueta comenzó a formarse y con la misma insistencia de la jornada anterior volvió a llamar a Iyo.

            Y así un día tras otro hasta contar cuatro, la mujer espectral aparecía en los alrededores de la casa, golpeando una pequeña campana con un martillito, exigiendo la presencia del hombre de la casa, del cual conocía muy bien su nombre.



            El marido, testigo de una de estas manifestaciones juró por lo más sagrado que no reconocía a esa mujer y no recordaba haber hecho algo tan terrible como para merecer ningún castigo venido de ultratumba.

            El séptimo día la esposa, cansada ya del asedio que venían sufriendo acudió al templo local y se encomendó a varios kami  protectores, rezó intensamente, tanto es así que por fin esa noche la pareja pudo dormir tranquila, pues la dama fantasmal no hizo acto de presencia.

            Mas pensando confiada en que la pesadilla había acabado, la mujer reanudó su vida normal.  Creyéndose a salvo omitió sus rezos diarios habituales y tras un largo día de trabajo  se dispuso a descansar.

            Un escalofrío la despertó, su marido dormía plácidamente junto a ella, podía sentir su calor, pero al otro lado

            Al otro lado una sombra sin cuerpo se movía por las paredes de la habitación, y de las paredes pasó al suelo, una mancha negra que se desplazaba directamente hacia su cama, hacia ella.

            La oscuridad comenzó a cobrar forma, y de ella surgió lentamente la mujer fantasma que mostraba una sonrisa macabra a la vez que susurraba “Iyooo” Luego estiró sus manos y comenzó a masajear los pies de la esposa, que pudo notar claramente el tacto del espectro, era real, físico, notaba sus dedos duros, huesudos pero lo que más la horrorizó, la que casi la volvió loca fue sentir cómo le recorría por sus piernas un sentimiento helador, el intenso frío de la muerte misma.

            Un grito desgarrador rompió el hechizo, su marido se despertó sobresaltado y contempló a su mujer empapada en sudor y temblando descontroladamente.

            Esto fue demasiado para ella, al día siguiente decidió abandonar para siempre la casa y no volver jamás.

            Desde entonces las apariciones se detuvieron, Iyo se recluyó cada día más en sí mismo. No se volvió a casar y tras varios años murió solo.

            Nadie averiguó nunca la identidad del fantasma, tampoco las razones que la movieron a hacer lo que hizo. Hubo muchos rumores, muchas preguntas sin respuesta, se llegó a afirmar que pudiera haber sido una amante que al verse rechazada se suicidó, o tal vez fue asesinada, se dijo que amaba tanto a Iyo que no permitiría que ninguna mujer se le acercase, que le vigilaría hasta el fin de sus días y luego le acompañaría por toda la eternidad. Sea cual fuere la verdad se la llevó consigo a la tumba y lo único que dejó atrás fue una vieja casa y un gran misterio.



PERJURIO


            La palabra de un samurái es inquebrantable, no hay mayor pecado para ellos que romperla, no hay castigo en este mundo o en el otro que pueda compensarlo.

            En esta segunda historia veremos varias similitudes con la primera, pero mientras que en la anterior el suceso acontecía en el seno de una familia plebeya y los motivos se desconocen esta ocurre en una casa noble y, o bien por estar mejor documentada o por pretender servir de lección para todos, queda bien claro la identidad del aparecido y las acciones que conducen a un funesto desenlace.

            La protagonista sigue siendo una mujer.  Animal emocional por excelencia es la candidata perfecta para encarnar los pecados más profundos del budismo, así como para ser la víctima perfecta de los males causados por otros. La debilidad que el amor romántico trae, el sufrimiento causado por la venganza, la angustia con la que nos castiga el miedo, todas ellas pasiones muy negativas y perjudiciales.

            En esta historia se da una particular dualidad y es que la “aparecida” es a la vez víctima y verdugo, y lo mismo puede afirmarse de los otros personajes ya que el marido es a la vez causa y efecto, y la segunda esposa provoca inconscientemente las iras del fantasma e igualmente es otra víctima inocente que cierra el círculo fatal, uniendo su condición a la de la primera esposa en una terrible escena final.

            Sacad vuestras propias conclusiones pero recordad, las palabras son como las huellas dejadas en la nieve, no importa cuán rápido corras, te seguirán a donde quiera que vayas.


ÚLTIMAS VOLUNTADES


            -“Te lo juro”- dijo el desconsolado marido- “Nunca hubo otra en mi vida más que tú ni tampoco la habrá”.

            -“Amor mío”- respondió una temblorosa voz –“¿Lo dices en serio?”.

            -“Absolutamente, no volveré a casarme, y esto es tan verdad como que daría mi vida a cambio de la tuya si los dioses así me lo permitieran”- Se reafirmó él mientras trataba de evitar las lágrimas que amenazaban con inundar su rostro.

            -“En ese caso quisiera hacerte una última petición. Deseo que entierres mi cuerpo en el jardín trasero, así siempre podré estar cerca de ti. No era mi intención pedírtelo pero como dices que nunca te volverás a casar no puedo permitir que pases solo el resto de tu vida, sin embargo si piensas rehacer tu vida no te lo tendré en cuenta, solo entiérrame lejos para que pueda marchar en paz”.

            -“Se hará como dices esposa mía, te enterraré en el jardín y cuidaré tu tumba personalmente todos los días”.

            -“Oh, en medio de todo este dolor me siento dichosa de nuevo, igual que el día en que nos conocimos. ¿Podrías sepultarme junto con una campanilla, como esas que llevan los peregrinos?”.

            -“Por supuesto”.

            -“Gracias amado mío, muchas gracias”.

Con estas palabras tocó a su fin la corta vida de la mujer y el joven viudo erigió un gran monumento funerario en el jardín, a la sombra de los hermosos cerezos que a ella tanto le gustaban, allí la enterró sin olvidarse de la campanilla de peregrino.

Lamentablemente el samurái se volvió a casar, y hay que decir en su defensa que no fue por voluntad propia sino más bien por falta de la misma ya que la presión ejercida por su familia fue decisiva a la hora de decidir el  contraer segundas nupcias. Él era hijo único, no era demasiado mayor y su deber como miembro de la casta samurái era la de perpetuar su apellido y a la vez honrar a sus antepasados, la situación se le presentó harto complicada pero bien es cierto que el ver a la candidata, una jovencísima muchacha de diecisiete años ayudó sobremanera a la hora de cumplir con sus obligaciones.



No fue hasta el séptimo día que el esposo no tuvo que abandonar el hogar y acudir al castillo, donde su señor le había reclamado para ciertas tareas de escasa importancia. Esa noche, la primera que la mujer pasaba sola en la casa, no le resultó en modo alguno apacible.

Sobre la hora del buey (las tres de la mañana), sintió cómo el aire se volvía espeso y opresivo, presentía que algo no andaba bien y de repente el sonido de una campanilla rompió el silencio de la noche. Aterrada reclamó la ayuda de los criados, mas por mucho que los agitaba y gritaba no lograba despertarlos. El tintineo de la campanilla se aproximaba cada vez más y más, directo hacia su casa, ¿Qué clase de peregrino, se preguntó, podría dedicarse a pasear a esas horas tan intempestivas? Y sobre todo ¿Porqué lo hacía por la parte trasera de la casa donde no hay camino alguno?

Los perros comenzaron a aullar lastimeramente, el tintineo se oía muy cerca, y la presencia del peregrino se adivinaba ya dentro de los muros de la casa. ¿Pero cómo era aquello posible?

No lo era, no se trataba de ningún peregrino, una mujer, o debería decir los despojos de lo que una vez fue una mujer entraron en la habitación de la muchacha, con las cuencas de los ojos vacías y unas manos esqueléticas que rítmicamente hacían sonar una campanilla esparciendo por la estancia el olor dulzón de aquello que lleva largo tiempo muerto. Flotaba más que andaba y entre los lamentos de los canes habló la difunta:

! En  mi casa no! ¡En mi casa no! Este sigue siendo mi hogar y aquí tú eres una intrusa, abandona este lugar y olvídate de él para siempre, márchate mañana al alba y no le cuentes a nadie lo que has visto. Si lo haces yo misma te despedazare”

La joven esposa habiendo llegado al límite de lo que su frágil mente podía soportar cayó desvanecida y así permaneció hasta que a la mañana siguiente unos criados la encontraron tumbada en el suelo como una muñeca a la que hubieran arrojado después de jugar con ella.



El frescor de las primeras horas de la mañana junto con un glorioso sol que brillaba intensamente en un precioso cielo azul despejaron sus pensamientos y se convenció a sí misma que la experiencia sufrida la noche pasada no fue más que un mal sueño, una vívida pesadilla provocada por la ausencia de su marido y la soledad en una casa para ella aún extraña.

La noche siguiente no le dejó lugar a dudas, a la misma hora, la del buey, los perros la despertaron con sus llantos pero en esta ocasión unas manos invisibles asían sus brazos y sus piernas y por mucho que se agitara no había fuerza en el mundo que pudiera librarla de sus invisibles ataduras. La difunta volvió a entrar en la habitación, anunciándose a sí misma mediante el tintineo de su campanilla, una espesa niebla cubría sus piernas, la muerta se arrodilló y acercó su pútrida faz a la de la joven esposa y con un nauseabundo aliento volvió a advertirle:

-“Márchate y no vuelvas, no hables con nadie, no mires atrás, de lo contrario te destrozaré”.



El samurái encontró a su esposa guardando algunas de sus pertenencias en un hatillo de viaje, parecía muy agitada, al verla la agarró de un brazo y con los ojos muy abiertos le preguntó qué estaba haciendo.

-“Perdóname esposo mío, soy una ingrata y no merezco tu atención, quiero volver a mi casa con mis padres, no me preguntes porqué”-  gritó ella lastimeramente.

-“Debo hacerlo, debo saberlo, ¿Acaso no eres feliz aquí?, ¿Te ha hecho alguien algo de lo que te avergüences? Si es así dímelo sin miedo y yo haré justicia.”- dijo el marido

-“No es eso, todos me han tratado con gran amabilidad pero si de verdad te importo debes concederme el divorcio y dejarme marchar ¡Te lo ruego!”

-“Repudiarte sin más sería un insulto para tu familia, y hacerlo sin dar una explicación plausible haría recaer las sospechas sobre mí, la reputación de esta casa sufriría, por no decir la tuya. Si me presentas una excusa razonable escribiré sin más una carta de divorcio y podrás marcharte pero no permitiré que se mancille el honor de mi apellido por algo que no logro entender”.- sentenció el samurái.

Tras llorar un largo rato la muchacha se recompuso y de forma atropellada las palabras brotaron de su boca y contó a su esposo todo lo que había vivido durante su ausencia, se culpó de estúpida y supersticiosa pero a la vez ahora que había confesado temía más por su vida, comenzó a temblar y a sollozar.

-“Ahora ella me matará, va a matarme, vendrá a por mí y me matará”

El samurái, con el semblante serio la observó reflexivo y luego habló:

“Esposa mía, comprendo que mi ausencia te haya causado sufrimiento y lamento el no poder estar a tu lado esta noche, pero ante todo sirvo a mi señor y debo volver al castillo pero no has de preocuparte, dejaré aquí a dos de mis mejores sirvientes. Son buenas personas, ellos te acompañarán en todo momento y cuidarán de ti”

De mala gana, por no negar nada a su marido, ella aceptó.

Los hombres que la acompañaban eran de buen carácter, darían su vida por ella si fuera necesario, ella lo sabía y le reconfortaba. A la hora habitual se retiró a dormir y sus guardianes se ocultaron tras un biombo en el cual iniciaron una partida de go para hacer más llevadera la velada que les esperaba.

La campanilla sonó a la hora del buey, el tintineo de la muerte, el escalofriante repiqueteo de metal contra metal. La joven se incorporó, corrió desesperada hacia sus custodios. Ambos parecían como congelados, la campanilla sonó cada vez con más intensidad, el horror se dibujó en su cara mientras una sombra parecía engullirla. Nadie la oyó gritar

No fue hasta la mañana siguiente que el marido regresó del castillo, ninguno de los sirvientes salió a recibirlo. Sospechando que algo no iba bien recorrió a grandes zancadas el corredor que le llevaba a los aposentos privados de su esposa. Allí encontró su cuerpo, tumbada indecorosamente entre un enorme charco de sangre, y digo bien, encontró su cuerpo, pero no su cabeza.

Apartó de un golpe el biombo y los guardias se despertaron con un sobresalto. Apenas tuvieron tiempo de horrorizarse pues tuvieron que ir tras su señor que como un poseso salió de la habitación siguiendo un rastro de sangre que recorría la casa en dirección al jardín trasero.



Allí se toparon con la “cosa”, una criatura infernal que con espasmódicos movimientos se giró lentamente, aún vestía la mortaja que él mismo eligió para ella, el resto solo era un amasijo de pelo, huesos y carne reseca y putrefacta. Uno de los guardias desenvainó su arma y encomendándose a los dioses asestó un mandoble que descompuso de una vez por todas al ser el cual quedó por fin inerte, exceptuando esa araña blanca que formaba su mano, que seguía agitándose, negándose a entregar su trofeo: la cabeza arrancada de cuajo de la joven esposa que aún mantenía los ojos abiertos con las pupilas clavadas en el cielo y la boca medio abierta con una expresión de profundo terror. De su cuello aún pendían tendones y colgajos de carne de los que todavía goteaba la sangre


EPÍLOGO


            Espero que os hayan gustado estas historias amigos, o que al menos os hayan hecho pasar un “mal rato” mientras las leíais. Pensáoslo bien cuando en vuestro próximo aniversario le compréis a vuestras compañeras ese osito tan mono que lleva escrito en su barriguita “Tuyo para siempre”, no sea que se tomen el asunto “demasiado en serio”.


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