UNA TARDE CUALQUIERA
Era una tarde de verano, igual que hoy, había salido no sé muy bien a qué.
No había ni un alma en la calle. Ensimismado estaba en mis pensamientos hasta
que de repente una atronadora voz me arrancó de mi peculiar mezcla de agonía y
éxtasis mental.
Intercalando
alguna que otra palabra malsonante una rechoncha figura abrió sus brazos cuan
oso cazando a su presa y de pronto me vi atrapado en una ola de cariño
desmedido.
Tras una abrumadora demostración de afecto constrictor pude contemplar con detalle su cara, apenas
había cambiado el muy … Seguía teniendo el mismo rostro bonachón y sonriente, un poco más gordo,
con menos pelo tal vez , nada que no pudiese apreciar yo mismo cada mañana en
el espejo de mi casa. Aunque siempre tuvo esa, bueno esa forma de, ya sabes, de mirar las cosas,
así como “a tres bandas” jejeje.
Me alegré de
verlo, mucho, sonreí sin apenas esforzarme, cosa que últimamente es todo un
logro para mí. Me asaltaron recuerdos de otros tiempos, no diré mejores, pues
todo momento pasado me fue siempre dulce
a la vez que amargo, con algunos intervalos de predominancia del uno sobre el
otro.
De entre los
dulces me quedé con los vividos con este panetone hecho persona al que parecían
irle maravillosamente las cosas, no pude menos que mostrarle mi mejor aspecto y
soltar algún chascarrillo que solo él y yo pudimos entender.
Luego una
carcajada a coro y una palmada en el brazo.
“Bueno tío ya
te llamo”
Y se fue.
Y allí me
quedé, con el sol recordándole a mi cabeza lo que era el color “rojo quemadura”
y a pesar del ardiente calor la sonrisa se me quedó allí congelada durante una
eternidad o dos. Para cuando mis piernas tomaron la decisión de proseguir la
marcha ya estaba de regreso a mi mundo, como el que se va quedando dormido poco
a poco sin darse cuenta aunque no pude evitarme un último pensamiento: no te he
dado mi número de teléfono…
HISTORIA DE UNA PROMESA
No siempre fue así,
hubo una época en la que la palabra dada era ley y una tierra en donde el “decir”
tenía el mismo peso que el “hacer”, así cuando los hombres hablaban era como si
el hecho ya se diese por cumplido, siendo los frutos de sus declaraciones
cuestión de tiempo.
La
historia de Hasebe Samon y AkanaSoyemon,
dos medio-hermanos que vivían en la aldea de Katou es un perfecto ejemplo
de ello.
El
cariño y la lealtad que se profesaban eran famosos en todo el lugar, y aún
perteneciendo a distintas familias, su deber filial superaba con mucho a otros
que alardeaban de sangre y linaje. Soyemon
era rehén de la familia Hasebe, y
aunque fuese un incómodo recordatorio de un triste pasado los niños habían
crecido juntos y sin dudarlo darían su vida el uno por el otro si fuera
necesario.
Todo
ello no eximía al joven Soyemon de
sus deberes para con su verdadera familia, teniendo que acudir a presentar sus
respetos de tanto en cuanto. Así ese año tuvo que preparar su equipaje y
emprender un largo viaje hasta Izumo, su
tierra natal, y pasar allí la mitad del año.
-“Volveré a principios del otoño”- dijo
-“Tu pueblo está demasiado lejos hermano” - le
reprochó Samón – “ante camino tan largo
es imposible afirmar qué día vas a regresar, así que no nos hagas prepararte un
gran recibimiento para que luego no aparezcas”.
-“! No te preocupes! Me
conozco tan bien el camino, cada detalle de su trayecto que estoy en
condiciones de indicarte exactamente el día de mi vuelta. ¿Qué tal, digamos,
justo antes del festival de los Crisantemos? El noveno día del noveno mes.”
-“Eso sería maravilloso,
¿Lo prometes entonces?”
-“Te doy mi palabra”.
Y así fue que Soyemon se marchó,
el tiempo transcurrió despacio, impasible, las agradables brisas de la
primavera y luego las lluvias torrenciales del verano. El amarillo y el
colorado del otoño pronto tiñeron el suelo, dándole al paisaje un aspecto
ígneo. Samón contaba ya los días que
restaban para volver a ver a su hermano, no quedaba mucho para el noveno mes,
ni para su noveno día.
Todos
en el pueblo hacían los preparativos para el festival de los crisantemos, Samón
encargó las más deliciosas viandas y mandó adornar la casa como si fueran a recibir
a un noble de alta cuna.
Llegó
el día, el joven aguardaba ansioso en la puerta principal de la casa, observando
ansioso a todos los viajeros. La madre lo contemplaba con preocupación, un
viaje tan largo no puede estar exento de problemas y qué más daba un día u otro
con tal de que Soyemon llegara sano y
salvo, pero nada de esto le dijo a su hijo, pues no quería empañar la sonrisa
que iluminaba la cara del chico. La ilusión es algo que se pierde poco a poco
con los años y los ancianos saben reconocerla, apreciarla y respetarla cuando
la observan en otros.
Pasó
medio día y la madre no pudo más que sugerir que sería aconsejable guardar las
viandas y decoraciones más delicadas y ponerlas una vez que llegara, a lo que
su hijo respondió enojado que si su hermano les viera colocar los adornos
después de su regreso significaría que habrían dudado de su promesa de volver
exactamente en esa fecha y no permitiría que tal vergüenza recayera sobre la
familia.
El
sol se puso y algunas luces comenzaron a iluminar las viviendas del lugar, Samón no se movió de la puerta en todo
el día, no descansó ni comió, su amigo llegaría, estaba seguro de ello. Su
madre se excusó y se retiró a la cama, cansada ya de esa jornada, rezó a los
dioses por el bien de Soyemon y por
su hijo, pidió que su espera no fuera demasiado larga ni la desilusión demasiado
fuerte.
La
noche era arrebatadoramente hermosa, el río celestial brillaba con fuerza en el
cielo, y el silencio de la noche apenas era roto por algún que otro animalillo
nocturno que anunciaba su presencia al mundo. Fue entonces cuando le asaltaron
las dudas, allí en el umbral, entre la luz de su hogar y la oscuridad del
exterior.
-“Soyemon, hermano. ¿Por qué no vienes?
¿Dónde estás? Te he estado esperando todo el día, me dijiste que vendrías.
La luna comenzó a ocultarse delicadamente tras unas colinas cercanas y ello
permitió a Samón atisbar una silueta
en la lejanía que se acercaba lentamente hacia su dirección.
Aguantó
la respiración hasta que estuvo seguro, entonces profirió un grito de júbilo. ¡Era
Soyemon que había vuelto! ¡Al final
cumplió su promesa! ¡Su hermano estaba en casa!
Samón condujo a su hermano al salón principal, ahora
vacío.
-“Mira hermano, preparé todo esto para ti, te
estuve esperando todo el día, Madre se ha retirado ya a descansar, la
despertaré de inmediato.”
Soyemon negó con un
leve gesto de desaprobación.
Samón sirvió personalmente algunas viandas que se
habían preparado para él y aunque las aceptó, el invitado no probó bocado.
Fue
entonces cuando con un hilo de voz, como temiendo despertar a la madre Akana Soyemon habló:
LA FUGA
-“Lo primero de todo querido hermano tengo que
pedirte disculpas por haberte hecho esperar durante todo el día y te debo una
explicación: A mi regreso a Izumo un nuevo daimyo de nombre Tsunehisa usurpó el
puesto de nuestro buen señor, había ocupado el castillo de Tonda y le dio
muerte, mas yo debía visitar a mi primo Akana Tanji, que había jurado lealtad a
Tsunehisa y pasado a ser su vasallo.
Al llegar allí insistió en
presentarme al nuevo señor con la intención de que le jurase lealtad y ocupara
un puesto como samurái a su lado. Acepté la audiencia, sobre todo porque
deseaba conocer a un hombre cuyo rostro o nombre jamás había oído antes.
Tsunehisa era un guerrero
hábil, un hombre de armas de gran valía, conocedor del bushido pero a la vez
perverso y cruel. Al ofrecérseme el servir bajo su bandera decliné su oferta, con lo que
ordenó a mi primo que me retuviera en su casa hasta que cambiase de opinión,
pues era astuto y no quería enemistarse tan pronto con la familia Akana. Pedí
permiso para regresar a Harima sólo un día, el que te prometí, pero me lo
negaron.
Intenté escaparme varias
veces pero estaba estrechamente vigilado, por lo que me fue imposible.
Hasta que esta misma noche encontré la manera de fugarme.”
-“¿¿Esta noche??”-
preguntó sorprendido Samón, “!! Pero si el castillo se encuentra a varios días
de camino de aquí !!”
-“Shhh, cálmate hermano.
Lo que dices es cierto, no hay hombre vivo que pueda recorrer esa distancia en tan
poco tiempo. Recordé un viejo proverbio que decía que el alma de un hombre
puede recorrer cualquier distancia. Afortunadamente en mi cautiverio me permitieron
conservar mi espada, a través de ella estoy hoy aquí contigo. Por favor sé
bueno con nuestra madre”
Tras
pronunciar estas palabras se incorporó, saludó y su imagen fue desvaneciéndose lentamente
ante la atónita mirada de Samón.
A primera hora de la mañana Hasebe
Samón partió al galope hacia el castillo de Tonda. Al llegar verificó que Akana
Soyemon cometió seppukku la
novena noche del noveno mes.
Airado
se dirigió a la residencia de Akana Tanji
e irrumpió en ella, delante de su
familia le acusó directamente de su traición, hacia su señor y hacia su pariente,
desenfundó su espada y allí mismo le decapitó.
Nadie
hizo nada por detenerle, ni siquiera el señor Tsunehisa quien, a pesar de ser un hombre implacable también
respetaba las cuestiones de honor y admiraba profundamente el sentido del deber
y la valentía mostrada por Samon.
TE LLAMO MAÑANA…
Tras el paseo estival
volví a mirar el teléfono, al día siguiente no me separé de él, lo comprobaba
cada hora, quizá el volumen estuviera bajo, o la batería descargada. Nada,
ningún mensaje, ninguna llamada.
A
ti, empresario de corazón de piedra, que en tus manos tienes el futuro de mi
casa, no me llamas.
A
ti, hermosa de negros cabellos que me acompañas en cada sueño, peno por un
mensaje con una carita sonriente que me inyecte una dosis de ganas de vivir,
tampoco me llamas.
Y
a ti, que un día me consideraste tu amigo, que me trataste como a un hermano, a ti más que a
nadie te espero, en el umbral de mi puerta hasta que el sol se pone y llega la
noche.
Espero
una llamada que me recuerde que alguna vez fui alguien.
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