DE HOMBRES, PECES Y OTRAS COSAS RARAS
Érase una vez…, no, así no. Esto es uno que va… así tampoco, Vamos a ver como
empiezo, Hace mucho tiempo… ¡diantres, tampoco así! En el capítulo anterior… que desastre, válgame Dios. No
hace mucho que vivía…si, eso me gusta más.
No
hace mucho que vivía un acaudalado joven llamado Tawaraya Totaro, un diletante
soñador que a sus 29 años aún seguía soltero y no porque le faltasen candidatas
ni fuera feo, simplemente nuestro protagonista era muy exigente y no había
encontrado a la mujer que habría de ser su esposa. Pasaba los días paseando por
la orilla del lago Biwa, cuyas vistas se le antojaban a Totaro como una suerte
de pintura en movimiento, y es que para él no había lugar en el mundo más
hermoso que la provincia de Omi y el gran lago que la bañaba.
Y
fue una mañana de verano cuando Totaro se encontró con lo imposible al cruzar
el puente de Seta. Ante él se hallaba una extraña criatura. Parecía un hombre,
con la piel muy negra y brillante, los ojos de un verde profundo y una barba
roja como las que había visto en los dibujos de dragones cuando iba a rezar al
templo.
El
ser permanecía agachado y con ambas manos se sujetaba la cabeza y en su rostro
se adivinaba un gesto de gran preocupación. Totaro, lejos de asustarse se
acercó a la criatura y le dio los buenos días. Ésta le miró unos instantes y
volvió a hundirse en un profundo ensimismamiento.
-“Perdone señor, o lo que quiera que sea
usted”- dijo Totaro- “parece preocupado, ¿Se encuentra bien? ¿Tiene algún problema?”
-“Samebito”-
Respondió de súbito la criatura.
-¿Cómo
dice?- preguntó sorprendido Totaro.
-“Soy
un samebito, o al menos es así como ustedes me llaman, un hombre-tiburón y le
agradezco su interés pues si que tengo un problema, uno muy grave”
Totaro se sentó a su lado mirándolo con
renovado interés.
-“Soy un servidor de rango medio en la corte de los Ocho Grandes Reyes
Dragón”- inclinó la cabeza a modo de respeto mientras miraba hacia el agua-
“pero cometí un error imperdonable del
que no deseo hablar, he sido expulsado y no se me permite volver, soy muy
desgraciado, me he quedado sin trabajo, sin casa, tengo hambre y echo de menos
a mis amigos”
Totaro se sintió conmovido por lo que
acababa de oír y de inmediato se dispuso a consolar a aquel ser.
-“Oh señor Samebito permítame echarle una mano, vivo cerca y en el
jardín de mi casa tengo un hermoso estanque de koi, si usted quisiera aceptar
mi hospitalidad podría quedarse allí el tiempo que fuese necesario, además
podemos comer pescado, aunque ahora que lo pienso, siendo usted, ya sabe, ¿¿le
gusta a usted el pescado??”
El samebito le miró con expresión
seria, y tras un extraño gorgoteo dijo: “Me
encanta el pescado…”
……
Y así transcurrió medio año, el joven
y la criatura pasaban las tardes enfrascados en las más pintorescas discusiones,
el samebito chapoteaba feliz en el estanque mientras Totaro le obsequiaba con
los más suculentos manjares marinos.
Acudió a la vecina
ciudad de Otsu un nutrido grupo de mujeres en peregrinación al templo y Totaro
no dudó en vestir sus mejores galas y acudir a tal evento, en el fondo seguía
siendo un sentimental, si rezaba con devoción y se lo proponía de veras es
posible que la diosa Benten le bendijera con la mujer de sus sueños.
Y así fue que de entre
todas las muchachas se fijó en una de ellas, con la piel blanca como la nieve,
con los labios del rojo de las hojas en otoño y con una gracia y hermosura
propias de un cerezo cuando libera sus pétalos al viento.
Se llamaba Tamana, era
hija única de un señor muy importante, le pareció un ángel. Tuvo que recurrir
al maquillaje para disimular sus ojeras, pues no pudo conciliar el sueño esa
noche ni tampoco la siguiente. Creyéndose un samurai de leyenda acudió con todo
el valor que pudo reunir a la casa donde se hospedaban los padres de la
muchacha. Delante de ellos declaró su amor por Tamana y aseguró estar dispuesto
a otorgarle una vida de dicha y felicidad si accedían a que su hija se casara
con él.
Diez mil gemas.
Totaro volvió a casa
desconsolado, los padres de la joven eran nobles y aunque él mismo era muy
apuesto y vivía con cierta holgura no estaba a la altura de Tamana. Le
exigieron una suma desorbitada por la mano de la muchacha, diez mil piedras
preciosas, una cantidad imposible de reunir, una excusa descarada para
deshacerse de invitados indeseables. Por primera vez en su vida había sido
rechazado.
El samebito celebró el
regreso de su amigo pero este apenas le hizo caso, se volvió más huraño, apenas
comía y no tardó mucho en caer enfermo.
Ningún médico u hombre
santo encontraba explicación ni cura para su mal, Totaro no deseaba vivir, la
enfermedad del corazón roto que implacablemente acaba con la vida de quien la
sufre.
Un débil Totaro llamó al
samebito, el cual no acostumbraba a entrar en la casa. Esos días estuvo cuidándole
y preparando sopas y cataplasmas aunque parecían no hacerle ningún efecto.
-“Amigo mío, mi vida se apaga”- susurró Totaro- “Y sin embargo mi principal preocupación eres tú, desde el principio te
he cuidado, alimentado y acogido, temo que tras mi muerte no quede nadie que se
encargue de ti, lo siento tanto…”
El samebito apenas pudo contener su
pena y lloró desconsoladamente. Lo que parecían gotas de sangre comenzaron a
deslizarse por sus oscuras mejillas, pero en cuanto dejaban de tocar su piel
sus lágrimas se tornaban duras y golpeaban ruidosamente el suelo, eran rubíes
perfectos.
Totaro abrió de par en par
sus ojos, estaba atónito y preguntó qué clase de milagro era ese.
-“¿Milagro? No es ningún milagro, vosotros los humanos también lloráis
piedras, pero más pequeñas, vuestras lágrimas son sal. Milagro es el color rosado
que acaba de adoptar vuestra cara.
Totaro se incorporó de un salto y
volvió con un cuenco vacío, lo llenó de los rubíes que rodaban por el suelo y
luego acercó el recipiente al samebito.
-“Llorad amigo mío, vamos, llorad más”
-“!
Pero bueno!, ¿no estabais enfermo? Apartad eso de mi cara ahora mismo por favor”-
replicó molesto el samebito.
Totaro comenzó a bailar por la
habitación, sabía que tenía una mina en su casa, pronto sería inmensamente rico
y podría casarse con Tamana. Con gran júbilo animaba a su amigo a que llorase.
La criatura, indignada apartaba el cuenco cada vez que el joven trataba
de acercárselo a la cara.
-“Señor, celebro vuestra súbita recuperación física pero os ruego que
dejéis de bailar por toda la casa, empezáis a preocuparme, tomad estas ropas,
no sé os habéis dado cuenta pero estáis completamente desnudo…”
……
Sentados en el borde del
estanque prosiguieron con su ahora redundante discusión.
-“Venga, llorad un poquito”
-“¿Pero
vos creéis que yo puedo llorar cuando a mi me apetezca? ”
-“Vamos,
pensad en algo triste, ¡vuestra casa!”
-“Me
gusta esta”
-“!
Vuestra familia!”
-“Tengo
ciento cincuenta hermanos, no recuerdo los nombres de la mitad”
-“Perdona,
repite eso de los ciento cincuenta hermanos”
-“Soy
una criatura marina, nacemos de huevos, miles de ellos”
-“Pues
algo habrá que hacer”
Totaro no paraba de rascarse la cabeza
mientras el samebito maltrataba a un koi
-“! Ya lo tengo!”- exclamó Totaro- “Mañana iremos al lago, beberemos sake, mucho, compraré el mejor, allí
hablaremos de cosas tristes, te aseguro que te haré llorar”
El samebito hizo una mueca rara y no le
contestó
-“Se que es indignante, y créeme que lo entiendo, sácalo todo de dentro,
desahógate si quieres”- le dijo mientras le acercaba el cuenco.
La criatura se sumergió en el estanque
y Totaro se dio por vencido ese día, mientras regresaba le gritó:
-“¿Ciento cincuenta? ¿En serio? ¿Alguna hermana guapa?”
-“Idiota…”- pensó el samebito.
……
-“Esta
situación es de lo más rocambolesca”- Se quejó la criatura, mientras apuraba
otra escudilla de sake.
-“Me
encanta la manera que tenéis los hombres-tiburón de expresaros, ¿Qué significa rocambolesca?”
-“La
verdad es que no lo sé, yo solo digo lo que el escritor de este artículo quiere”- Reflexionó mientras giraba su cabeza
hacia la pantalla.
-“¿Qué
estás mirando?- dijo Totaro.
-“Oh, nada no te preocupes, vosotros los humanos no entenderías ciertas
cosas”.
-“Nunca
me quisiste contar lo que te pasó allí abajo, he respetado tu intimidad en todo
momento, pero confieso que siempre me lo he preguntado, es posible que como tú
dices no entienda ciertas cosas pero créeme,sea lo que sea te comprenderé
y aceptaré, no importa lo que hayas hecho o quien fueras, no importa el color
que tenga tu piel o si tus ojos son verdes, rojos o amarillos, ni siquiera que
llores diamantes, zafiros o rubíes, en ti he encontrado un amigo de verdad y
eso no lo cambiaría por nada del mundo.”
El samebito miró sonriendo a Totaro,
sus ojos volvían a estar húmedos, una catarata de gemas llenaba la orilla.
-“Te
contaré mi historia…”
Al terminar se oyó un
estruendo en el agua, una columna de espuma se elevó ante ellos y sobre su cresta voló un impresionante dragón y aunque ni de lejos era el más grande no dejaba de ser impresionante a la vista de los mortales.
Una voz atronadora, más
mental que física retumbó en sus cabezas:
-“Soy un enviado del Reino de los Ocho Dragones, mi señor ha escuchado tu
historia y ha decidido perdonarte, sujétate a mi lomo y te llevaré de vuelta a
casa, tus faltas han sido perdonadas”.
El samebito miró
emocionado a su amigo, éste sonrió y asintió con la cabeza.
-“Gracias por todo lo que has hecho por mí, espero que tu vida sea
larga y feliz”- Dijo a modo de
despedida, luego el hombre tiburón se sumergió en el lago para siempre.
Totaro se quedó solo, aún
asombrado por lo que había sucedido, a sus pies la columna de espuma del Dragón
se había transformado en una montaña de diamantes, el joven unió sus lágrimas
al conjunto, tan solo era sal, eso fue lo que su amigo le dijo, solo sal.
Un mes más tarde el joven Totaro
contraía matrimonio con la bella Tamana,
sus padres, entre el asombro y la felicidad recibieron las diez mil
gemas, y aún sobraron muchas más. El joven, ya a solas y de camino a casa
sujetó a su amada por la cintura y le susurró al oído:
-“¿Oye guapísima, te gusta el pescado? “
Tremenda gringada que crearon del hermoso cuento japonés!!
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