ONCE FLECHAS
Hace mucho, mucho tiempo, cuando el hombre aún era inocente y los kami no temían mostrase públicamente, vivía en una
solitaria montaña una familia de nobles de bajo rango. Eran felices a pesar de su baja posición y
disfrutaban de sus recién adquiridas tierras.
De
entre todos sus miembros destacaba el hijo mayor, al que llamaré Taro (Mi
memoria ya no es la que era desde que un malvado Onmyouji me descubriera mientras leía unos viejos textos, desde
entonces no deja de atormentarme enviando a sus Shikigami, los cuales nublan mi juicio y me provocan terribles
dolores de espalda).
Taro
tenía por costumbre salir a cazar, pues encontraba en esta ocupación cierto
equilibrio entre su deseo juvenil de acción y aventuras y el contacto con la
naturaleza que siempre mantienen puros el cuerpo y el alma.
Todos
los días repetía la misma ceremonia; una silente plegaria a sus antepasados,
tras ello un agradecimiento a las presas a las que iba a abatir y luego preparaba
su indumentaria: algo de agua fresca, un par de bolas de arroz blanco, su arco
perfectamente tenso y diez flechas que encajaba en su carcaj. Diez flechas, ni
una más, diez flechas ni una menos.
Una
mañana la madre de Taro le hizo una extraña petición.
-“Hijo
mío, desearía que hoy llevaras contigo esta flecha que te he preparado yo
misma.”
-“Pero
Madre, ya llevo mis diez, y los antepasados podrían ofenderse si rompo mi
ritual”- contestó.
-“No
lo harán Taro, ya he rezado a los Kami
. Haz caso a esta anciana que tanto te quiere y llévatela junto con las otras”
-“Está
bien Madre, pero la apartaré del resto y no la utilizaré a menos que sea
necesario”- Sentenció el chico.
La
jornada transcurrió lentamente para Taro. No vislumbró ninguna presa, ni
siquiera una liebre, todos los animales parecían haberse esfumado. Llegó la
noche y como el joven era muy tenaz decidió no abandonar el bosque hasta
obtener al menos una pieza. Miró al cielo y se deleitó al comprobar que había luna
llena, dio las gracias a Tsuki-yomi, diosa de la luna, su luz inundaría el
lugar y le ayudaría en su tarea. Mas su alegría se tornó rápidamente en
asombro, tras la copa de un árbol pudo divisar ¡una segunda luna! ¿Cómo era
aquello posible? ¿Qué clase de magia o brujería pudo obrar tal portento?
Taro
reaccionó instintivamente, colocó una flecha en su arco y disparó hacia el
nuevo astro.
El
proyectil rebotó y creyó oír una risilla maléfica entre las ramas de los
árboles. Con temor al principio, después con impotencia y al final con rabia,
una por una fue descargando sus flechas sobre la esfera luminosa, dos…tres…cuatro, y así hasta agotarlas
todas. La risa se tornó en un gruñido amenazante, penetrante, aterrador.
Taro,
al borde del pánico y casi asumiendo su fin dedicó un último pensamiento a su
querida madre. En ese preciso instante recordó la conversación que habían
mantenido esa misma mañana. Desesperado buscó entre sus pertenencias la
decimoprimera flecha.
Rápidamente
preparó su arco, cerró los ojos y tal y
como le enseñaron pellizcó suavemente la cuerda, pues como todo el mundo sabe,
los espíritus son caprichosos y gustan de hacer errar hasta el disparo más
preciso, así de ese modo y con el tañido del arma los engañaría haciéndoles
perseguir una saeta inexistente.
Taro
aguantó la respiración, vació su mente, alzó el arco con lentitud, primero
sobre su cabeza, luego extendió sus brazos formando un ángulo perfecto, las
plumas de la flecha sobre su hombro. Con mirada serena apuntó a la esfera de
luz.
“Namu Amida Butsu, confío en ti, Buda de la
vida y en tu luz inconmensurable”.
Liberó la flecha, pero incluso antes de impactar ya había alcanzado su
objetivo, no había error en el tiro ni mácula en el tirador.
Un
agudo aullido seguido de un ruido como estallido de cristales y del árbol cayó
muerto un gato de gran tamaño con dos colas, a su lado un espejo redondo quebrado.
Al
volver a su casa Taro relató los hechos a su familia y le preguntó a su madre
porqué insistió en que llevara una flecha más y qué poder había en ella.
-“Ninguno,
hijo mío”-contestó su madre
-“¿Entonces?”
-“Verás,
hace algunos días hablé con un monje errante que decía estar persiguiendo a una
horrible bestia que había estado aterrorizando a los vecinos de su pueblo,
atacaba a los viajeros y devoraba a niños pequeños. Para mayor desgracia
también robó una antigua reliquia del templo local, un espejo bendito que
otorgaba a su portador protección contra diez impactos de flecha. Anoche, al
volver de tu cacería diaria pude ver cómo te seguía. Al salir a tu encuentro la
bestia se percató de mi presencia y huyó, por eso insistí en que te llevaras
esa flecha más no tenía nada de especial.”
-“En
eso te equivocas”-corrigió Taro- “Esa flecha tenía un gran poder, uno que
ningún escudo podría detener, pues en su punta llevaba el amor de mi madre”.
BAKENEKO
Los gatos siempre han sido animales enigmáticos,
no importa cuánto creamos conocerlos siempre estarán rodeados de un halo de
misterio, más despiertos que dormidos durante la noche y más dormidos que
despiertos durante el día pareciera que vivieran la mitad de sus vidas en este
mundo terrenal y la otra mitad en el espiritual.
A pesar de su nombre, el bakeneko (化け猫) literalmente
gato fantasma no es una aparición al uso y aunque entra dentro de la categoría
de los yokai (espectros),
subcategoría hengeyokai (cambia
formas) poseen características muy particulares que los diferencian del resto.
Para
empezar todo gato es un yokai durmiente, no depende de un hecho traumático
ni de una muerte antinatural o de una maldición que lo transforme, solo el
tiempo determinará si se despierta y si se dan las circunstancias apropiadas
casi con toda seguridad lo hará.
Cuando
uno de estos animales alcanza una edad respetable (cada fuente dará una cifra
distinta, por lo que hay que considerar que cada caso es único), un tamaño
mayor que la media y conserva su cola es muy posible que comience el proceso de
mutación.
Hay
varios indicios que pueden hacernos sospechar que el gato está transformándose
en un bakeneko, por ejemplo si vemos que hace intentos por articular palabras y
hablar o si trata de ponerse en pie y caminar erguido ayudado por su cola y en
general si muestra comportamientos “extrañamente humanos”.
Los
bakeneko tienen la capacidad de transformarse en personas, siendo el único
entre los hengeyokai que puede hacerlo permanentemente, de hecho su
fin último es encontrar a alguien a quien imitar y robarle su identidad. Estos
seres tienen poder sobre los vivos y los
muertos, así si uno de ellos se lanza sobre una persona tumbada y le mira a los
ojos le arrebatará la vida, luego adoptará su forma y hará desaparecer el
cuerpo original.
El
bakeneko protegerá ferozmente su
nueva identidad y eliminará a cualquiera que descubra su secreto, cosa que no
suele ser difícil ya que a pesar de su apariencia este ser conservará todos sus
instintos felinos. Una forma típica para desenmascararlos era observar si bebía
el aceite de las lámparas, ya que en el antiguo Japón éste fluido se obtenía
del pescado.
Entre
sus formas favoritas estaba la de una muchacha hermosa, solía vérsela tocando
un shamisen, instrumento de cuerda
que se fabricaba con piel de gato. Este tipo de yokai era denominado Nekomusume.
El
color del gato también podrá indicarnos el nivel de poder del animal. Se dice
que los blancos o negros tenían la capacidad de predecir el tiempo y los
desastres naturales, razón por la cual los marinos japoneses solían llevarlos
en sus barcos y eran muy bien cuidados por los capitanes de las embarcaciones.
El
más temido de todos es el llamado “gato flor dorada”, que presenta un pelaje
rojizo o pardo rosado, se cuenta entre los más poderosos de su especie y exige
el mayor cuidado y respeto.
Aquellos
que presenten una mezcla de los colores anteriores gozan de bendiciones mixtas
aunque, como siempre ocurrirá en la cultura japonesa, se tendrán muy en
cuenta los colores puros.
Aunque
los bakeneko son tremendamente rencorosos no son seres
benignos ni malignos, hay sin embargo una terrible excepción…
NEKOMATA
Si alguna vez un gato prueba la carne o la sangre humana se
transformará en un nekomata (猫又) o “cola bifurcada”. Su rabo
se dividirá en dos o más partes y caminará erguido apoyado sobre su particular
apéndice, a partir de entonces vivirá obsesionado con satisfacer sus nuevos
apetitos.
Al
igual que los bakeneko, podrán
suplantar a sus víctimas y utilizarán esta argucia para ir acabando con todos
los miembros de la familia, comenzando por los menos importantes (criados,
sirvientes, ancianos) hasta ser descubierto, momento en el cual tratará de
escapar.
El
nekomata adopta la forma de cualquier
individuo, no así su personalidad , siempre tratará de improvisar, preferirá
estar solo y se mostrará poco comunicativo. Un caso muy conocido ocurrido durante el siglo XII fue“El gato vampiro de Nabeshima” . La concubina
favorita del señor de Hizen fué suplantada por un enorme gato que noche tras
noche iba robándole las fuerzas, al no encontrar explicación médica de tan
repentina enfermedad un valiente vasallo
se prestó a vigilar la puerta de su señor durante la noche, pero no podía evitar el quedarse dormido una y otra vez. Decidió pedir consejo al abad local
el cual le enseñó una plegaria y le indicó que debía pasar toda la noche
recitándola. Al hacerlo el malvado nekomata
se enfureció al verse atrapado, el vasallo irrumpió en la habitación y
descubrió a la criatura a medio transformar intentando escapar acabando en el
acto con ella. Días más tarde encontraron el cuerpo de la joven concubina
enterrado en el patio del palacio.
Otro
caso muy popular fue el de la señora Takasu: Un día, un hombre llamado Takasu
Genbei encontró en la calle a un precioso gato rojizo, hipnotizado por sus
brillantes colores y amarillentos ojos decidió llevárselo a su casa, lo que
Genbei ignoraba es que el animal se trataba en realidad de un nekomata flor dorada. A las pocas
semanas la señora de la casa, madre de Genbei sufrió un brusco cambio de
actitud, se negaba a abandonar su habitación alegando estar enferma, también se
quejaba de la excesiva iluminación de la estancia. No consintió que la viera
ningún médico y rara vez quería hablar con nadie. Al poco desaparecieron dos sirvientas,
cosa que no levantó sospechas pues todos pensaron que el arisco comportamiento
de la señora podría haber provocado que las muchachas se marcharan.
Un
mes más tarde un criado encontró las ropas de las mujeres manchadas de sangre
mientras arreglaba el jardín y tras cavar un poco encontró sus huesos, alarmado
le contó lo sucedido a su señor, el cual escandalizado se limitó a reprenderle
y a ocultar el hecho para evitar escándalos.
En
otra ocasión un samurái visitó la casa de los Takasu y contó a Genbei la
increíble visión que había tenido esa misma tarde. Estando de paseo por el río divisó
a una mujer que se estaba lavando junto a la orilla, al aproximarse reconoció a
la señora Takasu, pero cuál fue su sorpresa cuando apreció que su boca estaba
empapada en sangre y de sus labios asomaban unos afiladísimos dientes. Un perro
que vagabundeaba por las inmediaciones comenzó a ladrar y la señora Takasu
saltó sobre una piedra con una agilidad antinatural y escapó entre los
arbustos.
Genbei
y el samurái reunieron varios perros y entraron en la habitación de su madre,
los animales comenzaron a ladrar enloquecidos mientras la anciana mostró una
fila de monstruosos dientes y sus manos peludas y con uñas como garfios. Los
hombres aprovecharon la sorpresa y acabaron con ella ahí mismo.
Está
claro que los nekomata son criaturas
malignas y que los bakeneko actúan a
sus anchas y pueden también serlo, sin embargo estos últimos también pueden
mostrarse agradecidos si se les trata adecuadamente. El ejemplo más famoso es
la historia de Tama, un orondo e
indolente gato blanco que vivía en el templo de Gotokuji, en la provincia de
Edo. Compartía techo (o lo que quedaba de él) con un monje que trataba
afanosamente de mantener en pié la estructura a la vez que asistía a todo aquel
que lo necesitara, y en esa época eran muchos.
Un
día el monje reprendió a Tama
-“Te
he acogido, te he cuidado, te alimentado y te he protegido, tú también podrías
hacer algo por mí alguna vez, ¿No crees?”
El
gato lo miró sorprendido, como si le hubieran tirado del rabo. Lentamente se
dio la vuelta y siguió durmiendo farfullando algo entre dientes.
Unas
semanas después el señor de Hikone, Ii Naotaka cruzaba esa zona de la ciudad
cuando le sorprendió una tremenda tormenta. Buscó refugio bajo un árbol, cerca
del templo y se quedó allí, viendo la cantidad de goteras que tenía el
destartalado lugar no le pareció una buena idea el entrar. Algo le hizo pensar
en que tal vez se había excedido con la bebida esa tarde. Un extraño gato blanco,
casi tan gordo como una dama encinta, le empezó a hacer señas desde la puerta
del templo…!de pié sobre sus patas traseras! El señor Naotaka, como valiente
guerrero que era, lejos de asustarse optó por disfrutar del espectáculo. El
gato insistía y le hacía señas con las patas para que se acercase, cada vez más
desesperado.
Finalmente
el samurái cedió a la curiosidad y se aproximó, momento en el cual una terrible
explosión le hizo caer al suelo, al girarse contempló asombrado cómo el árbol
bajo el que hace unos momentos había estado apoyado se encontraba partido en
dos, sin duda alcanzado por un rayo.
El
señor Naotaka se mostró muy agradecido con Tama, que en realidad era un bakeneko que habitaba el lugar. Desde entonces la casa
de Hikone reconstruyó el templo e hizo grandes donaciones con lo que el monje
pudo ayudar a muchos necesitados. Naotaka y Tama se hicieron muy amigos, le concedió el nombre de Hikonyan y tras
la muerte del felino el señor ordenó construir un santuario en su honor, el
cual puede visitarse hoy día.
Y
estoy seguro que vosotros habéis visto a Tama en más de una ocasión, aunque no sabíais su nombre, ni tampoco su historia, en Japón también se le conoce con
otro nombre y este quizá si os suene más porque Tama no es otro que MANEKI NEKO.