LA
HIJA DE NADIE
_ ¿ Y la encontrásteis
así, sin más?- Inquirió el magistrado con cierto gesto de incredulidad.
- Ocurrió tal y como
os lo he expuesto mi señor- Se reafirmó Yoshimi.
Yoshimi había ejercido
de yoriki (cargo semejante al de policía durante el
japón feudal) durante once años y su fiabilidad había quedado muchas veces
demostrada. Él mismo se sentía un poco turbado por los hechos que acontecieron
la jornada anterior y la expresión, entre burla y excepticismo del magistrado
local no hacían sino mortificarle aun más.
- Está bien, en ese
caso que así conste. Yoshimi-san, te pido que repitas tu historia para que el
escriba la anote y quede registrada en los archivos del clan. En cuanto a nuestro
´pequeño problema´- Hizo una breve pausa a la vez que echó una mirada a un
bultito de ropa que descansaba ante ellos- ´Bueno, decidiré que hacer con él
mas tarde´.
Se hizo el silencio en
la estancia a la vez que el escriba humedecía su
fude (pincel) en tinta china. Con un gesto de cabeza indicó al
magistrado que estaba listo y este a su vez apuntó con su abanico a Yoshimi que
recibió el permiso tocando el suelo con su frente.
...
Encontrábame
yo de guardia esa noche cuando a mis dependencias llegó un criado. Al parecer
un atribulado comerciante reclamaba mi presencia urgentemente, Acudí raudo a
recibirle no sin preguntarme qué tipo de asunto le habría llevado a requerir de
mis servicios a una hora tan intempestiva.
Parecía muy
preocupado, estaba sucio y apestaba a sudor y miedo. He sido testigo en muchas
ocasiones de lo que el temor puede hacerle a un hombre y créanme cuando digo que no hizo falta presionarle demasiado
para que la verdad fluyese por su boca como el Shinanogawa lo hace del monte Kobushi.
LO
QUE ME CONTÓ EL COMERCIANTE
Yoriki-sama, os pido
mil disculpas por molestaros tan tarde pero es mi obligación como buen vasallo
el informaros de un incidente del que he sido víctima y de la posibilidad de que
otros más graves hayan podido sucederse.
Si, os preguntaréis qué
hacía yo por los caminos pasada ya puesta de sol. !Y no os falta razón mi
señor! Ese día se me hizo algo tarde en la posada que hay junto al puente,
negocios sin importancia remojados con un poco de ese magnífico sake que se
sirve en estos dominios. Pensé que si apretaba un poco el paso podría alcanzar
mi destino y aún estar a tiempo para ofrecer mis mercaderías a primera hora de
la mañana.
Apenas había pasado
la hora de la rata cuando salió al paso
una mujer que hacía gestos con la mano para que me acercase. No es la primera
vez que me asaltan en un camino, aunque jamás en estas tierras que tan bien
defendidas están por nuestro buen señor. Así que decidí ignorarla pero ella
lejos de darse por vencida comenzó a a aproximarse. Me detuve a cierta
distancia para poder observarla con mas detenimiento.
Vestía una túnica
raída, rasgada en algunos puntos y con unas extrañas manchas de color parduzco
a la altura de los muslos. No tenía agujas en el pelo, lo llevaba suelto y
sucio. Su rostro revelaba una palidez propia del que sufre una grave enfermedad
pero se mantenía erguida y su paso era firme. Señaló mis bienes con su enjuto
dedo. En ese momento me habló por primera vez, o eso creí, pues su vista permanecía clavada en los bultos y jamás en todo el encuentro me dirigió
la mirada. Era como si cada uno mantuviese un diálogo con una tercera persona y
ninguno de nosotros estuviera realmente allí.
Me pidió que le
mostrase lo que llevaba, y así lo hice, pero vigilando muy de cerca dónde ponía
sus manos. Agarró con ansiedad una considerable cantidad de comida, sobre todo
pasta de arroz y dulces, también un pequeño muñequito multicolor con unos
cascabelitos, el último de una serie de cuatro que intercambié con un colega
cerca de la carretera de Tokkaido.
De algún modo la mujer
se percató de mi preocupación, pues aseguró que me pagaría. !Y por todos los
kami que moran en el cielo y la tierra que lo hizo! De una desgastadísima bolsa
sacó un buen puñado de ryo (monedas
de oro), suficientes para pagar no menos de quince veces todo lo que se llevó!
!Y aún creí ver dentro de la bolsa muchas más!
Confieso que en aquel
momento pensé haberme topado con un kami que vino a recompensar mis esfuerzos
en esta sacrificada vida mía. Retomé el camino alegre, aliviados el peso de mi
cuerpo y mi espíritu.
Nada mas llegar al
pueblo entré en la taberna que hay junto al templo y ordené una bien merecida
comida pero cual fue mi sorpresa que cuando fui a echar mano a las monedas
estas habían desaparecido. !En su lugar solo había un puñado de hojas secas,
ramitas y tierra! Esa zalamera me había engañado, se había llevado gran parte
de mis pertenencias y aprovechado de mi buen corazón. Pero por mi honor, señor
yoriki que las monedas que vi eran reales, incluso las toqué y os aseguro que
conozco bien el oro, pues no siempre fui tan pobre como me veis ahora. Empecé a
preguntarme de dónde habría podido sacar esa pordiosera tal cantidad de dinero.
Sin duda lo habría robado a algún samurai, o peor aún !podría haberlo
asesinado! Ruego a su señoría que vaya a buscarla y la capture, ya no solo por
lo que me ha robado, sino por la seguridad de todos. Se que sois un hombre
valeroso y no será tarea difícil dar con ella.
...
Me puse en camino sin
perder tiempo con la esperanza de resolver todo este asunto con celeridad y
poder volver a casa antes de despuntar el alba. Coloqué en el cinto mi jitte (estilete sin empuñadura y con un
saliente utilizado para trabar las hojas de las espadas utilizado ampliamente
por las fuerzas policiales) y me hice acompañar por el comerciante para que me
sirviera de testigo e improvisado porta-linterna.
No tardamos mucho en
llegar, el mercader se detuvo unos pasos tras de mí, resollando como un caballo
tras una batalla. El silencio inundaba el lugar. Si alguna vez hubo alguien
allí estaba seguro que se habría marchado hace ya tiempo.
Comencé a rastrear el
borde del camino, sustituyendo el miedo por precaución tal y como indicaba el
maestro (en este caso se refería Miyamoto
Musashi y su Go-rin-no-sho, o libro de los cinco anillos, famoso tradado sobre
táctica y esgrima). Esperaba encontrarme de bruces con algún cadaver o con
alguna otra escena mas dantesca si cabe. No quedé del todo defraudado, y un
escalofrío recorre mi espalda cada vez que recuerdo aquella visión. Resguardada
tras unas rocas yacía el cuerpo sin vida de una mujer, manchas de sangre seca
teñian sus ropas y el suelo circundante, pisé una rama seca y su crujido fué
seguido de unos chillidos agudos. Mi acompañante arrojó al suelo la lámpara y
huyó despavorido. La luz tintineó formando sombras con formas diabólicas y los
grititos reverberaban en las rocas dotando del lugar de una atmósfera
ultra terrena.
Afortunadamente la
linterna no se apagó la alcé y su luz logró imbuirme algo de valor. La figura
permanecía inerte y reconocí aquellos sonidos como el llanto de un bebé. Busqué
con vehemencia su origen y no tardé en encontrarla, una niñita envuelta en unos
ropajes sencillos, apenas contaba con unos días de vida, los mismos, supuse,
que llevaría muerta la que sin duda había sido su madre. Por sus manchas deduje
que murió desangrada mientras daba a luz. Aún me pregunto cómo pudo sobrevivir
sola tanto tiempo, tampoco me explico qué hacía la niña rodeada de restos de
bolas de arroz y cuencos con marcas de leche seca. Nada encontré en ellas que
pudieran identificarlas, pues la mujer no llevaba más que lo puesto, no sería
de extrañar que hubiera sido víctima de algún bandido sin escrúpulos que tras
asaltarla abandonara a la pobre parturienta desvalida y tal vez herida. A parte
del viejo trozo de vestido, la niña estaba desnuda, en su muñeca izquierda
llevaba un pequeño rosario, y con su derecha abrazaba un muñequito hecho de
tela multicolor con cascabeles en sus puntas.
...
-Está bien
Yoshimi-san- interrumpió el magistrado- Siempre has sido un sirviente leal y
doy fe de la sinceridad de tus palabras, Por mi parte no veo en este caso
crimen alguno, es obvio que el mercader bebió más de la cuenta esa noche y
perdió en el camino parte de sus pertenencias y ahora pretende que nosotros
sufraguemos sus pérdidas, sin embargo fue determinante a la hora de encontrar
el cadáver de esa pobre desgraciada así que nos prestó un servicio al fin y al
cabo. Dicto que se le reprenda por molestar a unos funcionarios
innecesariamente y al mismo tiempo se le recompense por los servicios
prestados, se le permitirá dar las gracias y marchar en paz y con la boca
cerrada.
-Así se hará mi señor-
asintió Yoshimi.
-En cuanto al otro
problema...- el magistrado observó al bebé- supongo que habrá que dejarla al
cargo de los monjes locales, ellos la cuidarán y quizá el día de mañana se
vuelva una persona de provecho.
-Señor, mi señor-
contestó agitado el yoriki- en el monasterio solo hay hombres, no saben nada de
cuidar niños, ¿No habría alguna otra manera?
-¿Y que propones
Yoshimi? No sabemos de donde viene, no la han reclamado, !Ni siquiera tiene un
apellido!
Yoshimi miró a la
niña, ésta pataleaba en una improvisada cunita, quiso acariciarla y al acercar
la mano la nenita agarró con fuerza su pulgar.
-Lo tendrá, mi señor-
dijo Yoshimi exhibiendo una gran sonrisa- Lo tendrá.
UBUME
La muerte y el
nacimiento, dos hechos traumáticos e ineludibles. La primera puede llegar a
depender en cierto grado de nosotros mismos, si no en el momento y el lugar al
menos si de cómo encararla, preparando nuestra alma y aplacando nuestra
conciencia para dotar de cierta dignidad a tan infausto evento. Para algunos es
una tragedia, para otros un deseo que no termina de llegar, para una minoría la oportunidad de alcanzar por fin la gloria.
El nacimiento sin
embargo es algo sobre lo que no tenemos control alguno, depende del todo de la
voluntad del cielo y de la que nos ha de dar la vida. Exceptuando aquellas
horribles bestias que optan por asesinar a la carne de su carne el instinto
materno dota a la madre de una fortaleza sobrehumana, creándose a la vez que se
separan sus cuerpos un vínculo eterno entre ella y su vástago, y digo bien,
eterno, pues no habrá hombre o mujer sobre este mundo que no clame por su madre
en su lecho de muerte.
¿Pero qué ocurriría si
uniésemos ambos acontecimientos? El nacimiento con la muerte, la concepción con
la tragedia, el fin de una vida cuando apenas ha comenzado, o la macabra ironía
de perderla tratando de darla. Las muertes durante el parto y la mortandad
infantil eran indudablemente abundantes en épocas pasadas pero el hecho no deja
de ser infinitamente doloroso, especialmente para la mujer que ha recorrido un largo camino de nueve meses para desfallecer a escasos metros de su destino.
¿Frustración? ¿pena? ¿Quién soy yo para intentar describirlo? -Mi condición de
varón me priva de padecer tal mal, al menos de una forma directa, y no es que
un padre no sufra, que lo hace, por sus hijos pero admito que no es para nada
lo mismo.
Cuentan que a veces,
si la voluntad de la parturienta es férrea, el amor grande o el agravio
especialmente injusto la madre permanece junto a su hijo después incluso de la
misma muerte, condenándose voluntariosa a vagar en este mundo para satisfacer,
sobreviviera o no, a su prole.
La más común de estas
criaturas es llamada Ubume. Son
espíritus de mujeres que han muerto poco antes de dar a luz o durante el parto.
Su aspecto suele ser el del típico yokai femenino, con largos cabellos sueltos, piel
pálida y largas y raídas vestimentas que le cubren los pies, los cuales nunca
dejan ver, con la particularidad de que suelen estar encintas, o portan en sus
brazos a un bebé aunque también se las ha visto con las manos vacías
persiguiendo a los transeúntes pidiendo ayuda e incluso han llegado entrar en tiendas y casas tratando de
comprar o hacerse con artículos de primera necesidad.
Si el niño sobrevivió
al parto la Ubume tratará de protegerlo o de alertar de la ubicación de la
criatura, momento en el cual dejará de manifestarse. Si la criatura murió o no
llegó a nacer la Ubume la acunará entre sus brazos y pedirá a algún viajero
solitario que sostenga el bebé, si accede notará cómo el peso del niño va
aumentando hasta hacerle desfallecer, si soporta el peso comprobará como la
madre ha desaparecido y lo que sujeta con sus brazos es una enorme piedra. Si
lo deja caer al suelo la Ubume proferirá un alarido que dejará una profunda
huella en su víctima.
En estos casos la
única manera de liberar el alma de la Ubume es oficiar un ritual fúnebre para que el niño pueda reencarnarse. Con este sencillo gesto el fantasma dejará
de importunar a los mortales.
MU-ONNA
Las mu-onna (literalmente mujeres huecas o
vacías) son ubume consumidas por el odio y el rencor. Mientras que las primeras
solo tratan de proteger a sus hijos las mu-onna persiguen la destrucción de
aquellos con quienes se cruzan, también suelen arrebatar los bebés de otras
mujeres e incluso matarlos si tiene la ocasión.
Su aspecto suele ser
idéntico a las ubume, diferenciándose en el aura de maldad que desprenden, la
presencia de sangre y a veces la ausencia de ropa. Siempre ocultan su rostro ya
que carecen de él, hecho por el cual suelen confundírseles con otra criatura
llamada Noppera-bo. Se aconseja
evitar los lugares donde habitan y en caso de toparse con una jamás acceder a
sus peticiones y nunca tocar al niño. Apelar a los dioses suele ser suficiente
para ahuyentarlas.
El relato más antiguo
sobre uno de estos seres se remonta al siglo XII siendo protagonista un gran
guerrero llamado Urabe Suetake,
servidor del señor Minamoto no Yorimitsu.
Estando acampado su
ejército a la orilla de un río en la provincia de Mino. Suetake oyó que algunos de sus hombres se mostraban temerosos
de cruzar por un vado cercano, famoso por ser la morada de una mu-onna que
rogaba a los que pasaban por allí que la ayudaran a cruzar el río, los ilusos
que accedían morían ahogados. Suetake, ansioso por calmar a sus hombres y sobre
todo por demostrar su valía ante Yorimitsu quiso desafiar al espectro cruzando
el río antes que nadie. al llegar al otro lado lanzaría una flecha para
demostrar que el lugar era seguro.
El valeroso guerrero
nadó hasta la otra orilla, el vado no parecía peligroso y el agua apenas le llegaba
hasta la altura del cuello. Se dispuso a disparar la flecha pero se vio
interrumpido por la voz de una mujer que tal y como le habían contado sus
soldados le rogó que sujetase a su hijo y nadara con él hasta la orilla
contraria. Suetake, lejos de achantarse aceptó el reto, ató al pequeño a su
cuello y de nuevo se internó en el agua. Al llegar a la mitad de su camino el
peso del niño comenzó a hacerse casi insoportable pero Suetake no se dio por vencido
y continuó avanzando. El espectro, al darse cuenta que el guerrero no pensaba rendirse comenzó a gritar desesperadamente. Todos aplaudieron al ver
surgir del agua la figura de Uribe Suetake cargando algo a sus espaldas, una
vez en tierra firme se arrodilló y con sus propias manos clavó una flecha en el
suelo. Dentro del pequeño fardo no había más que un puñado de hojas secas. Al
día siguiente el ejército cruzó el río y el fantasma nunca volvió a molestar a
nadie.
ESPÍRITUS
PROTECTORES
En anteriores artículos ya hablamos sobre espíritus vengativos y
protectores, en sus terribles historias ha podido verse involucrado algún que
otro infante y aunque de comportamiento similar no hay que confundirlas con las
ubume o mu-onna.
Según una antigua
costumbre japonesa (relativamente antigua, pues se siguió realizando hasta bien
entrado el siglo XVII), antes de construir un puente se realizaba un sacrificio
humano, se enterraba viva a una persona. Estos pobres desdichados eran llamados
hitobashira . Los japoneses
consideraban a los puentes un nexo entre el mundo de los vivos y los muertos y
para evitar que nadie cruzase al extremo equivocado se tomaban dos medidas, la
primera jamás construir un puente recto ya que los espíritus siempre avanzan en
línea recta y jamás muestran sus pies, simbolizando con ello su no conexión con
la tierra, así si intentaran atravesar un puente curvo quedarían rápidamente en
evidencia. La segunda era atar a un guardián, esa era la función del
hitobashira. Si por casualidad el sacrificado era una mujer embarazada podría
llegar a manifestarse de la misma manera que lo hace una ubume.
Otro famoso caso es el
de Umetsu Chubei, samurai al servicio
de Satake Yoshinobu. Mientras realizaba una guardia nocturna en la puerta
principal del antiguo castillo de Yotoke,
Chubei fue protagonista de uno de los hechos más asombrosos que se recuerdan en
toda la provincia de Dewa.
Pasada ya la media
noche, una misteriosa joven que cubría su cara se acercó hasta las cercanías de
la fortaleza con lo que parecía ser un recién nacido en sus brazos. Chubei,
advertido de las criaturas que durante la noche solían embaucar a los hombres
hizo caso omiso de la mujer. Al verse ignorada la misteriosa figura se aproximó
un poco más y llamó al guardia por su nombre y le rogó que sujetara al niño
mientras atendía un asunto de extremada urgencia. Confuso, Chubei dejó a un
lado su lanza y lo acunó torpemente a la vez que la mujer se alejaba a gran
velocidad.
Conforme iba pasando
el tiempo Chubei empezó a sentirse cada vez más cansado, sentía como si el
pequeño estuviera creciendo por momentos pero tras examinarlo comprobó que no
era su tamaño lo que aumentaba sino su peso. Agudas punzadas de dolor
picoteaban sus brazos e hilillos de sudor comenzaban ya a surcar su frente.
Sabía que ese niño no podía ser humano, pero había hecho una promesa y por su
honor que la vería cumplida aunque de ello dependiera su vida. A punto estuvo
de rendirse cuando rompiendo el silencio de la noche imploró a Buda el
misericordioso que le concediera fuerzas para no dejar caer a la criatura. Casi
de inmediato el niño desapareció y hubiera caído desvanecido si no fuera por la
misteriosa mujer que sin saber cómo apareció a su lado y le abrazó justo antes
de tocar el suelo.
Chubei pudo admirar
por primera vez la extremada belleza de su misteriosa salvadora.
-Mi querido Umetsu- dijo - Hoy
me habéis prestado un gran servicio. Has de saber que en realidad soy el espíritu
que habita en el santuario del pueblo donde vives. Esta noche una mujer se puso
de parto, la cosa se complicó y sus padres, fieles devotos imploraron mi ayuda
pero mi poder no iba a ser suficiente para salvar a la madre y a su hijo así
que no tuve más remedio que acudir a vos, os conozco y sé que sois un hombre
fuerte y de buen corazón. El niño que os entregué era el hijo no nato y el peso
que soportasteis era el peligro que corría su vida. Por un momento pensé que no
lo conseguiríais y las puertas del nacimiento se cerrarían para él pero
invocasteis la ayuda del cielo y esta os fue concedida. Vuestra acción no
quedará sin recompensa, parte de la fuerza que recibisteis permanecerá para
siempre en tu familia, así tú mismo, tus hijos y los hijos de tus hijos la heredarán.
Con estas palabras el
espíritu desapareció.
Al llegar a su hogar
Chubei preguntó a su esposa si conocía de alguna vecina que hubiera dado a luz
esa pasada noche. De ese modo averiguó que justo a la misma hora que él estaba
soportando su pesada carga nació no lejos de allí un precioso niño.
Desde entonces fue
capaz de partir maderos y rocas de un solo golpe, de levantar grandes pesos
casi sin esfuerzo y de recorrer largas distancias sin casi notarlo. Umetsu
Chubei cayó durante la batalla de Sekigahara
cuando su señor optó por cambiar de
bando y traicionar a su daimyo. Chubei le siguió hasta el final y en el campo
del honor le dieron muerte alcanzando a su vez reconocimiento y gloria eternas.
Tal y como se le prometió todos sus descendientes disfrutaron de una fuerza
sobrehumana así fue y así es hasta el día de hoy. Eso cuentan en la provincia
de Dewa.
HONRARÁS
A TU PADRE Y A TU MADRE
Eso dice el cuarto mandamiento de la ley
de Dios. No es un mandato vano y casi todas las religiones así lo ordenan. Los
que aún podáis abrazad fuertemente a vuestra madre, los que no recordad lo que
hizo por vosotros, sabed que siempre estará a vuestro lado, no como una ubume,
sino como un espíritu protector que vela por vosotros. Cuando necesitéis su
ayuda pedidla sin dudar, ella encontrará la manera de llegar hasta vosotros.