ELLAS SIEMPRE VUELVEN
No es extraño que una mujer te abandone, en la mayoría de las ocasiones la
causa proviene de un desengaño, una unión en la que el amor por su parte nunca
existió o simplemente que no obtuvo de ti lo que ambicionaba.
Suele
ser triste pero en el fondo la vida sigue y podría ser peor. Cabría darse el
caso en el que la desunión no fuera posible, entonces tu vida y la de los tuyos
se convertirá en un infierno y las consecuencias podrían ser fatales.
El
amor verdadero y el despecho o la traición, un juego peligroso si es una mujer
la que está implicada en él, ya lo vimos anteriormente con Kiyohime y Oiwa. Si
pierdes volverá, tenlo por seguro, regresará una y otra vez, no importa si es
de día o de noche, si hace calor o frío, si está viva o muerta. Ellas siempre
vuelven y no siempre lo hacen con buenas intenciones.
EL FANTASMA DE AIZUWAKAMATSU
Se cuenta que hace
mucho tiempo vivía un matrimonio en las tierras que hoy se conocen como Fukushima, lugar de infausto recuerdo
para aquellos que tienen corazón y memoria. Era una pareja como cualquier otra,
el marido, de nombre Iyo trabajaba y su mujer atendía las labores del
hogar. Nada malo se decía de ellos, su existencia se hubiera diluido en el tiempo
si no fuera por un incidente que tuvo lugar en su residencia y que aún hoy día cuentan
los lugareños en voz baja, quizá temerosos de que alguien, o algo, les esté escuchando
indebidamente.
Encontrábanse
descansando cuando una noche la esposa de Iyo escuchó cómo alguien llamaba a la
puerta, Muy extrañada ya que era muy tarde se acercó con sigilo y sin abrir
preguntó quién era y qué buscaba.
Una
ronca voz femenina pronunció una única palabra: Iyo, el nombre de su marido. Le
estaba buscando y a pesar de que la mujer le instó a que se marchara la intrusa
no paró de invocar a Iyo, el cual extrañamente parecía haber caído en un
profundo sueño.
La
esposa que era muy devota solía guardar cerca de la cama un ofuda, un amuleto de protección escrito
en papel de arroz que solía usarse para ahuyentar a los malos espíritus.
Armándose
de todo el valor que pudo reunir abrió la puerta y evitando mirar directamente
mostró el manuscrito a lo que quiera que estuviese allí.
Con
un suave lamento, la forma fantasmal de una mujer fue desdibujándose como una
nube de humo que se disipa ante la brisa.
No
fue ese el fin de la historia, pues el espíritu volvió a atormentar a la mujer
justo al día siguiente, y ni tan siquiera era de noche, ocurrió mientras
preparaba la comida. De entre las brasas en las que lentamente se calentaba la
olla una silueta comenzó a formarse y con la misma insistencia de la jornada
anterior volvió a llamar a Iyo.
Y
así un día tras otro hasta contar cuatro, la mujer espectral aparecía en los
alrededores de la casa, golpeando una pequeña campana con un martillito,
exigiendo la presencia del hombre de la casa, del cual conocía muy bien su
nombre.
El
marido, testigo de una de estas manifestaciones juró por lo más sagrado que no
reconocía a esa mujer y no recordaba haber hecho algo tan terrible como para
merecer ningún castigo venido de ultratumba.
El
séptimo día la esposa, cansada ya del asedio que venían sufriendo acudió al
templo local y se encomendó a varios kami
protectores, rezó intensamente,
tanto es así que por fin esa noche la pareja pudo dormir tranquila, pues la
dama fantasmal no hizo acto de presencia.
Mas
pensando confiada en que la pesadilla había acabado, la mujer reanudó su vida
normal. Creyéndose a salvo omitió sus
rezos diarios habituales y tras un largo día de trabajo se dispuso a descansar.
Un
escalofrío la despertó, su marido dormía plácidamente junto a ella, podía sentir
su calor, pero al otro lado…
Al
otro lado una sombra sin cuerpo se movía por las paredes de la habitación, y de
las paredes pasó al suelo, una mancha negra que se desplazaba directamente
hacia su cama, hacia ella.
La
oscuridad comenzó a cobrar forma, y de ella surgió lentamente la mujer fantasma
que mostraba una sonrisa macabra a la vez que susurraba “Iyooo…” Luego estiró sus manos y
comenzó a masajear los pies de la esposa, que pudo notar claramente el tacto
del espectro, era real, físico, notaba sus dedos duros, huesudos pero lo que más
la horrorizó, la que casi la volvió loca fue sentir cómo le recorría por sus
piernas un sentimiento helador, el intenso frío de la muerte misma.
Un
grito desgarrador rompió el hechizo, su marido se despertó sobresaltado y
contempló a su mujer empapada en sudor y temblando descontroladamente.
Esto
fue demasiado para ella, al día siguiente decidió abandonar para siempre la
casa y no volver jamás.
Desde
entonces las apariciones se detuvieron, Iyo se recluyó cada día más en sí
mismo. No se volvió a casar y tras varios años murió solo.
Nadie
averiguó nunca la identidad del fantasma, tampoco las razones que la movieron a
hacer lo que hizo. Hubo muchos rumores, muchas preguntas sin respuesta, se
llegó a afirmar que pudiera haber sido una amante que al verse rechazada se
suicidó, o tal vez fue asesinada, se dijo que amaba tanto a Iyo que no
permitiría que ninguna mujer se le acercase, que le vigilaría hasta el fin de
sus días y luego le acompañaría por toda la eternidad. Sea cual fuere la verdad
se la llevó consigo a la tumba y lo único que dejó atrás fue una vieja casa y
un gran misterio.
PERJURIO
La palabra de un samurái es inquebrantable, no hay mayor pecado para ellos
que romperla, no hay castigo en este mundo o en el otro que pueda compensarlo.
En
esta segunda historia veremos varias similitudes con la primera, pero mientras
que en la anterior el suceso acontecía en el seno de una familia plebeya y los
motivos se desconocen esta ocurre en una casa noble y, o bien por estar mejor
documentada o por pretender servir de lección para todos, queda bien claro la
identidad del aparecido y las acciones que conducen a un funesto desenlace.
La
protagonista sigue siendo una mujer. Animal
emocional por excelencia es la candidata perfecta para encarnar los pecados más
profundos del budismo, así como para ser la víctima perfecta de los males
causados por otros. La debilidad que el amor romántico trae, el sufrimiento
causado por la venganza, la angustia con la que nos castiga el miedo, todas ellas pasiones
muy negativas y perjudiciales.
En
esta historia se da una particular dualidad y es que la “aparecida” es a la vez
víctima y verdugo, y lo mismo puede afirmarse de los otros personajes ya que el
marido es a la vez causa y efecto, y la segunda esposa provoca inconscientemente
las iras del fantasma e igualmente es otra víctima inocente que cierra el
círculo fatal, uniendo su condición a la de la primera esposa en una terrible
escena final.
Sacad
vuestras propias conclusiones pero recordad, las palabras son como las huellas
dejadas en la nieve, no importa cuán rápido corras, te seguirán a donde quiera
que vayas.
ÚLTIMAS VOLUNTADES
-“Te lo juro”- dijo el
desconsolado marido- “Nunca hubo otra en
mi vida más que tú ni tampoco la habrá”.
-“Amor mío”- respondió una temblorosa voz –“¿Lo
dices en serio?”.
-“Absolutamente, no
volveré a casarme, y esto es tan verdad como que daría mi vida a cambio de la
tuya si los dioses así me lo permitieran”- Se reafirmó él mientras trataba de evitar las lágrimas que amenazaban con
inundar su rostro.
-“En ese caso quisiera hacerte una última
petición. Deseo que entierres mi cuerpo en el jardín trasero, así siempre podré
estar cerca de ti. No era mi intención pedírtelo pero como dices que nunca te
volverás a casar no puedo permitir que pases solo el resto de tu vida, sin
embargo si piensas rehacer tu vida no te lo tendré en cuenta, solo entiérrame
lejos para que pueda marchar en paz”.
-“Se hará como dices
esposa mía, te enterraré en el jardín y cuidaré tu tumba personalmente todos
los días”.
-“Oh, en medio de todo
este dolor me siento dichosa de nuevo, igual que el día en que nos conocimos.
¿Podrías sepultarme junto con una campanilla, como esas que llevan los
peregrinos?”.
-“Por supuesto”.
-“Gracias amado mío,
muchas gracias”.
Con estas
palabras tocó a su fin la corta vida de la mujer y el joven viudo erigió un
gran monumento funerario en el jardín, a la sombra de los hermosos cerezos que a
ella tanto le gustaban, allí la enterró sin olvidarse de la campanilla de peregrino.
Lamentablemente
el samurái se volvió a casar, y hay que decir en su defensa que no fue por
voluntad propia sino más bien por falta de la misma ya que la presión ejercida por
su familia fue decisiva a la hora de decidir el contraer segundas nupcias. Él era hijo único,
no era demasiado mayor y su deber como miembro de la casta samurái era la de
perpetuar su apellido y a la vez honrar a sus antepasados, la situación se le
presentó harto complicada pero bien es cierto que el ver a la candidata, una
jovencísima muchacha de diecisiete años ayudó sobremanera a la hora de cumplir
con sus obligaciones.
No fue hasta
el séptimo día que el esposo no tuvo que abandonar el hogar y acudir al
castillo, donde su señor le había reclamado para ciertas tareas de escasa
importancia. Esa noche, la primera que la mujer pasaba sola en la casa, no le
resultó en modo alguno apacible.
Sobre la hora
del buey (las tres de la mañana), sintió cómo el aire se volvía espeso y
opresivo, presentía que algo no andaba bien y de repente el sonido de una
campanilla rompió el silencio de la noche. Aterrada reclamó la ayuda de los
criados, mas por mucho que los agitaba y gritaba no lograba despertarlos. El
tintineo de la campanilla se aproximaba cada vez más y más, directo hacia su
casa, ¿Qué clase de peregrino, se preguntó, podría dedicarse a pasear a esas
horas tan intempestivas? Y sobre todo ¿Porqué lo hacía por la parte trasera de
la casa donde no hay camino alguno?
Los perros
comenzaron a aullar lastimeramente, el tintineo se oía muy cerca, y la
presencia del peregrino se adivinaba ya dentro de los muros de la casa. ¿Pero
cómo era aquello posible?
No lo era, no
se trataba de ningún peregrino, una mujer, o debería decir los despojos de lo
que una vez fue una mujer entraron en la habitación de la muchacha, con las
cuencas de los ojos vacías y unas manos esqueléticas que rítmicamente hacían sonar una campanilla esparciendo por la estancia el olor dulzón de aquello que
lleva largo tiempo muerto. Flotaba más que andaba y entre los lamentos de los
canes habló la difunta:
“! En mi casa no! ¡En mi casa no! Este sigue siendo mi hogar y aquí tú eres una intrusa,
abandona este lugar y olvídate de él para siempre, márchate mañana al alba y no
le cuentes a nadie lo que has visto. Si lo haces yo misma te despedazare”
La joven esposa habiendo llegado al límite de lo que su frágil
mente podía soportar cayó desvanecida y así permaneció hasta que a la mañana
siguiente unos criados la encontraron tumbada en el suelo como una muñeca a la
que hubieran arrojado después de jugar con ella.
El frescor de las primeras horas de la mañana junto con
un glorioso sol que brillaba intensamente en un precioso cielo azul despejaron
sus pensamientos y se convenció a sí misma que la experiencia sufrida la noche
pasada no fue más que un mal sueño, una vívida pesadilla provocada por la
ausencia de su marido y la soledad en una casa para ella aún extraña.
La noche siguiente no le dejó lugar a dudas, a la misma
hora, la del buey, los perros la despertaron con sus llantos pero en esta
ocasión unas manos invisibles asían sus brazos y sus piernas y por mucho que se
agitara no había fuerza en el mundo que pudiera librarla de sus invisibles
ataduras. La difunta volvió a entrar en la habitación, anunciándose a sí misma
mediante el tintineo de su campanilla, una espesa niebla cubría sus piernas, la
muerta se arrodilló y acercó su pútrida faz a la de la joven esposa y con un
nauseabundo aliento volvió a advertirle:
-“Márchate y no vuelvas, no hables con nadie, no mires
atrás, de lo contrario te destrozaré”.
El samurái encontró a su esposa guardando algunas de sus
pertenencias en un hatillo de viaje, parecía muy agitada, al verla la agarró de
un brazo y con los ojos muy abiertos le preguntó qué estaba haciendo.
-“Perdóname esposo
mío, soy una ingrata y no merezco tu atención, quiero volver a mi casa con mis
padres, no me preguntes porqué”- gritó
ella lastimeramente.
-“Debo hacerlo,
debo saberlo, ¿Acaso no eres feliz aquí?, ¿Te ha hecho alguien algo de lo que
te avergüences? Si es así dímelo sin miedo y yo haré justicia.”- dijo el
marido
-“No es
eso, todos me han tratado con gran amabilidad pero si de verdad te importo
debes concederme el divorcio y dejarme marchar ¡Te lo ruego!”
-“Repudiarte
sin más sería un insulto para tu familia, y hacerlo sin dar una explicación
plausible haría recaer las sospechas sobre mí, la reputación de esta casa
sufriría, por no decir la tuya. Si me presentas una excusa razonable escribiré
sin más una carta de divorcio y podrás marcharte pero no permitiré que se
mancille el honor de mi apellido por algo que no logro entender”.- sentenció el samurái.
Tras llorar un largo rato la muchacha se recompuso y de
forma atropellada las palabras brotaron de su boca y contó a su esposo todo lo
que había vivido durante su ausencia, se culpó de estúpida y supersticiosa pero
a la vez ahora que había confesado temía más por su vida, comenzó a temblar y a
sollozar.
-“Ahora ella me
matará, va a matarme, vendrá a por mí y me matará”
El samurái, con el semblante serio la observó reflexivo y luego habló:
“Esposa
mía, comprendo que mi ausencia te haya causado sufrimiento y lamento el no
poder estar a tu lado esta noche, pero ante todo sirvo a mi señor y debo volver
al castillo pero no has de preocuparte, dejaré aquí a dos de mis mejores
sirvientes. Son buenas personas, ellos te acompañarán en todo momento y
cuidarán de ti”
De mala gana, por no negar nada a su marido, ella aceptó.
Los hombres que la acompañaban eran de buen carácter,
darían su vida por ella si fuera necesario, ella lo sabía y le reconfortaba. A
la hora habitual se retiró a dormir y sus guardianes se ocultaron tras un
biombo en el cual iniciaron una partida de go
para hacer más llevadera la velada que les esperaba.
La campanilla sonó a la hora del buey, el tintineo de la
muerte, el escalofriante repiqueteo de metal contra metal. La joven se
incorporó, corrió desesperada hacia sus custodios. Ambos parecían como
congelados, la campanilla sonó cada vez con más intensidad, el horror se dibujó
en su cara mientras una sombra parecía engullirla. Nadie la oyó gritar…
No fue hasta la mañana siguiente que el marido regresó
del castillo, ninguno de los sirvientes salió a recibirlo. Sospechando que algo no iba bien recorrió a grandes
zancadas el corredor que le llevaba a los aposentos privados de su esposa. Allí
encontró su cuerpo, tumbada indecorosamente entre un enorme charco de sangre, y
digo bien, encontró su cuerpo, pero no su cabeza.
Apartó de un golpe el biombo y los guardias se
despertaron con un sobresalto. Apenas tuvieron tiempo de horrorizarse pues tuvieron que ir tras su señor que como un poseso salió de la habitación siguiendo un
rastro de sangre que recorría la casa en dirección al jardín trasero.
Allí se toparon con la “cosa”, una criatura infernal que
con espasmódicos movimientos se giró lentamente, aún vestía la mortaja que él
mismo eligió para ella, el resto solo era un amasijo de pelo, huesos y carne
reseca y putrefacta. Uno de los guardias desenvainó su arma y encomendándose a
los dioses asestó un mandoble que descompuso de una vez por todas al ser el cual quedó por
fin inerte, exceptuando esa araña blanca que formaba su mano, que seguía agitándose,
negándose a entregar su trofeo: la cabeza arrancada de cuajo de la joven esposa
que aún mantenía los ojos abiertos con las pupilas clavadas en el cielo y la
boca medio abierta con una expresión de profundo terror. De su cuello aún
pendían tendones y colgajos de carne de los que todavía goteaba la sangre…
EPÍLOGO
Espero que os hayan gustado estas historias amigos, o que al menos os hayan
hecho pasar un “mal rato” mientras las leíais. Pensáoslo bien cuando en vuestro
próximo aniversario le compréis a vuestras compañeras ese osito tan mono que
lleva escrito en su barriguita “Tuyo para siempre”, no sea que se tomen el
asunto “demasiado en serio”.