AGRADECIMIENTO
Cuentan a los niños
que hace mucho tiempo vivía en Japón una pareja de ancianos muy pobres (os
suena ¿verdad?). Un día el viejo marido salió a pescar cuando muy cerca del río
encontró a una grulla herida que no podía volar de la cual se apiadó, la llevó
consigo a casa y entre los dos la cuidaron hasta que el animal pudo valerse por
sí mismo y entonces la liberaron.
No
pasó mucho tiempo cuando una noche en pleno invierno alguien llamó a su puerta.
Se trataba de una joven que parecía
aterida de frío que decía encontrarse de viaje y que al perderse no sabía dónde
dirigirse, rogaba entrar en la casa para evitar pasar la noche al raso. Los
amables ancianos la invitaron a pasar y a pesar de que la chica no pidió nada
compartieron con ella la poca comida que tenían preparada, una sopa caliente de
miso que apenas sí podría llenar el estómago de una sola persona.
Al
día siguiente la joven, mostrando un sincero arrepentimiento les confesó que en
realidad no se dirigía a ninguna parte y no tenía donde vivir. La pareja, que
eran gentes de buen corazón lejos de enfadarse quisieron acogerla y tratarla
como a una hija. Ella rebosante de felicidad prometió trabajar para ellos y
cuidarlos.
Pidió
permiso para utilizar una vieja rueca con la que la anciana mujer solía tejer
cuando sus dedos eran más ágiles y la joven comenzó a utilizarla. A la mañana
siguiente los ancianos quedaron maravillados cuando ella les entregó una tela
bordada de exquisita manufactura. “Vended esto y comprad lo que necesitéis”-
les dijo.
La
pareja compró algo de comida, más tela y un hermoso peine como regalo para la
abnegada jovencita. En esta ocasión les pidió que la dejaran trabajar durante
la noche y que por favor no la molestaran. Los viejos sorprendidos no
entendieron tan insólita petición pero la respetaron de todos modos. El
resultado fue un hermoso vestido hecho con las telas que compraron el día
anterior.
La
fortuna (y la felicidad que esta trae) comenzó a inundar la casa, pero la
anciana no paraba de insistir a su marido que la chica quizá se esforzase demasiado, pues a pesar de trabajar toda la noche tampoco la veían descansar
mucho durante el día.
Debido
a la insistencia de su mujer y viendo que su intención era buena decidieron
pedir a la joven que dejara sus tareas esa noche y durmiera un poco. Se
aproximaron a su habitación y al abrir la puerta quedaron paralizados al
observar que no era como ellos esperaban una muchacha la que hilaba en el telar
sino una grulla. El animal con mirada contrariada comenzó a hablar igual que lo
haría una persona.
-“Os
advertí que no me molestarais mientras trabajaba, yo soy la grulla que
salvasteis hace tiempo, desgraciadamente ahora habéis contemplado mi verdadera
forma así que me veo en la obligación de marcharme, espero que las prendas que
os he confeccionado os reporten el dinero suficiente para que seáis un poco más
felices”- Acto seguido emprendió el vuelo.
La
anciana, con lágrimas en los ojos le gritó
-“No
nos olvides nunca hija mía”- mientras le arrojaba el peine que compró para
ella. La grulla lo recogió con su pico y desapareció en el horizonte.
RETRIBUCIÓN
¿Se han ido a
la cama ya los niños? Bueno, entonces podré contaros la verdadera historia, no
la bonita fábula para libros de colorear o para “semanas culturales”.
Permitidme que me quite éste traje de colores y a ver, tú, la chica que siempre
me lee, acércame un vaso de sake y deja que bride por ti. En cuanto a los demás
escuchad, escuchad.
Hace no mucho
que un amigo me contó una asombrosa historia que un conocido suyo oyó en uno de
sus viajes, y ese amigo es totalmente de fiar así que puedo afirmar que lo que
me dijo pasó realmente (por cierto, que rico está este sake).
Pues como os
iba diciendo vivía en una montaña, como era, si, esa con tanta nieve, no me
acuerdo pero aquel con cara de haber leído mucho sabe cuál es. En esa montaña
vivía un joven cazador, todas las mañanas cruzaba un bosque en dirección al
río, donde sabía que los animales iban a saciar su sed y revisaba las trampas
dejadas en el agua. Siempre era bueno asegurarse la cena con algún que otro pez
en caso de que la jornada no le fuera bien.
Ese día
encontró atrapada en una de las trampas a una grulla. Una de sus patas se había
quedado enganchada entre el bambú y parecía que había pasado una noche un tanto
atribulada. El cazador se relamió y dio gracias a los kami del bosque pues
parecía que hoy iba a poder volver pronto a casa.
Al
aproximarse, el animal le miró directamente a los ojos y bajó la cabeza como si
de alguna manera estuviera pidiendo clemencia. El cazador se quedó impactado
ante la expresión y la emotividad mostrada por el ave. Caminó muy despacio
hacia ella y con manos temblorosas tomó una decisión.
La grulla se
agitó nerviosa, pero el cazador alzó las manos y se agachó.
“Tranquila
pequeña, tranquila, no te haré ningún daño”
Con mucho
cuidado sacó un pequeño cuchillo y cortó el bambú que envolvía la pata del
animal.
“Adiós cena y
adiós peces, de acuerdo bonita, vuela a tu casa y la próxima vez ten más
cuidado” La grulla volvió a mirarle fijamente y salió volando.
El joven
cazador prosiguió con su vida hasta que un día, bien entrada la tarde alguien
llamó a la puerta de su destartalada choza. Al preguntar quién es y abrir la
puerta con cara de pocos amigos y pinta de haber bebido algo de mas sake (por
cierto guapísima, ¿no te importaría servirme un poco más).
-“Buenas
noches”- dijo una hermosa joven mientras entraba a la casa apartándolo con un
suave empujón. “soy tu nueva esposa”.
El joven dijo algo parecido a “P…peee…yo…mire…esque.. no…”
La joven sonrió “No te preocupes, no me he confundido, no
tienes vecinos, por cierto ¿Cómo te llamas?”
El cazador se excusó diciendo que no tenía nada que
ofrecerle, ni tan siquiera algo que comer.
“No te preocupes”-contestó ella- “traigo la cena, arroz
hervido, también pescado y he visto esas trampas para peces rotas, no te
preocupes, se tejer…”- las señaló mientras le guiñaba un
ojo.
La sonrisa del joven bien le recorría la cara de parte a
parte, el estómago ciertamente le gruñía pero no era la comida lo que tan ansiosamente
observaba…
A partir de entonces la vida del cazador cambió
drásticamente, ahora su casa parecía un hogar, su esposa le preparaba sabrosas
comidas con las piezas él le traía, incluso un día ella le propuso trabajar en
casa y así ganar un poco más de dinero, si reunían lo suficiente tal mudarse a
un lugar más grande, a la ciudad incluso, donde ya no tendría que cazar y
encontrar otro trabajo. El muchacho, en parte por satisfacer a su maravillosa
esposa y en parte soñando en probar los licores de la capital servidos en
cuencos de porcelana china acepto.
“Fantástico”-dijo ella “Permíteme entonces comprar
algunas telas y yo confeccionaré hermosos vestidos que luego venderé en el
mercado local, aunque debo pedirte otra cosa, debido a que las tareas del hogar
son numerosas tendré que trabajar por las noches, así sacaré tiempo suficiente”
“¿Por las noches?”- replicó el joven mientras arqueaba
una ceja.
“Si, y mientras lo hago no podrás molestarme”
“¿Todas las noches?”- insistió el joven masticando un
pedazo de bambú.
“Bueno, no todas”- contestó ella con una pícara sonrisa.
Y en verdad las prendas que la esposa producía eran de
una hermosura sin par, parecían bordadas con hilo de plata y su tacto era suave
como las plumas de las aves. Muy pronto se convirtió en la proveedora favorita
del comerciante itinerante que ya no esperaba al día de mercado, sino que
acudía a la casa y frotándose las manos compraba tan asombrosa mercadería.
Y a pesar de que el joven cazador ya poseía más de lo que
hubiera podido aspirar unos años atrás fue sintiendo curiosidad y también
celos, pues su hermosa mujer se había convertido en el pilar de la economía
familiar y el apenas podía aportar algunos animales muertos. Comenzó a hacerse
preguntas y sospechar de todo y de todos, se percató que entre las telas que
compraba para elaborar los trajes no había ninguna que brillase tanto como la
que lucían luego sus vestidos, ni tuviera ese tacto tan suave y natural, así
que para saciar sus dudas decidió romper su promesa y espiar esa noche a su
mujer, de ese modo descubriría el secreto de su técnica y ¿Quién sabe? Luego podría
ofrecerle ayuda de modo que no tuviese que pernoctar tanto, seguro que lo entendería.
Llegó la noche, la oscuridad cubrió la tierra y con paso
sigiloso se aproximó a las estancias de su mujer. Escuchó el traqueteo de la
rueca y lentamente asomó la cabeza.
Nada lo preparó para lo que presenció. Una enorme grulla
blanca manejaba con habilidad pasmosa la rueca a la vez que con el pico
arrancaba partes de su plumaje que luego unía al tejido.
Un grito de asombro delató al joven, la grulla giró bruscamente
el cuello. El cazador trató de huir pero sus pies quedaron atrapados entre los
hilos y cayó de bruces al suelo. El ave se abalanzó sobre él, una de las patas
agarró su cuello, con la otra sujetó su espalda. El
joven, tumbado e inmovilizado pidió clemencia.
“Te avisé que nunca me molestaras mientras trabajaba, pero se ve que la simple felicidad
no era suficiente, te lo di todo pero tú siempre querías más. Ya conoces mi
secreto y ahora tendré que matarte”.- Amenazó la grulla.
El joven
rompió a llorar entendiendo que por primera vez él era la presa.
“Una vez
pudiste acabar con mi vida, el cuchillo que llevabas aquel día en el río no
cortó mi cuello, liberó mis ataduras y me dejaste libre. Considera saldada mi
deuda contigo”
Con un fuerte
picotazo cortó los hilos que atrapaban el pié del cazador y al darse la vuelta
pudo ver a la que una vez fue su esposa desaparecer entre el cielo de la noche.
¿Os ha gustado
amigos míos? Quedáis advertidos que la historia que os he contado es real y que
puede que algunas de vuestras mujeres no sean lo que aparentan, y si queréis
arriesgaros a hacer la prueba levantad sus faldas cuando menos se lo esperen,
consideraos afortunados si sólo recibís un tortazo, peor sería que os
propinasen un picotazo, o un mordisco quien sabe…
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