EL INTRUSO DEL VIENTO
“! Tan solo era un chiquillo!”- pensó Genda mientras otra punzada de dolor le azotaba la espalda. Sujetó con fuerza la empuñadura de su sable.
“Además,
¿Qué hacía un sucio campesino con una espada?
Seguro que se la robó a algún…cadáver…en…”-volvió a mirar su sable y exclamó con cierto aire de
culpabilidad- “Bueno eso da igual”.
Tagomi Genda no fue muy afortunado en esta vida. En lugar de reencarnarse en
sapo o en kabutomushi (escarabajo
pelotero japonés) fue condenado a una nueva vida mortal acorde a su karma.
Malvivía como ronin alquilando su espada en una época
donde las gloriosas batallas eran recuerdos del pasado y alegando un linaje
largo y pomposo se jactaba de pueblo en pueblo impresionando a todo aquel que
no se dejaba engañar por su descuidada barba, sus bruscos modales y sus
remendados ropajes.
Ese día no tuvo mucha
suerte y tras ordenar una comida caliente y abundante bebida en una posada
local no logró escabullirse alegando como en otras ocasiones una supuesta
“urgente tarea” encargada por su señor. El posadero, un hombre de avanzada
edad, le exigió el pago de las viandas a lo que un envalentonado Genda
respondió con un empujón seguido de gruesas palabras apelando a su herido
honor.
Obtuvo su merecido cuando
los asiduos del lugar, lejos de achantarse con sus bravatas, se le enfrentaron
encolerizados y horrorizado vio cómo uno de ellos, un corpulento joven que por
sus rasgos debía ser el hijo del posadero, sacó un wakizashi (espada corta) de debajo de un tablón.
Genda logró salvar el
pellejo, no sin antes pagar su justo tributo, una herida en la espalda, larga
pero no muy profunda, lo suficiente como para empapar de sangre su ahora
desgarrada ropa.
La noche le sorprendió en
mitad del camino, en estos inhóspitos parajes montañosos apenas podían
encontrarse lugares en los que pernoctar, nada parecido a la carretera de Tokai, donde cada media jornada se podía
encontrar cobijo, por no decir de las guapísimas mujeres de Kyo con sus coloridos kimono y
embriagadores perfumes.
El ronin suspiró aliviado
cuando al bajar una pendiente pareció vislumbrar lo que parecía un edificio que
aunque con evidentes signos de estar abandonado hace tiempo. No dejaba de ser un
techo, y eso era algo que un superviviente como él supo apreciar de inmediato.
No tardó mucho tiempo en
instalarse en el lugar, que parecía un viejo templo, muy antiguo pues tenía la
base construida en piedra y ya no se hacen sitios así, pero eran detalles
que a Genda bien poco le importaban. Una pared que se mantenía firme le sirvió
de parapeto contra el gélido viento montañés. Con unos tablones secos de la
estructura encendió una pequeña hoguera, miró hacia uno y otro lado y tras
percatarse de que nadie le observaba sacó de una de sus mangas una botella de sake (vino de arroz) , la miró
triunfante. “estúpidos campesinos” pensó. Dio buena cuenta de ella en apenas un
par de tragos y su repentino calor reconfortó su ahora vacío estómago. Lamentó
no poder recostarse sobre el muro pues cada vez que lo hacía un terrible
escozor le recordaba la vergonzante herida de la espalda. Se tumbó sobre un
costado e intentó dormir aunque apenas sí logró echar una ligera cabezada.
Algo le sobresaltó, un par
de ojillos le observaban curiosos. Genda se incorporó llevándose la mano a la
cintura tratando de encontrar su espada, la cual yacía descuidadamente a un
lado de la hoguera. Se arrastró hasta alcanzarla y se percató de que se trataba
de una comadreja. Gritó para espantarla pero obtuvo el efecto contrario, otro
par de ojillos aparecieron, y luego otro.
Las tres criaturillas lo
miraban fijamente, preguntándose quizá quién había invadido su hogar y
perturbado su descanso.
“! Fuera de aquí malditas
alimañas!”- exclamó mientras arrojaba piedras a los animales.
En un abrir y cerrar de
ojos las comadrejas desaparecieron entre los escombros, y Genda siseó
triunfante, luego se dispuso de nuevo a dormir.
No lo consiguió, cuando
estaba a punto de sumirse en el sueño notó cómo un viento helado apagó la llama
de la hoguera. Se incorporó de un salto sin saber muy bien qué había ocurrido.
Sintió otro golpe de
viento e inmediatamente un dolor agudo en sus pantorrillas. Al bajar la mirada
vio horrorizado como la sangre manaba de una herida cortante, pequeña pero
profunda.
Genda empezó a sentir
pánico, trató de huir pero cayó de bruces al chocar con el muro, sobre él la
figura alargada de una comadreja se recortaba sobre el cielo nocturno aunque en
esta ocasión Genda reconoció en sus patas delanteras una antinatural
característica: Unas afiladísimas garras, largas como cuchillos, una en cada
pata y pudo escuchar el gorgoteo burlón de la comadreja que la miraba desde lo
alto.
Desesperado emprendió la
escapada, a rastras al principio, corriendo después camino abajo, pero a pesar
de las grandes zancadas y del dolor de las heridas siguió oyendo los gorgoteos,
a izquierda y derecha, arriba y abajo. Vio volar las últimas hojas del otoño y
una nube de polvo, alzó el brazo para protegerse los ojos cuando sintió otro
corte muy cerca del codo que le hizo gritar, en parte por el dolor en parte
por el miedo.
Siguió corriendo dando alaridos casi perdiendo la razón cuando otro golpe de viento pasó entre sus piernas. En esta ocasión no sintió dolor alguno pero una de sus sandalias se desprendió de sus pies, lo que le dio cierto patetismo a su huida.
Correr semidescalzo y de noche no es algo muy recomendable, especialmente si se hace en un terreno tan accidentado como ése, y accidentado fue el final de tan singular carrera. Genda trastabilló y cayó rodando por una ladera dando su magullado cuerpo con una enorme roca. Antes de perder el conocimiento pudo sentir un peso sobre su pecho y un gorgoteo jocoso.
El magistrado local
escuchó de nuevo al ronin.
“Tagomi Genda, señor, oriundo
de la provincia de Mutsu, hijo de Tagomi Goemon, vasallo de la casa de Hosokawa,
nieto y sobrino de…”
“Si, si, si ya basta, ¿Y
se puede saber qué hace un ´valiente´vasallo tan lejos de su hogar y por lo
tanto de sus obligaciones?”- Inquirió el magistrado.
“Señor, una urgente tarea
me lleva de camino a la capital, asuntos de la máxima importancia, un tema
imperial vital para…”
“Ya, entiendo”- volvió a
interrumpir el magistrado “¿Y podría
saberse porqué una personalidad tan relevante no utiliza el camino imperial? ¿Y
por qué no lleva consigo su tegata (permiso de viaje)?”
“Pues verá señor, al ser
asuntos confidenciales decidí dar un pequeño rodeo, pero estas montañas son muy
traicioneras y mi tegata, bueno, es posible que me la sisaran en alguna posada
del camino”
“Comprendo, ¿Demasiado sake tal vez?”
“Oh no, señor, eso jamás,
durante el cump…”
“!!Entonces a qué se debe
semejante olor por todos los kami!!!”
bramó el magistrado.
-“S…señor e…eso fue
culpa de un estúpido campesino con el que tropecé, se rompió una botella y
acabé empapado, le di su merecido. ¡Se lo juro señor!”- replicó mientras tocaba
repetidas veces el suelo con su frente a modo de disculpa.
“¿A eso se deben las
magulladuras de los brazos y piernas?”
“ah, bueno, lo cierto es
que tuve que enfrentarme con una improvisada turba, les despaché en un momento,
les di lo suyo, pero nada de sangre señor, nada de sangre”.-Dijo Genda mientras
se golpeaba el pecho.
“Y durante la persecución
perdió una sandalia, supongo.”
“Si, si, así es señor, los
muy cobardes escaparon, desgraciadamente caí por el terrible esfuerzo y perdí
el conocimiento”
“Y qué hay de esa herida
en su espalda, es indudablemente el corte de una hoja, ¿No estaba usted
siguiendo a unos campesinos y por lo tanto detrás
de ellos?”
“E..eso”- tartamudeó
Genda. “Eso me lo hizo un Kamaitachi…”
EL PRETEXTO DE LA COMADREJA
Muchas veces hemos oído decir “hace un frío que corta” o sentido al volver a casa dolores inexplicables bien sea en el cuello, la espalda, las piernas. Y es que en la tierra del sol naciente es posible que el viento realmente corte…
El kamaitachi es una criatura legendaria que presenta la
forma de una comadreja con las extremidades superiores acabadas en punta
similares a las de una mantis religiosa.
Los “kama” son
herramientas con forma de hoz utilizadas ampliamente por los granjeros para sus
faenas agrarias y también como improvisadas armas las cuales aprendían a
manejar con bastante pericia, dando a los plebeyos una oportunidad de
defenderse en un mundo peligroso y llegando incluso a desarrollar unas técnicas
de combate propias llamadas nofujutsu.
Los kama eran una de las numerosas herramientas utilizadas como arma por los campesinos |
A pesar de considerársele yokai los kamatachi son criaturas
físicas, eso sí, con poderes extraordinarios. Cuentan con una agilidad y
velocidad asombrosas, pudiendo con ella llegar a provocar fuertes vientos e
incluso pequeños tornados cuando hay más de un ejemplar junto. También pueden
aprovechar los vientos ya existentes para cabalgar sobre ellos. Su celeridad
también les hace ser casi invisibles al ojo humano, a quienes les gusta
sorprender y emboscar.
Los kamaitachi se limitan
a atacar a personas, nunca a otros animales, exceptuando para alimentarse o
defenderse. Aún con todo no se puede decir que sean espíritus malignos, ya que
las comadrejas nunca han sido muy populares en Japón por lo dañino de su
comportamiento y los estragos causados en las granjas. Es por ello que si nos
aferramos a cierto romanticismo el kamaitachi sería poco más que una especie de
“espíritu vengador” de su propia especie, pues si bien odia profundamente al
ser humano y le atacará sin dudarlo también es cierto que este tipo de espíritu
suele vivir en lugares abandonados y parajes apartados. Si alguien invade su
territorio actuará de inmediato, observará y juzgará al intruso y si no lo
considera una amenaza se limitará a “avisarle” cortando sus zapatillas o si se
trata de algún leñador o comerciante cortando las ataduras de su carga. En
otras ocasiones llegará a aplicar un ungüento, de modo que sus heridas no
empiecen a doler hasta que el infortunado no llegue a su casa y pueda atenderse
por sí mismo. Si no se abandona inmediatamente sus dominios el kamaitachi se
enfurecerá y provocará profundas heridas que no tienen por qué sangrar pero
causarán un gran dolor y sufrimiento a quienes las reciban. No se sabe de nadie
que haya muerto por un ataque de estas criaturas.
Debido a la picaresca de
la gente los kamaitachi han sido chivos expiatorios para cualquier dolencia
inexplicable, heridas embarazosas e incluso retrasos o pérdidas económicas
injustificadas. Siempre que no se podía presentar una excusa creíble la fórmula
era: “kamaitachi ni kirareta” (lo cortó un kamaitachi) y el asunto quedaba
zanjado.
Aunque se suele decir que
actúan en grupos de tres esto no es del todo cierto, ya que se trata de una fusión con una
antigua creencia de la provincia de Hida en la que se afirmaba que en la cuenca
del río Niu vivían tres espíritus malignos que habitaban en el viento, uno de
los cuales distraía a su víctima, el segundo la hería y el tercero tapaba la
herida para que no sangrara.
En el año 1890 un grupo de
hombres de la provincia de Yamanouchi en la montañosa Nagano sufrieron el
ataque de un grupo de estas criaturas.
Fueron derribados por un fuerte viento. Al incorporarse todos ellos
presentaban heridas de hasta 35 centímetros de largo y dos de profundidad.
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