IRA
Cuentan que no hay fuerza más destructiva en la
naturaleza que una mujer despechada. Al menos así lo creen en la provincia de Kii, donde un asombroso suceso tuvo lugar.
Transcurría el séptimo año de la era Encho (929 d.c.) cuando un joven monje llamado
Anchin se encontraba realizando una peregrinación al santuario de Kumano Hongu. Quiso el destino que
decidiera descansar en la casa del señor Masago,
muy popular en la zona por sus costumbres ascéticas y por dar cobijo a
peregrinos, monjes o no, que pasaran por el lugar.
Cuentan también que el señor Masago
tenía una hija, de nombre Kiyo, que
no hace mucho había enviudado.
Anchin era un joven apuesto y la
dama Kiyo no tardó en sentirse atraído por él. El monje sucumbió a los encantos
de la mujer y pasaron la noche juntos.
A su partida Anchin aseguró a Kiyo
que volvería a visitarla a la vuelta de su viaje y ella prometió esperarle.
Los remordimientos atormentaban al
peregrino. Había roto sus votos y en un viaje que debía de ser santo había mancillado
todo lo que para él era sagrado. Había pecado, condenado su alma y sido preso
de las pasiones humanas. Deseaba a esa mujer, la poseyó y lo que le pareció más terrible,
cuando le dijo que la visitaría no le estaba mintiendo, quería verla y con cada
paso más desdichado se sentía.
A la dama Kiyo los días le parecían
semanas y las noches eternas, soñaba despierta con volver a ver a Anchin.
Escribía poemas, cantaba y bailaba cuando nadie la veía, adolecía de un hambre
que ningún manjar podía saciar. ¿Dónde estará su amado monje? ¿Cuánto faltará
para el feliz reencuentro?
Anchin tomó la decisión de no volver
jamás a la casa de Masago, pasó de largo, cruzó el pueblo tan rápidamente como
pudo y se propuso no regresar.
Kiyo se sentía cada vez más
desesperada, su amado no volvía, al principio se preguntó si le habría ocurrido
algo pero no se oyeron noticias de ninguna persona desaparecida por aquellos
lares, luego le atenazó la idea de que tal vez se hubiera olvidado de ella. Ansiosa
preguntó a todo aquel que pasaba por el pueblo si había visto al monje Anchin.
Alguien le dijo que la persona que estaba buscando ya había pasado por ahí e
iba en dirección al río Hidaka y que si se daba prisa es posible que lograse
alcanzarlo. Si dudar ni un momento corrió hasta casi desfallecer tratando de
contener las lágrimas. No podía ser, su amado Anchin no, él le prometió que
volvería con ella, no podría haber pasado de largo.
Al llegar al embarcadero del río
logró ver a Anchin, el cual huyó al verla, subió a una barca y le pagó una
buena cantidad de dinero a Chikanobu, el barquero, para que le llevase a la
otra orilla y no dejase cruzar a la mujer.
Kiyo le suplicó que volviera pero
Anchin le contestó que él no era el hombre que buscaba y le instó a que
regresase a su casa.
Un sentimiento de ira invadió a la
desconsolada mujer, un rabia intensa, profunda ardía en su interior y gritando
hasta casi desfallecer rogó a los dioses que la ayudaran. La dama Kiyo se
encaminó hacia la orilla del río con intención de cruzarlo, nada en el mundo la
podría detener, sus rasgos comenzaron a cambiar, una mueca de odio le deformaba
la cara, su cuerpo se transformó en una gigantesca serpiente y con esta forma
surcó las aguas con un solo objetivo en su mente: Anchin…Anchin…Anchin…
Agotado,
el joven monje llegó al templo Dojoji. Allí
solicitó asilo, afirmó que una extraña mujer la perseguía y que ni siquiera los
rezos al dios de Kumano habían podido
librarle de ella.
El abad le ofreció refugio y le indicó que en caso de aparecer su
acosadora podría ocultarse bajo una gran campana de bronce que se encontraba en
mitad del patio principal.
La dama Kiyo, con su pavoroso
aspecto hizo acto de presencia en el templo mas los monjes allí presentes no se
inmutaron. Al preguntar ésta por el joven Anchin ninguno contestó lo que
provocó que la rabia de la mujer se acrecentara aún más. Desesperada comenzó a
buscar por cada rincón del templo. Estaba allí, lo sabía, ese olor, su olor. ¡Era
Anchin! Ese maldito embaucador no iba a escapar, no esta vez.
La campana, si, eso es. El miedo
desprende una dulce fragancia, las serpientes lo conocen, ella lo conocía.
“Anchin
traidor” – dijo mientras se acercaba a la campana
“Solo quiero abrazarte”- comenzó
a enroscarse alrededor.
“Anchin mi amor”- susurró
mientras tomaba aire.
“! Solo quiero matarte!”.
La dama-serpiente exhaló un torrente de llamas, tan intensas que
el metal de la campana comenzó a fundirse. Los aterrados monjes pudieron
contemplar cómo un mar de fuego inundaba el lugar y entre el crepitar de la
madera y el denso humo oyeron los gritos del desdichado Anchin y las
desquiciadas carcajadas de Kiyo.
Dicen que la dama no encontró
consuelo en su venganza y a pesar de recuperar su forma humana algo había
cambiado en ella para siempre. Chikanobu el barquero encontró su cuerpo inerte
días después en la orilla del río Hidaka. Kiyo se quitó la vida tal vez
intentando apagar el fuego que aún ardía en su interior.
Ubicación de la campana en la que murió Anchin |
No pasó mucho tiempo cuando un par de ángeles se aparecieron a los
monjes del templo Dojoji, dijeron ser los espíritus de Kiyo y Anchin , ambos
partieron en direcciones opuestas para no encontrarse jamás.
Así me lo enseñaron y así os lo
cuento.
HANNYA
En
Japón las mujeres suelen ser abnegadas, fieles y sumisas compañeras pero exigen
el mismo nivel de respeto y dedicación por la cuenta que les trae a aquellos
que hayan decidido unir sus vidas a las de ellas.
Cuando
son víctimas de los celos corren el peligro de sufrir una transformación
interna y a veces también externa con consecuencias fatales para el
causante de sus males. La criatura resultante es denominada hannya .
Aunque es considerada como un demonio esto no quiere decir que la mujer esté
poseída u hospede a ningún espíritu, su alma ha sido consumida por un profundo
rencor y actuará descontroladamente pero seguirá siendo ella misma.
Existen
tres grados de transformación, siendo
el primero y más leve el denominado hannari, en el que la mujer desarrolla
unos pequeños cuernos y es capaz de proyectar su odio apareciéndose a quienes
la hayan agraviado, especialmente durante el sueño.
El segundo
grado es conocido como chuunari, los
cuernos crecen hasta tener un tamaño considerable y los incisivos crecen hasta
sobresalirles de la boca. Podrá atormentar física o espiritualmente a su
víctima.
El tercer y
último grado es el llamado honnari. Llegada a este punto el cuerpo de la mujer
sufre cambios drásticos, su cuerpo se llena de escamas y es capaz de vomitar
fuego. Ni los mamori (amuletos) ni
los rezos podrán detenerla. El cambio es irreversible, su espíritu se consume
en el proceso y entra a formar parte del reino de los muertos.
Las hannya son
un tema recurrente dentro del teatro Nō ,
siendo sus máscaras de las más reconocidas por todos.
“La furia tranquila
Fraguándose bajo la superficie
Para nunca desvanecerse“