QUI HABITAT IN PROFUNDIS
El mar, eterno,
insondable, siempre incógnito. A veces pareciera estar dotado de voluntad
propia, ora calmo ora bravío. Desierto ante nuestros ojos mas rebosante de
vida, de facto origen de la misma, y a la vez repleto también de muerte.
Al ser un
archipiélago, Japón siempre ha mantenido una relación muy estrecha con las
aguas que lo rodean y desde tiempos pretéritos sus gentes han observado y
estudiado los misterios que escondían, Su conocimiento sobre el mundo submarino
y las criaturas que allí moran es inmenso.
Permítanme que les
sirva de guía en un asombroso viaje a las profundidades oceánicas,
zambullámonos (disculpen el pequeño juego de palabras) en un mundo donde la
maravilla y el horror van sujetos de la mano.
LOS AHOGADOS
Aparecen en noches de luna llena, a veces
ocultos tras una espesa niebla que se aproxima a las embarcaciones solitarias. Reciben
muchos nombres: Ayakashi, Inadakase,
Namourei. Aunque se les conoce más comúnmente como Funayurei . La traducción directa sería algo así como ´barco
fantasma´. Pero no se trata de naves sino de marineros, a veces de
tripulaciones enteras, que se acercan a sus víctimas. Uno solo o todos juntos. Corroídas carcasas abordan cualquier tipo de
navío, ya sea barca o buque, se aferran a ellas con huesudas garras e impiden que ésta se mueva.
Una vez en cubierta demandan con voz espectral un cubo. Si se les entrega
comienzan a llenarlo una y otra vez con agua de mar e inundan el barco hasta
hacerlo zozobrar cobrándose así una nueva víctima. Los marineros más
experimentados siempre suelen llevar cubos rotos o sin fondo pues es una forma
bien conocida de engañar a estas entidades. Al no poder llenar el recipiente el
funayurei se frustrará y volverá de
nuevo a las aguas.
Al ser Agosto su mes
predilecto y coincidir esta fecha con la festividad del Obon se cree que pueda tratarse algún tipo de espíritu hambriento,
por lo que una breve ceremonia de Segaki será igualmente efectiva.
Hay casos en que los un
único barco de maderas ennegrecidas se ha materializado sólo para embestir
momentos después a pescadores aislados, aquí sí que el término ´funayurei´ ´ sería más apropiado, aunque
hay otra criatura aún más terrible que suele mostrar ese bestial comportamiento...
UMIBOZU, EL MONJE GIGANTE
El umibozu es un ser colosal, hasta ahora nadie ha podido
contemplar su forma completa ya que sólo
deja ver la parte superior de su cuerpo, levemente humanoide y de un
profundo color negro. Su cabeza es bulbosa y lisa como la de un monje, de ahí
su nombre. Puede variar en tamaño, algunos dicen que es tan grande como un
barco de pesca, otros lo describen como
un titán que se vislumbra muy lejos, en el horizonte.
El umibozu aparece cuando las aguas están en calma y las agita
con sus poderosos brazos haciendo que los barcos vuelquen o sean arrastrados hasta
algún arrecife cercano. Los más ´pequeños´ pueden acercarse y actuar como un funayurei : pedirán un cubo o un barril
con el que inundará la cubierta y la bodega, aunque si se les ignora se
enfadarán y volcarán la embarcación.
El saber popular
identifica a estos monstruos con monjes ahogados, muchas veces víctimas de la
ira de campesinos ante algún hecho escandaloso o comportamiento impío.
Los más escépticos
afirman que las formas bulbosas en el horizonte no son más que nubes de
tormenta arrastradas por un tifón, tan comunes por esas latitudes.
Sin embargo hay una
tercera teoría. Según los partidarios de los antiguos astronautas...
(tranquilos, no os vayáis, es una broma, aún no utilizo el enchufe para
peinarme). La tercera teoría afirma que
el umibozu es una criatura que habita
en el mar de Seto, o mar interior. Y
lo cierto es que no es una criatura, son muchas, y no son gigantes, apenas
llegan a medir tres milímetros.
Nos referimos a las Umihotaru, o luciérnagas de mar,
pequeños crustáceos bio-luminiscentes que se encuentran en las playas de Ushimado, en la prefectura de Okayama, a orillas del mar de Seto. Durante el día tienen el aspecto
de plancton, y apenas se distinguen
entre la arena pero al llegar la noche toda la zona se torna en un espectáculo
grandioso lleno de azules brillantes y negros de rocas silueteadas y miríadas
de pequeñas lucecitas desplazándose a merced de las corrientes por el fondo
marino como si de una criatura de otro mundo se tratase. Algo digno de ser
visto, más que oído.
EL NAUFRAGIO DEL TOYAMARU
Corría el año 1947, Japón iba
recuperándose poco a poco de las heridas de la reciente guerra. La empresa ´Nihon Kokuyu Tetsudo´ también conocida como JNR o Japanese National
Railways encargó a la todopoderosa Mitsubishi
la construcción de un nuevo transbordador
destinado a unir las islas de Hokkaido y Honshuu
.
El 21 de septiembre de
ese año fue botado el Toyamaru, un
flamante ferry de 118 metros de eslora y 3900 toneladas de peso. Era uno de los
más modernos de su época, el primero barco civil en el país equipado con radar.
Era operado por 120 tripulantes, podía acomodar hasta 1130 pasajeros y cubría
el recorrido desde Aomori hasta Hakodate
en tan sólo cuatro horas y media.
Desgraciadamente lo
que hizo famoso al Toyamaru no fueron
sus características técnicas sino un terrible incidente que lo mandaría, junto
con la mayoría de sus ocupantes, directos al fondo del mar. Y en esta ocasión
la desgracia tendría nombre de mujer.
MARIE
El tifón número quince según los
meteorólogos japoneses, ´Marie´ para el público en general, azotó las costas
japonesas entre el 19 y el 28 de septiembre de 1954. ´Marie´ se aproximó al
archipiélago nipón desde el este, cruzó por entre las islas de Shikoku y Kyushuu y luego giró hacia
el norte recorriendo el país dejando tras su paso un halo de destrucción. Al
llegar al estrecho de Tsugaru, que es
el que separa la isla principal de Honshuu
y la norteña Hokkaido, Marie viró de
nuevo hacia el este para perderse al fin en los confines del océano Pacífico.
El 26 de septiembre las
previsiones apuntaban a que el tifón atravesaría las aguas del estrecho sobre
las cinco de la tarde. El Toyamaru acababa
de atracar en el puerto de Hakodate, a
las once de la mañana, puntual como siempre. Había completado su primer viaje
del día desde Aomori . La vuelta
estaba programada para las tres menos veinte de esa misma tarde, a tiempo para
evitar el tifón.
Sin embargo se
recibieron órdenes de última hora, debido a que el menos potente ´Dai 11 Seikan Maru´ se vio
imposibilitado para realizar su travesía regular toda la carga y pasajeros
debían ser transferidos al Toyamaru. A
las 15:10 el capitán quiso cancelar el viaje, pero en lugar de eso se acordó
retrasar la salida esperando una mejora de las condiciones meteorológicas.
Fuertes vientos y
lluvias azotaron el puerto pero la tormenta pareció amainar a eso de las cinco
de la tarde, hora que coincidía con el paso de ´Marie´ por el estrecho.
Creyendo que ya había concluido el peligro se reanudaron las tareas de carga y
embarque y al fin zarpó el Toyamaru con un total de 1220 pasajeros (recordemos que
fue diseñado para albergar a 1130), 111 tripulantes y 41 oficiales a bordo.
Eran las 18:40.
El Toyamaru de camino hacia su triste final. |
La realidad resultó
ser mucho más terrible, el tifón, lejos de adentrarse en aguas oceánicas, había
ralentizado su avance y aún permanecía en el estrecho de Tsugaru. Tras percatarse de ello el capitán ordenó dar la vuelta y
refugiarse tras el rompeolas de la playa de Nanae,
a las afueras del puerto. Los intentos de fondear resultaron infructuosos, el
ancla no logró aferrarse al fondo y la embarcación quedó a merced de los elementos.
Durante tres horas
estuvo el Toyamaru luchando contra
olas de más de cinco metros.
El capitán terminó
dándose por vencido y emitió la señal de S.O.S. a las 22:25, pero ya era tarde,
el fuerte oleaje hizo que entrase agua en las calderas, lo que las dejó
inutilizadas.
Completamente
ingobernable la nave zozobró y veinte minutos después chocó contra unas rocas y
empezó a hundirse.
En los artículos de
prensa posteriores los supervivientes referían historias de espanto, confusión
e histeria en la oscuridad de la noche, entre olas gigantescas y vientos ululantes que arrojaban por la borda a mujeres
y niños. Los que llegaban vivos a la playa la recorrían con la esperanza de
encontrar a amigos y familiares. Algunas parejas de viejos se habían atado con
las cuerdas de sus salvavidas. Sus cadáveres continuaban unidos al ser
arrojados a la costa.
En el hundimiento perecieron
un total de 1155 personas entre los que se encontraban 56 soldados
estadounidenses y sus familias. Miembros del gobierno de ese país sugirieron
que se debería exigir a Tokio una indemnización por cada uno de los fallecidos
de al menos el mismo importe que el que Japón les reclamaba por la muerte del
pescador Kubayama , a consecuencia de
la radiación atómica. A parte de esta clara muestra de revanchismo le fue
concedida la medalla al valor a título póstumo al teniente de artillería George A. Vailliancourt por ´sus actos
de heroísmo durante el naufragio´.
Sólo 150 salvaron la
vida, de los cuales 38 eran tripulantes y el resto pasajeros. Ninguno de los
oficiales abandonó el barco, a diferencia de los estadounidenses no hubo
homenajes ni condecoraciones, cumplieron con su deber y eso era suficiente.
El Toyamaru no resultó ser la única víctima
del tifón Mary. Ese mismo día el
barco de carga Daiikimaru se estrelló
contra el embarcadero y quedó severamente dañado, el barco de pasajeros Daisetsumaru se hundió, el carguero Iwamimaru perdió el puente, el Fujimaru sufrió daños en el casco. Le
sigue una larga lista de hundimientos por todo el estrecho, así los navíos Hatsuharumaru, Hitakamaru, Kitamimaru,
Seikanmaru, Shinseimaru y Tokachimaru, junto con parte de su tripulación
fueron tragados por el mar, aumentando el número de muertos en 245 personas.
El tifón también azotó
las poblaciones de la costa dejando sin hogar a millares de familias.
Este incidente fue uno
de los principales factores para la construcción del túnel submarino Seikan que une las islas de Hokkaido y Honshuu el cual mide 53 kilómetros y es aún hoy día el segundo más
largo del mundo.
AGUAS TENEBROSAS
Todo el que surca el frío estrecho de Tsugaru recuerda aquella nefasta jornada, y
algunos marineros y pasajeros han sido testigos de extraños
sucesos que desde entonces se vienen dando en aquellas frías latitudes:
embarcaciones que se ven atrapadas en extrañas corrientes como si miles de
manos sujetasen la quilla, capitanes que una vez en dique seco descubren
horrorizados severos daños en sus cascos, como si unas garras gigantes hubieran
cortado el metal de proa a popa. Y como no, siempre están esos que simplemente
desaparecen y jamás se vuelve a saber de ellos ni de sus barcos. Hay
viejos que antes de salir a la mar musitan una plegaria, no ya para evitar ser
visitado por los funayurei sino para que entre ellos no haya ninguna cara
conocida.
Continuará...
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